Desde hace cinco años un grupo de amigos y yo tenemos la tradición de preparar alfombras frente a la casa de doña Yoli. Es un encuentro generacional, una celebración de la vida entre amigos y familia, y una continuidad de las tradiciones chapinas.
Los que siguen de cerca este espacio saben que no estoy de acuerdo con la filosofía prevaleciente en ésta temporada; pero afortunadamente coincide con el equinoccio de primavera y con la fiesta de la fertilidad, lo cual me da la oportunidad de celebrar como debe ser: con buen bacalao y buen vino, en compañía de personas a las que valoro mucho.
Como el año pasado, en esta ocasión hicimos dos alfombras, una de aserrín y otra de pino. El diseño de la primera fue audaz y muy distinto a las que hemos hecho en años anteriores. Daba mucha alegría ver cuando la gente se detenía a hacer comentarios y se tomaba fotos con ella. Una familia se detuvo a ver y la pequeña niña que iba con ellos pidió que si la dejábamos ayudar con la alfombra. ¡Por supuesto que le dijimos que sí y gozamos mucho su entusiasmo! Una vez más, cuatro generaciones participamos en la elaboración de las alfombras. Además de cuatro generaciones hubo cuatro nacionalidades involucradas.
Doña Yoli preparó su delicioso bacalao a la vizcaína; acompañado por un arroz impecable, moyetes exquisitos y bien calados, y el tradicional encurtido de remolachas, zanahorias, arvejas y ejotes. Ese es el almuerzo chapín para ese día. Así era en la casa de mi bisabuela, en las de mis abuelas, en las de mis padres y así será hoy en mi casa. Sólo que aquí, en vez de encurtido, comemos aguacates porque somos fans de los aguacates.
¿Por qué es que practico algunas tradiciones -aunque no esté de acuerdo con la filosofía de muchas de ellas-? Pues me gusta el encuentro entre generaciones; el establecimiento y fortalecimiento de vínculos culturales, históricos, familiares, y amistosos. Las tradiciones nos dan la oportunidad de enriquecernos afectiva y culturalmente. Nos sirven para aprender acerca de costumbres y prácticas que no sólo son inmemoriales (en muchos casos), sino que se han adaptado, o han permanecido prácticamente inmutables. Por eso es que la nuestra debe ser la alfombra elaborada por el mayor número de ateos y agnósticos por metro cuadrado, en todo el país.
Para los lectores distraídos será raro que porque uno es individualista no rechace las prácticas culturales colectivas. Sin embargo, no hay nada en el individualismo metodológico que apunte en esa dirección; y ciertamente no hay nada en el individualismo -como principio según el cual los hombres poseemos derechos individuales que no les pueden ser arrebatados por ningún otro hombre, ni tampoco por cualquier número, grupo o conjunto de hombres- que apunte hacia aquella creencia.
Las tradiciones enriquecen la evolución social. Son parte del largo proceso de prueba y error por medio de cual crece y prospera una sociedad. Las tradiciones dan un sentido de pertenencia: a este grupo de amigos, a estas familias, o a esta tribu…y luego a la sociedad.
De verdad les agradezco a mi bisabuela, a mis abuelas, a mis padres, a mis amigos y a todos los que no sólo me enseñaron a disfrutar de las tradiciones y de la alegría de celebrarlas en compañía de quienes uno ama; sino que me permiten ser parte de ellas. ¡Mi vida es muchos más rica gracias a las experiencias, y a quienes me acompañan en el camino de vivirlas!
Como en otros años, comparto el siguiente relato que expresa muy bien mis propios sentimientos frente a las alfombras; y porque la familia de la autora vivía en la Quinta Avenida de la zona 1, a unas cuadras donde vivía mi tatarabuela, Gilberta y su familia, sobre la misma avenida en la que hicimos la alfombra de ayer:
En Alfombras de aserrín, Amelia Lau Carling relata que La semana antes del domingo de Pascua…los vecinos crean alfombras de aserrín teñido, de flores y de frutas sobre el camino de muchas procesiones. Año tras año las hacen con nuevos diseños. Año tras año las procesiones marchan sobre ellas, destruyendo sus dibujos al pasar. De niña en Guatemala, mi hogar era el de una familia china que se aferraba a sus costumbres. Pero la semana santa era una temporada como ninguna otra hasta para una familia china tan tradicional como la nuestra. Con los vecinos nos juntábamos en las aceras para admirar las alfombras antes de que los cortejos caminaran sobre ellas. Viendo las procesiones, yo sentía que la historia que narraban ocurría ahí mismo. Y la belleza de los breves tapices creados con tanto primor se ha quedado grabada en mi corazón.
Al describir el proceso, Amelia cuenta que Primero puso una capa de aserrín natural y la regó con agua. En seguida sus ayudantes dibujaron sobre ella las figuras de aserrín coloreado. Se encaramaban sobre tablas para alcanzar los lugares que debían adornar sin estropear lo que ya habían hecho. Con un colador y unos esténciles de cartón, pasaban finas lloviznas de colores. Cuidadosamente medían los diseños, siguiendo las instrucciones…luego otro ayudante pasaba por toda la alfombra con una regadera muy fina de agua, “pish, pish”, para que el aserrín quedara bien plano. Ay, que linda era. ¡Parecía una alfombra de verdad!
Si, es cierto que uno termina bien cansado; pero es ese cansancio que enorgullece luego de haber hecho algo alegre, algo hermoso, algo que enriquece y algo que te deja lleno de buenos recuerdos y de cariño hasta el punto de que con un buen baño y una buena noche de descanso ya estás listo para hacerlo mejor…el año entrante.
Actualización: les pregunté a los lectores de @luisficarpediem si alguna vez habían hecho alfombra y de los 17 que respondieron, 11 dijeron que sí y les gusta; en tanto que 6 dijeron que no han hecho.
La tercera foto es por María Dolores Arias y la cuarta es por José Eduardo Valdizán.