Durante 36 años, grupos armados marxista-leninistas y maoístas castigaron a los guatemaltecos con un enfrentamiento plagado de terrorismo, que costó miles de muertos. Uno de los actos terroristas más inescrupulosos, protagonizados por aquellas personas, fue el de septiembre de 1980. Había partes humanas esparcidas por todos lados, los hermosos vitrales del Palacio Nacional fueron dañados severamente. ¡Dos bombas fueron plantadas en el Parque Central! El propósito de aquella gente era el de establecer la dictadura del proletariado. El comunismo no asusta porque sea una palabra; sino porque es espantoso y sus muertos se cuentan por millones: 61 en la URSS, 76 en China, y así podemos seguir contando.
Aquí, miles de campesinos fueron desplazados para huir de la violencia; cientos de jóvenes fueron sacrificados. Los promotores del comunismo secuestraron hombres, mujeres y ancianas. Asesinaron embajadores, secuestraron periodistas, mataron a quien quisieron; y como el moho se metieron por todas partes.
En mayo sus huestes llenaron de hoces y martillos la Sexta Avenida. Sus efigies del Che Guevara y las banderas rojo y negro adornan las marchas de acarreados con las que toman las calles; se ven entre las barricadas de las carreteras; están presentes cuando estudiantes toman escuelas, institutos y la universidad estatal. Donde hay violencia, ahí está la iconografía de los responsables del enfrentamiento armado. El comunismo no asusta porque sea una palabra; sino porque es violencia.
Es un error pensar en el comunismo como una colección de ideas distintas e inocentes. Ninguna ideología ha producido tantos tiranos de sangre fría y tantas dictaduras totalitarias como el socialismo real. Occidente es duro con el nacionalsocialismo; pero al comunismo –cuantitativamente más carnicero– le ofrece un doble estándar y docenas de excusas para sus desaciertos. Como si millones de muertos y 80 décadas de horror fueran solo descuidos.
Claro que este tema incomoda a muchos, sobre todo a los que se benefician del olvido; y a quienes comen cómodamente con los responsables de los crímenes que los promotores de la dictadura del proletariado cometieron aquí; no solo con impunidad, sino con desvergüenza. El comunismo asusta porque puede hacerse realidad.
Esta columna fue publicada en El periódico. Para entender al comunismo te recomiendo este vídeo: