¿Verdad que no estoy equivocado? Esta es la campaña presidencial más populista, más superficial y en la que más ofrecimientos descarados para grupos de interés ha habido. Un candidato ofrece subsidio a la energía eléctrica, otro promete laptops con Internet, otra dice que va a regalar maletines deportivos. Y eso es de lo que uno se entera. ¿Qué tanto les ofrecerán -en privado- a dirigentes de grupos de interés específicos y claves para conseguir el poder por el que están compitiendo? ¿Qué piñatas estarán ofreciendo los candidatos a diputados y los pretendientes a las alcaldías?
Este es el libro que dio origen a estas meditaciones.
Cuando veo cómo se desempeñan los candidatos en estas elecciones no puedo sino acordarme de El rey enamorado, de Les Luthiers: ¡El poder, la prisión, el trono! ¿El trono, o María? Al fin y al cabo, el trono lo quiero para posarme sobre el, y satisfacer mis deseos, los mas sublimes y los mas perversos, en cambio a María la quiero para…. caramba, ¡qué coincidencia!
Y desde una perspectiva menos chistosa, pero no menos seria, también me acuerdo de una lección que ofreció Francisco de Vitoria en Salamanca, a finales de 1528, titulada Sobre el poder civil.
Dice el célebre escolástico salamantino que el poder público es la facultad, la autoridad o el derecho de gobernar la república civil; ¿Y qué es la república? Es la sociedad civil organizada. ¿Organizada para qué? Para que las personas puedan florecer, desarrollarse, llegar a sus cumbres, vivir plenamente, alcanzar la completa realización de sus virtualidades. De ahí la necesidad de que la república (y quienes ejercen el poder público) respeten absolutamente los derechos individuales de todos por igual. De Vitoria les recuerda a los gobernantes que el poder no es suyo; sino del pueblo y les recuerda a quienes ejercen el poder público que hay unos límites muy fuertes para el ejercicio del poder: los derechos de los individuos.
La república, por cierto, es lo que John Locke llamó commonwealth; y los romanos llamaban civitas, es la polis, de los griegos. No debe confundirse la república en este sentido, con república como forma de gobierno.
Cuando leo a De Vitoria y dice que el poder reside en el pueblo y que este lo da a quien considera apto para desempeñarlo, no puedo dejar de inquietarme porque ¿a quiénes les daremos el poder el próximo 25 de junio? ¿Se los daremos a quienes consideramos más aptos, o se los daremos a quienes consideramos menos ineptos? ¿Se lo daremos concentrado, o disperso? En ese contexto, Ramón Hernández, en Los Derechos Humanos, Francisco De Vitoria, cita a Cayetanno y dice: No puede ser que se muestre buen príncipe [o presidente para el caso] el que es ala persona. Elegid para gobernaros un buen sujeto y estará en próxima disposición a ser buen príncipe. A la vista de cómo se desempeña la campaña, ¿hay buenos sujetos entre los candidatos?
De Vitoria advierte contra la acepción de personas, que es la práctica de preferir -sin una razón que lo justifique- a una persona, o varias entre otras en el contexto de la repartición de cargos públicos y del gobierno de la república. Las implicaciones del poder son muchas, absorbentes y de muy gravosas responsabilidades, dice Hernández al comentar a De Vitoria y lo que viene a mi mente es ¿cuánto nepotismo hay entre los candidatos y sus seguidores? ¿Cuánta repartición de cargos hay sólo por haber contribuido a la campaña, sólo por ser socios, o sólo por ser compadres sin atender a la capacidad?
Dice De Vitoria que la república no puede ser privada del derecho de defenderse y de administrarse contra las injurias de los propios y de los extraños; de lo que se desprende, como dice Hernández, que la sociedad no puede renunciar al derecho a la conservación o supervivencia y, por lo mismo, al derecho a defenderse contra todo lo que pudiera destruirla.
Ya que es imposible que la república civil se gobierne todos al mismo tiempo hay que optar por una representación; de ahí que no está de más invocar la necesidad de una participación lo más amplia posible del pueblo en el poder, dice Hernández y estoy de acuerdo. Sólo queda añadir que, en una república el mejor gobierno es ql que sabe administrar de tal modo el bien de la sociedad que respeta el mayor número y mejor calidad de las libertades individuales.
El mejor gobierno no es el que da más subsidios, más pelotas, más privilegios, ni satisface a más grupos de interés. Es el que más protege los derechos de las personas como tú, como tú y como tú. No es el que carga con impuestos, ni endeuda, ni roba el capital de las personas como tú, para engañar a su clientela.
De ahí que las preguntas que pudieras hacerle al rey enamorado son muy pertinentes para los candidatos: El trono, ¿para qué lo quieres? Y no son menos pertinentes para los electores y para los tributarios, El trono, ¿a quién se lo vas a entregar?
Columna publicada en República.