El miércoles leí que, con la intención de mitigar los conflictos sociales y los problemas en los proyectos hidroeléctricos, el MEM dispuso que las empresas que se dediquen a aquellas actividades tendrán que presentar un plan de responsabilidad social para su área de influencia.
Si dicho plan se refiriera a las acciones necesarias para socializar los proyectos, el requisito tiene sentido; pero si el plan tuviera que incluir sobornos encubiertos para que las dirigencias locales permitan los proyectos, es inaceptable que la Administración respalde aquel tipo de chantajes. Eso es otro par de zapatos. Los lectores recuerdan el caso reciente de un gobernador que le pidió a una empresa que pusiera televisores gigantes -para que su gente viera la Copa Mundial de Fútbol- a cambio de mediar en los conflictos. Pero las dirigencias locales exigen todo tipo de cosas, que van desde el patrocinio de equipos de fútbol hasta clínicas, escuelas, caminos y salones de usos múltiples.
No basta que los proyectos industriales lleven empleos productivos y bienestar a las áreas en donde se establecen. No basta que mejoren la calidad de vida de las poblaciones debido a que la gente tiene trabajo y mejores salarios. No basta que -en el caso de las hidroeléctricas- produzcan la energía necesaria para que funcionen la televisión en las casas y los refrigeradores para las chelas. No basta que generen la energía necesaria para las incubadoras y los quirófanos en los hospitales, o la luz en las escuelas. Las dirigencias populares creen que tienen la facultad de chantajear a las empresas; pero lo que es peor, es que las empresas creen que nacen con un pecado original, creen que tienen que devolverle algo a la comunidad y creen que su responsabilidad social va más allá de producir eficientemente, cumplir los contratos, no causar daños a terceros y comportarse como personas decentes.
Y así les dan su venia a los extorsionistas. Y así, estos consiguen la sanción de sus víctimas. Y así, la buena empresa se ha tragado la idea de que su actividad es perversa; pero redimible. Y así se pierde la batalla de las ideas.
Columna publicada en El periódico.