Hechor y consentidor pecan igual, decía una pancarta durante la manifestación del sábado pasado. Es una creencia muy generalizada esa de que en los casos de corrupción como los de las aduanas, tan criminal es el que pide mordidas, como el que las da; y que tan criminal es el que se hace el loco con el cobro de impuestos, como el que se aprovecha de aquella locura. Hasta gente que uno cree que es más viva se deja llevar por ideas así y pide que se investigue, persiga y castigue a todos los que no pagan los impuestos de importación.
Detengamonos, sin embargo, para ver más allá de lo concreto y explorar los principios que hay detrás de los impuestos: Los impuestos son dinero ajeno tomado por la fuerza, para ser repartido políticamente entre intereses específicos con los que los legítimos propietarios de los recursos expoliados podrían no estar de acuerdo. Dicho lo anterior, ¿por qué no habría de ser legítimo que los legítimos propietarios del dinero (o de los bienes tributarios), trataran de evitar la expoliación?
Y, ¿qué son los impuestos de importación, o aranceles? Pues los aranceles existen porque un grupo de políticos (y de personas que pueden usar la política y la ley en su propio beneficio) deciden que otras personas no pueden vender bienes más allá de una línea imaginaria llamada frontera, sin pagar por la fuerza un impuesto. Los publicanos que cobran aquel impuesto tienen la llave para dejar entrar, o no, mercaderías pagando, o no el impuesto. Es tan arbitrario el sistema que si tu compras una computadora en el extranjero pagas, o no pagas un impuesto en el Aeropuerto, dependiendo sólo de tu suerte, o de la buena, o mala voluntad de un vista. Lo mismo ocurre si traes un furgón con mercadería, o dos.
En el papel el pago de impuestos de importación es obligatorio para todos los que quieran pasar mercaderías por la frontera; pero en la realidad, el publicano que tiene la llave tiene la facultad arbitraria de dejar pasar, o no los bienes. El y su equipo tienen la facultad arbitraria de dejar que sigas con tus negocios en paz, o arruinarte. Y como esa facultad no se aplica igual para todos, viola no sólo el derecho a intercambiar libremente, sin coerción; sino que viola el principio de igualdad de todos ante la ley. ¿Por qué no habría de ser legítimo defenderse de aquellas violaciones?
Algunos hacen una diferencia entre evitar el pago de aranceles para actividades en los que estos se aplican luego del inicio de la actividad; y evitar el pago de aranceles para actividades posteriores a la existencia del arancel. Para ellos el arancel debería ser parte de la estructura de costos y el tributario debería resignarse y pagar sin chistar. Esto es como aceptar que la extorsión es legítima sólo porque ya existía antes de que la víctima fueran extorsionada.
Algunos dicen que quien conoce de actos de corrupción -como las extorsiones en Aduanas- están obligados a denunciarlas, o son cómplices. Y asegún, puede ser que eso tenga algo de cierto; pero hay veces que eso es como pedirle al asaltado en el callejón que no entregue su billetera y que denuncie al asaltante:
–Manos arriba, deme su billetera.
–No. No quiero ser su complice y debo denunciarlo.
Con el recientemente descubierto caso de La línea, hay quienes dicen que los usuarios de servicios de courier con los que no se pagaban impuestos de importación son tan culpables como los funcionarios e involucrados en aquella mafia. Y que si ahora protestan contra la corrupción son culpables de doble moral. Sin embargo, los couriers que cobran tarifa única (sin los aranceles) son empresas que ofrecen ese servicio de forma abierta y pública. No es posible que los publicanos en la Superintendencia de Administración Tributaria y en las aduanas no supieran de su modus operandi. No es aventurado especular que hay un acuerdo entre los publicanos y los propietarios de aquellos couriers. Los furgones pasan por las aduanas de la misma forma en que pasa la computadora que mencioné arriba: de forma arbitraria. Caprichosa. Voluble. Y a la luz del día. Los usuarios de aquellos servicios no van a un callejón oscuro, ni a un bar cutre para hacer negocios.
¿Qué hacen los usuarios? Comparan costos a la luz de día y públicamente; y eligen al proveedor que les permite traer su libro, su par de zapatos, o su repuesto de la forma más barata posible. En realidad al usuario no cabe responsabilizarlo por los arreglos que hayan entre los publicanos que tienen las llaves y cobran (o no) los tributos, y sus socios, sus clientes, o sus víctimas más directas.
La lucha contra las aduanas y los publicanos es una lucha por la libertad de intercambiar sin coerción, ni privilegios. Y quienes con malevolencia pretenden igualar a las víctimas de los publicanos, lo que hacen -en realidad- es distraer hacia lo circunstancial yconcreto el problema moral de fondo: ¿Es legítimo impedir que las personas puedan intercambiar libremente? ¿Es legítimo defenderse de los impedimentos para intercambiar sin coerción, ni privilegios? ¿Hay diferencia entre la extorsión y la actividad de los que cobran impuestos arbitrariamente?
La crisis desatada por el destape de La línea debe conducirnos, no a una cacería de brujas que esconda la raíz del problema. Debe llevarnos a una reforma total. ¿Cuál es mi propuesta? La eliminación total de las aduanas y los aranceles. ¿Te espanta arrancar el mal de raíz? ¿No puedes ni imaginar una sociedad pacífica y voluntaria y crees que es necesario tomar dinero ajeno por la fuerza para conseguir objetivos que tu crees que son buenos? Bueno…aquí va otra: un arancel único de 5%. Unico para eliminar algo de la arbitrariedad; y así de bajito para desincentivar la elusión.
La foto es por José García S. de como quedó la Aduana luego de los terremotos de 1917 y 18.