Debido a que puedes leer estas líneas –en papel, o en línea– voy a suponer que no estás en la miseria. Voy a suponer que aunque no te des lujos, sabes que habrá comida en tu mesa y abrigo en tu cama. Supondré, y puede que me equivoque, que tal vez no tengas todos los recursos necesarios para enfrentar una enfermedad larga; pero puedes defenderte de una gripe y de una apendicectomía.
El caso, sin embargo, es que según la Encovi 2014, el porcentaje de población guatemalteca que vive en condiciones de pobreza se elevó de 13.5 al 23.4; mientras que el de quienes viven en pobreza extrema subió a 59.3%.
Esas cifras vergonzosas deberían motivarnos a abandonar “las políticas de siempre”, fabricantes de miseria. Desde hace unos 70 años –a fuerza de consignas– demasiados chapines han creído que el estatismo es la vía para acabar con la pobreza y la miseria. La prácticas dominantes son: Enseñar y difundir una filosofía que vilipendia a la creación de riqueza. Quitarles a unos para darles a otros por medio de una red política y burocrática compleja que consume buena parte del botín. Obstaculizar la multiplicación y el crecimiento de emprendimientos mediante impuestos a los rendimientos del capital y otros tributos, legislación, reglamentos, prohibiciones, procedimientos y entrampamientos; de tal manera que sea difícil y costoso producir, o importar más barato y abundante, y generar más y mejores plazas de trabajo.
El caso es que el mercado, la escuela, el seguro de salud, la vivienda, la ropa y otras necesidades son eso, necesidades; y se consiguen con recursos económicos los cuales pueden ser multiplicados. Es en la multiplicación de la riqueza, y no en su redistribución, en donde se halla la clave para rescatar vidas de la miseria. Tu no tienes por qué saberlo, pero lo peor de la pobreza y la miseria son la vulnerabilidad y la incertidumbre: el no saber si habrá tortillas para el desayuno y no tener ni con qué curarle una fiebre a tu bebé. Lo peor es que minan la dignidad delas personas. Las cifras de la vergüenza deberían empujarnos a abandonar los prejuicios socialistas que abundan entre nosotros.
Columna publicada en elPeriódico.