Mi nana, Elena, fue quien me enseñó a deshojar margaritas. Al ritmo de Me quiere, no me quiere deshojamos varias en el jardín de la casa de mi abuela cuando yo estaba en Primer grado de primaria.
De aquello me acordé cuando pensé en que los guatemaltecos nos debatimos en un dilema moral/político: optamos por que se cumplan las leyes (que son las reglas del juego), o nos vamos por la vía de romper las reglas del juego para tratar de afianzar la gobernabilidad.
La pregunta para la margarita es: ¿Respetamos las leyes, o tratamos de afianzar la gobernabilidad?
Cinco margaritas. Foto por Friedrich Haag, via Wikimedia Commons.
Me explico:
Porque toda persona es inocente mientras no se le haya declarado responsable judicialmente, en sentencia debidamente ejecutoriada, las autoridades correspondientes -tanto en el ámbito administrativo, como en el judicial, cuando toque- están obligadas a probar, sin duda alguna, que los hechos y actos que le atribuye al Movimiento Semilla son reales. Tal es el caso del uso de personas fallecidas, personas que no han firmado hojas de adhesión, datos de nombres y DPI inexistentes, y anomalías de datos repetidos para su inscripción como partido político.
Si han sido cometidos aquellos actos, que seguramente han sido cometidos por otros partidos políticos, la pregunta para la margarita es: ¿Respetamos las reglas, o nos hacemos los locos para no perturbar la gobernabilidad?
Si no se investigan y se someten a procedimiento administrativo y judicial los supuestos actos de corrupción cometidos por los directivos de Semilla, la pregunta para la margarita es: ¿Qué vale más, la igualdad de todos ante la ley, o la pureza del proceso electoral?
Otra pregunta para la margarita es: ¿Detenemos aquí las malas prácticas electorales, o -como antes ha habido errores y arbitrariedades- los seguimos tolerando para no incomodar el proceso democrático y la gobernabilidad?
Voy a atreverme a decir que una gobernabilidad fundada sobre la aplicación casuística de la ley para no incomodar el proceso democrático es un desatino. Me recuerda una frase de Nicolás Maquiavelo que dice: El que tolera el desorden para evitar la guerra, primero tendrá el desorden y luego la guerra; idea muy parecida a una de Winston Churchill que dice: El que se humilla para evitar la guerra tendrá la humillación y la guerra.
Es decir que no puedes conseguir algo valioso como la paz, el orden, ni la gobernabilidad, ni un proceso democrático sano sostenibles, si en el corto plazo sacrificas lo que en hace posibles aquellos valores: En este caso las reglas del juego, la ley, la igualdad de todos ante la ley…y la confianza.
La historia de la margarita es útil para ilustrar el problema; pero este es un asunto que no se puede dejar al azar y demanda un ejercicio responsable de parte de los ciudadanos y de los tributarios. ¿Qué vamos a elegir? ¿Respeto a las reglas del juego, o la gobernabilidad?
El tema de la gobernabilidad tiene su trampa porque es de orden político* y su importancia es más evidente y emotiva que la del respeto a las reglas del juego. La gobernabilidad indica el grado de cooperación e interacción entre el gobierno y los actores no gubernamentales, para la toma de decisiones que tienen efectos en la sociedad. Y en ese contexto, si un grupo de aquellos actores bloquea carreteras o comete otros actos de violencia, o de amenazas de violencia para impedir la aplicación de las reglas del juego, puede surgir el desorden. Este desorden, puede generar ingoberanbilidad. ¿Hacemos una excepción a la aplicación de las reglas del juego para evitar el desorden? ¿Cuándo se vale eso, y cuándo no?
Como a la gente no le gusta el desorden -con razón- ¿vale la pena sacrificar las reglas del juego? No se qué dirá la margarita; pero parafraseando a Maquiavelo y a Churchil, el ciudadano y el tributario conscientes -y honestos, para no falsear la realidad- deberían responder: El que prefiere la gobernabilidad en el corto plazo, termina perdiendo el respeto a la ley en el largo plazo. El que tolera la violación a la ley para conseguir gobernabilidad, primero tendrá ingobernabilidad y luego la ley perderá su valor.
*De naturaleza política, porque tiene que ver con la posibilidad de ejercer el poder.
Columna publicada en República.