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Nooo, no era suficiente hacer una alfombra y el viernes hicimos dos. Desde 2013 con un grupo de amigos participamos en la chapinísima tradición de elaborar alfombras. En casa de doña Yoli, en la quinta avenida de la zona 1, nos juntamos para pasar un día alegre, hacer un proyecto en común, comer y beber como vikingos y celebrar la dicha de estar juntos.
Este año elaboramos dos alfombras, una de aserrín de colores para el paso de la procesión de La Recolección y otra de pino y flores para el paso del cortejo de Santo Domingo que pasó a menos de una hora luego de que pasara la primera.
En esta ocasión hubo cuatro generaciones involucradas en el proceso (aunque el pequeño Oliver no hizo más que estampar su pie de un palmo de largo en el aserrín).
¿Por qué es que practico algunas tradiciones -aunque no esté de acuerdo con la filosofía de muchas de ellas-? Es que me gusta el encuentro entre generaciones; el establecimiento y fortalecimiento de vínculos culturales, históricos, familiares, y amistosos. Este año hubo cuatro nacionalidades involucradas en nuestra alfombra. Las tradiciones nos presentan la oportunidad de enriquecernos cultural y afectivamente. Nos sirven para aprender acerca de costumbres y prácticas que no sólo son inmemoriales (en muchos casos), sino que se han adaptado, o han permanecido prácticamente inmutables. Esta debe ser la alfombra elaborada por el mayor número de no creyentes por metro cuadrado, en todo el país.
Los lectores descuidados creen que porque uno es individualista debería rechazar las prácticas culturales colectivas. Empero, no hay nada en el individualismo metodológico que apunte en esa dirección; y ciertamente no hay nada en el individualismo -como principio según el cual los hombres poseen derechos inalienables que no les pueden ser arrebatados por ningún otro hombre, ni tampoco por cualquier número, grupo o conjunto de hombres- que apunte hacia aquella creencia.
Las tradiciones colectivas son parte de la evolución social y la enriquecen. Son parte del largo proceso de prueba y error por medio de cual crece y prospera una sociedad. No sólo de forma, sino también de fondo. Las tradiciones dan un sentido de pertenencia: a este grupo de amigos, a estas familias, o a esta tribu.
Dicho lo anterior, de verdad les agradezco a mi bisabuela, a mis abuelas, a mis padres, a mis amigos y a todos los que no sólo me enseñaron a disfrutar de las tradiciones y de la alegría de celebrarlas en compañía de quienes uno ama; sino que me permiten ser parte de ellas. ¡Mi vida es muchos más rica gracias a las experiencias, y a quienes me acompañan en el camino de vivirlas!
Doña Yoli preparó su tradicional bacalao a la vizcaína, delicioso; acompañado por un arroz impecable, moyetes deliciosos y bien calados, y el encurtido de remolachas, zanahorias, arvejas y ejotes. Ese es el almuerzo tradicional chapín para ese día. Así era en la casa de mi bisabuela, en las de mis abuelas, en las de mis padres y así fue ayer en mi casa.
En su libro, Alfombras de aserrín, Amelia Lau Carling cuenta que La semana antes del domingo de Pascua…los vecinos crean alfombras de aserrín teñido, de flores y de frutas sobre el camino de muchas procesiones. Año tras año las hacen con nuevos diseños. Año tras año las procesiones marchan sobre ellas, destruyendo sus dibujos al pasar. De niña en Guatemala, mi hogar era el de una familia china que se aferraba a sus costumbres. Pero la semana santa era una temporada como ninguna otra hasta para una familia china tan tradicional como la nuestra. Con los vecinos nos juntábamos en las aceras para admirar las alfombras antes de que los cortejos caminaran sobre ellas. Viendo las procesiones, yo sentía que la historia que narraban ocurría ahí mismo. Y la belleza de los breves tapices creados con tanto primor se ha quedado grabada en mi corazón.
Elegí este relato porque Amelia expresa muy bien mis propios sentimientos frente a las alfombras; porque la familia de Amelia vivía en la Quinta Avenida de la zona 1, a unas cuadras donde vivía mi tatarabuela, Gilberta y su familia, sobre la misma avenida en la que hicimos la alfombra del viernes; y porque este año –por cuarta vez en mi vida– estuve algo involucrado en la elaboración de una alfombra de aquellas.
Al describir el proceso, Amelia cuenta que Primero puso una capa de aserrín natural y la regó con agua. En seguida sus ayudantes dibujaron sobre ella las figuras de aserrín coloreado. Se encaramaban sobre tablas para alcanzar los lugares que debían adornar sin estropear lo que ya habían hecho. Con un colador y unos esténciles de cartón, pasaban finas lloviznas de colores. Cuidadosamente medían los diseños, siguiendo las instrucciones…luego otro ayudante pasaba por toda la alfombra con una regadera muy fina de agua, “pish, pish”, para que el aserrín quedara bien plano. Ay, que linda era. ¡Parecía una alfombra de verdad!
Si, es cierto que uno termina cansadísimo; pero es ese cansancio que enorgullece luego de haber hecho algo alegre, algo hermoso, algo que enriquece y algo que te deja lleno de buenos recuerdos y de cariño hasta el punto de que con un buen baño y una buena noche de descanso ya estás listo para hacerlo mejor…el año entrante.
Las dos primeras fotos son por Raúl Contreras, de Así es la vida; y las dos de grupos son por José Eduardo Valdizán.