En uno de los barrios más tradicionales de la ciudad de Guatemala, una familia y sus vecinos nos acogieron para quemar el diablo, de acuerdo con la tradición chapina.
Una familia y sus vecinos nos acogieron al pie del Cerro del Carmen.
A la sombra del Cerro del Carmen, entre los comentarios y la alegría de los niños, las llamas que consumían a los diablos y cohetes despedían el mal. Por cierto, que hubo unos como barrilitos de pólvora que me recordaron mucho a los volcancitos de cuando era niño. Primero porque duraron tantito y luego porque ofrecieron variedad de luces al quemarse. Los vecinos compartieron estrellitas con Raúl y conmigo; y, por cierto, ya no son las de metal que conocíamos, sino de plástico, y esas no duran.
Caímos ahí porque, al subir el Cerro con la esperanza de ver la quema del diablo como otros años, resultó que había una boda. Un hombre que acarreaba bombas nos informó que no habría fiesta porque la persona que la organiza está enferma; así que, desde aquí, van mis mejores deseos para que recupere pronto su salud.
El diablo feroz y sus diablitos están listos para arder.
Decepcionados, bajamos el cerro con la certeza de que en el barrio encontraríamos algún diablo a punto de ser entregado a las llamas. Y no nos equivocamos. En la 1a. calle B vimos preparativos. Con algo de pena nos acercamos, nos presentamos y preguntamos si podíamos acompañarlos. Y ahí salió las proverbiales hospitalidad y generosidad chapinas. El muchacho que preparaba al diablo y su familia nos dieron la bienvenida y nos hicieron parte del grupo al que se fueron uniendo vecinos de todas las edades. ¡De verdad que muchas gracias por una experiencia encantadora! ¡Y por ese calor humano chapín!
Pienso que íbamos por algo muy bueno, que es la quema en el Cerro del Carmen; y aquella familia y sus vecinos nos dieron una experiencia mejor. En las faldas del Cerro se vive esta festividad con el más auténtico espíritu chapín. Lástima que no me animé a tomar fotos de las casas que atisbamos abiertas porque ahí dentro, también, lucían los colores y adornos propios de estas fiestas en la ciudad de Guatemala. ¡Es una dicha que los jóvenes y las familias conserven las tradiciones con todos sus elementos!
¡Pero hubo más!
En la iglesia de San Sebastián vimos un torito espectacular, de esos que tienen mucha pirotecnia y… algo que me gusta mucho: en algún momento los fuegos artificiales se detienen y parece que el show se ha terminado, sólo para volver con intensidad para deleite del público al final del rezado. El torito fue muy aplaudido.
Al salir, vimos pasar el final de un desfile de motoristas. Uno detesta a los motoristas en el tráfico de todos los días; pero este desfile fue re chulo. Los motoristas iban sonando sus bocinas y adornados con motivos y luces navideños. La verdad es que resulta muy bonito que la gente haga este tipo de cosas y contribuya con su ingenio y su alegría de la vida a las celebraciones propias del solsticio de invierno.
Las llamas consumieron al diablo y a sus compinches.
¿Qué es la quema del diablo?
La quema del diablo es una tradición guatemalteca que representa la oportunidad ritual para echar al fuego lo malo, lo inservible, lo caduco, lo que hace daño y lo que no queremos para el año que viene, en un contexto místico y mitológico. Hace cinco años descubrimos que esta fiesta familiar se celebra de forma tradicional y encantadora en lo alto del Cerro del Carmen, en la ciudad de Guatemala.
Desde una perspectiva racional y más universal, la fiesta trae la luz y el fuego a la época del año en la que las noches son más largas, frías y oscuras, por lo que es apropiado celebrarla con familia y amigos, y recordar que, aun en la oscuridad, es posible la luz. Estoy seguro de que cada quien podrá sacar de todo esto lecciones de vida y aprendizajes que habrá que transmitir a las generaciones siguientes.
Disfruto mucho esta fiesta chapina porque es una ocasión propia para celebrar la vida y recordar a dos personajes malentendidos, uno de ellos casi olvidado, que -aparentemente- no tiene nada en común: Lucifer y Prometeo. Ambos se rebelaron contra dioses tiránicos y arrogantes. Ambos fueron cruelmente castigados por su atrevimiento. Uno es el traedor de luz, y el otro les dio el fuego a los hombres. Ambos son heroicos.
En 2018, cuando fuimos a la quema del diablo en el Cerro del Carmen por primera vez, el cura explicó que María, la que anuncia la luz, precede a Jesús, que es el Sol; y en la realidad, ¿quién precede al Sol? ¡Venus precede al Sol cuando Venus es lucero de la mañana! ¿Y cuáles son otros nombres antiguos de Venus? Lucifer, el traedor de luz; e Ishtar, diosa del amor, de la belleza y de la fertilidad. Los mayas, por cierto, no eran ajenos al concepto de que Venus, Lucifer o Ishtar es traedor de luz, ya que para ellos Venus (el heósforo) anunciaba que el Sol saldría ese día, luego de su paso por Xibalbá.
¡Hay que celebrar estas fiestas por la vida y por el valor de quienes traen la luz y de quienes se rebelan ante dioses tiránicos y arrogantes!
Cuando era niño, por cierto, la fiesta solía incluir la reunión de amigos en la mañana para ir a buscar ramas y chiribiscos con qué armar una buena pira. Luego, en la tarde, llegaba mi padre con cohetes y algunos fuegos artificiales, y a las seis mi madre preparaba buñuelos, y había mucha alegría en la calle y en la casa.
Como el año pasado, en esta ocasión caminamos desde la Quinta avenida y once calle hasta el Cerro del Carmen. Como en 2023, durante el trayecto hacia aquel lugar emblemático, antiguo y tradicional, vimos muchas personas y niños acarreando sus piñatas de diablos. Ahora hay diablos y diablas, canches y negros; los hay de cuatro patas y monumentales. Cuando yo era niño, las piras no incluían estas piñatas; se hacían con ramas y, cuanto mucho, cajas de cartón. Eso sí, siempre había cohetes involucrados.