Todo pasó, sin que pasara nada, es una frase que uso cuando las expectativas de desastre no se cumplen en un evento de cualquier naturaleza; esa es una frase que oí de mi tía abuela La Mamita y se me pegó.
La Mamita era Elia Hidalgo, hermana -y cuas– de mi abuelita Juanita. Era tía de mi madre. Nunca se casó y mi papá le cantaba Solamente una vez amé en la vida. A los niños nos divertía mucho cuando cantaba Te voy a hacer tus calzones, como los usa el ranchero. También cantaba Si a tu ventana llega una paloma/ Trátala con cariño que es mi persona/ Cuéntale tus amores bien de mi vida/ Corónala de flores que es cosa mía.
La Mamita y mi tío Rony.
Cuando mis padres se fueron a vivir a Costa Rica y yo era recién nacido, ellos viajaron a San José por tierra y atravesaron el istmo centroamericano en auto. Fue La Mamita quien me llevó en avión a encontrarme con mis padres en Tiquicia.
La Mamita era una contadora de cuentos con talento. Contaba docenas de cuentos tradicionales como el de la Caperucita roja, el de Los tres cochinitos y otros, y el de Almendrita, una niña que era tan pequeña que vivía en la cáscara de una almendra. También contaba historias y aventuras de su vida de niña que había sido extraordinaria. Viajó, con su madre a Esquipulas -con una trupe, como se estilaba en la primera década del siglo XX y a lomo de un pony llamado Chino-. Siempre terminaba sus cuentos con una de tres frases: Me monto en un potro para que me cuenten otro, Me meto en un hoyíto para que me cuenten otro más bonito y Colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Durante un cumpleaños del presidente don Manuel Estrada Cabrera ella tuvo a su cargo declamar un poema que empezaba con el verso: Quisiera ser un pajarito; y ella dijo Quisiera ser su pajarito causando la risa del mandatario y de todos los que estaban presentes.
Tenía, La Mamita, manos hábiles y era creativa como ninguna. A los niños nos enseño, a hacer peces con pepitas de mango secas; y caras de micos con semillas de jocotes marañones. Llenaba de faroles chinos el cuarto, hechos con cartón, papel crepé y otros materiales para alegrar cualquier tarde lluviosa. Durante las fiestas de fin de año ella montaba el Nacimiento de los niños; y para la Semana Santa, ella organizaba la procesión con Nazareno, alfombras, anda y todo lo necesario…en el corredor de la casa. Fue ella quien hizo las custodias que se entregaron como sorpresas en mi primera comunión. Nos enseño a hacer barriletes. De ella aprendí a pegar botones y a zurcir calcetines y a preparar la mezcla necesaria para levantar una pequeña pared de ladrillos en la terraza de la casa. Fue ella quien me enseñó qué eran unidades, decenas y centenas. Tenía paciencia de santa hasta que soltaba un ¡No me incomoden!
Ella nos enseñó juegos como el de Juan Perulero, que era uno de imitaciones; Un buque cargado de…, que era para aprender palabras nuevas; y Por allá fumé, que era una especie de tenta.
Otra frase suya, para cuando alguien le pedía algo absurdo, o imposible era: ¡Andá a freír niguas en sartén de palo!
La Mamita tenía gato, sus biceps eran fuertes y a los niños nos divertía que los mostrara. Hacía círculos de humo con los cigarrillos y fumaba Payasos. Los niños nos fascinábamos cuando sacaba el humo de la nariz, cosa que otros adultos se negaban a hacer para nosotros. Cuando en la noche me daban ganas de orinar, ella era la que me ponía de pie en la cama, acercaba la bacinica de peltre y procedía en consecuencia para ayudarme en aquel proceso.
Nos hacía tamales de dos pulgadas de largo para los niños. Ella era la diosa incuestionable del dulce de garbanzos, arte que luego desarrolló mi tío Rony y que se nos da muy bien en casa. Nadie, nadie, nadie hace tamalitos de Cambray tan deliciosos como ella. Me encantaban sus hojuelas con miel de abejas, sus plátanos en gloria, sus duraznos con cerezas y su caldo de albóndigas. Cuando hacía turrón, a mano y con un tenedor, la cocina de la casa se llenaba de abejas. Todavía la vi moliendo arroz en un metate, para hacer horchata.
La Mamita me heredó su dentadura de oro…¡toda una dentadura de oro! y, como todo patojo es bruto, la vendí para comprarme ropa.
Mamita, gracias por tanto.