Ayer, que se recordó la bomba atómica sobre Hiroshima decidí ver la película Yamamoto Isoroku acerca del almirante japonés que dirigió el ataque a Pearl Harbor.
Esta película presenta el otro lado de la historia; es decir, la perspectiva japonesa del trágico involucramiento de aquel país en la II Guerra Mundial. Cuidadosamente, la peli evade relacionar al emperador Hirohito con la política de guerra; y por ningún lado se asoma la relación que hay entre el ánimo guerrero de los políticos japoneses con la cultura sintoísta, aunque sí asoman las tradiciones samurai.
Me llamó mucho la atención, sin embargo, que durante toda la película se hace evidente la irracionalidad que prevalecía entre políticos, militares, periodistas y personas en general frente a lo que significaba una alianza con Hitler y Mussolini y frente a lo que significaba enfrentarse a un enemigo formidable como eran los Estados Unidos de América. Hay una escena que me impresionó particularmente y es cuando el almirante Isoroku Yamamoto -en una reunión con oficiales de la Armada y del Ejército le pregunta a un oficial: ¿Qué evidencia tiene?; y el oficial y sus compañeros se ven desconcertados ante esa pregunta. A lo largo de la película hay varios momentos que nos recuerdan que Japón no tenía las condiciones objetivas necesarias para entrar en la guerra; pero cegados por tradiciones colectivistas y místicas, sus dirigentes no dudaron en aquella aventura fatal.
La película ilustra cómo es que Yamamoto siempre se opuso a la guerra -y a la alianza con el Eje- y sólo accedió a iniciarla y dirigirla porque era su deber (esa idea kantiana tan peligrosamente resbalosa) y como un medio para conseguir la paz.
Desde otra perspectiva, alguien como yo aprecia muchísimo la notable presencia de alimentos y de costumbres alrededor de la mesa en toda la peli. En ese sentido hay tres escenas que me cautivaron. La escena en la que el Yamamoto come con su hermana y sus sobrinos y les enseña a ellos el orden en el que se comen los alimentos; la escena en la que el Almirante comparte albóndigas hechas en casa con sus oficiales; y una en la que Yamamoto consuela a un colega derrotado con un plato de sopa de arroz. Una canción sobre el arroz y las berenjenas me pareció tierna.
Antes de perderte en la bulla que se hace en estos días alrededor de la explosión atómica sobre la ciudad de Hiroshima y Nagasaki recordemos que esta es una efemérides trágica y dolorosa de la que deberíamos aprender algunas lecciones. Los afortunados de no haber estado ahí, ni en la guerra espantosa que precedió a las bombas, tenemos la obligación moral de entender lo que ocurrió y hacer todo lo posible para que no vuelva a ocurrir. Para no caer en la confusión te recomiendo dos lecturas:
1. El capítulo titulado Gifts from Heaven, en Nothing Less than Victory, por John David Lewis. No soy un fan de las guerras; pero sí lo soy de la Historia y de las buenas historias. Y de aquellos que saben contarlas. En este libro John nos relata con talento como es que un objeto de la guerra es acabar con la voluntad de pelear por parte del enemigo; y al identificar las motivaciones humanas detrás de los conflictos militares, este libro expone cómo es que acciones estratégicas ofensivas pueden conseguir la paz duradera. John también explica cuál es la filosofía, o la patología social que hizo posible la participación de los japoneses en la II Guerra Mundial.
2. La segunda lectura es el capítulo titulado An Infernal Theocracy, a Celestial Caos, de Modern Times, por Paul Johnson. El autor destaca el rol del sintoísmo como sucesor del bushido y fuente de las ideas necesarias para el nacionalismo expansionista y para el militarismo y la violencia.
Estos días son muy buenos días para recordar que las ideas son importantes.
Si te interesa el tema te recomiendo este vídeo de Yaron Brook.