¿Qué es lo que no puede gustar de una buena polémica? ¿O de una buena rivalidad? Sobre todo, si aquellas tienen cierta altura; y más que nada si son de relevancia histórica, y podemos aprender de ellas.
Pues bien, el escritor Roberto Ardón se dio a la labor de investigar seis rivalidades o duelos políticos que han marcado la historia de Guatemala. Esto es porque han trascendido a sus tiempos y han permanecido controversiales por muchos años; porque los participantes hicieron uso de todos los recursos disponibles incluidas la pluma, el púlpito, los medios masivos de comunicación, las redes sociales y las armas según fuera la tecnología disponible, y el tenor de los tiempos; porque los rivales consiguieron legiones de seguidores de todas las edades y de todos los caminos de la vida; y porque los duelistas se aseguraron lugares destacados para la posteridad hasta alcanzar niveles legendarios por decir algo.
En su libro, Rivalidades, duelos políticos que han marcado nuestra historia, Roberto contribuye a animar el interés de los chapines por conocer de dónde venimos, por qué somos como somos y por qué tenemos las cicatrices que tenemos. ¿Cómo? Mediante la narración, exposición e interpretación de polémicas pasadas y dignas de ser recordadas, contadas y vueltas a contar. ¿Quién no gusta de un buen relato bien contado? ¡Y más si ese relato involucra polémica, o vehemencia viva!
A mí, por ejemplo, siempre me ha gustado muchísimo un libro que me obsequió la querida y siempre bien recordada, doña Marina Marroquín, titulado En el mundo de la polémica, obra que recoge las controversias y contrapunteos entre Clemente Marroquín Rojas y personajes como Adrián Recinos, Luis Cardoza y Aragón, Enrique Muñoz Meany, Guillermo Toriello, Mario Monteforte Toledo y Ramón Blanco. Este es un clásico de la polémica y te lo recomiendo porque es una joya en muchos niveles.
De vuelta a Rivalidades, soy team Francisco Morazán desde que terminé de entender que las guerras centroamericanas que siguieron a la desvinculación de 1821 no fueron entre países, sino entre conservadores y liberales. Ahora, gracias a la aportación de Roberto, tengo muchas ganas de leer la polémica entre Lorenzo Montúfar y Agustín Mencos.
De la rivalidad entre Manuel Estrada Cabrera y José Piñol y Batres -sin dejar de reconocer que el primero fue un dictador, al que había que oponerse- no extraña que la iglesia católica se organizara para combatir a la religión positivista y al humanismo clásico peligroso, incluso si para ello había que llamar a la acción abierta y a la sedición; e incluso si las conferencias de Piñol fueran convenientemente circuladas, de forma privada, entre miembros de la legación diplomática de los Estados Unidos de América. ¡Sorpresa!
La rivalidad entre Jacobo Árbenz y Carlos Castillo Armas es, según yo, el duelo que levanta más pasiones y enciende más sentimientos. Hace años escribí un artículo titulado El fuego jacobino de los linchamientos; y por jacobino quise aludir a la violencia del período del terror durante la Revolución Francesa. Pues bien, un lector se inflamó y me escribió: ¿De dónde sacás que los linchamientos vienen del gobierno del coronel Jacobo Arbenz Guzmán? Árbenz es un fetiche al que hay que conocer mejor y del que,…sospecho,…vamos a oír bastante durante algún tiempo en Guatemala.
De las bien seleccionadas por Roberto, la rivalidad entre Manuel Colom y Alejandro Maldonado fue la primera que se dio durante mi vida. Yo tenía 9 años para las elecciones de 1970; pero las recuerdo por las conversaciones en casa de mis padres. Más tarde recuerdo conversaciones sobre el debate de 1976 -en Estudio Abierto– encuentro elevado a categoría mitológica como una batalla intelectual portentosa. El 22 de marzo de 1979 yo estaba en clase, y mi amigo, Ivo -no sé cómo porque esto es antes de los teléfonos móviles y de las redes sociales virtuales- llegó con la novedad de que habían asesinado a Colom. Recuerdo bien que todos estábamos consternados.
La rivalidad entre Dionisio Gutiérrez y Sandra Torres es de especial relevancia y actualidad porque ayuda a entender buena parte del proceso electoral que -de puro chiripazo- llevó a Bernardo Arévalo a la presidencia de la república; y puso el país en manos del Movimiento Semilla.
La rivalidad final del libro es la de Álvaro Arzú e Iván Velásquez. Para un escritor de historia, ha de ser muy difícil abordar la narración, exposición e interpretación de acontecimientos que todavía están calientes; pero Roberto lo hizo muy bien con esta y la rivalidad anterior. Hasta este duelo y para mí, Arzú había sido el presidente que le entregó Guatemala a la guerrilla mediante la firma de los acuerdos de apaciguamiento; pero se hizo grande cuando enfrentó al jefe de la CICIG. Ese enfrentamiento allanó el camino para que Jimmy Morales no renovara el acuerdo de aquel engendro.
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Rivalidades se deja leer con facilidad; pero no es un libro lite. La habilidad de su autor invita a que uno quiera leer más y a que uno quiera enterarse mejor acerca de sus protagonistas y de sus tiempos. Es una invitación generosa a explorar libros y periódicos relacionados con los rivales y con los entresijos de sus polémicas porque el diablo está en los detalles. Rivalidades es para los que amamos la historia y para los que aman la política. Si no eres indiferente, Rivalidades es un libro para ti.
Columna publicada en República.