La guinda del pastel, en la excursión que ayer hice por la zona 1, fue una visita a ese lastimoso amontonamiento de cosas que lleva el nombre pomposo de Museo Nacional de Historia.
El museo se halla en un estupendo edificio neoclásico francés que fuera construido originalmente para alojar al Registro de la Propiedad Inmueble, en tiempos de José María Reyna Barrios. La colección tiene desde cosas muy hermosas como un aguamanil en forma de pez (que es mi pieza favorita), las coronas de laurel (hechas de plata) que eran de los autores del Himno Nacional, hasta cosas que a duras penas tienen sentido, como un amontonamiento de ladrillos y tejas que pretende ilustrar la destrucción de la ciudad durante los terremotos de 1917 y 18, y grupos de cerámica típica guatemalteca casi apilada en vitrinas.
En algunos casos, como ocurre con los amueblados de Jorge Ubico, se ve que hay un intento de ambientar la exhibición; y claro que el museo está organizado por épocas: Colonial, Independencia, Rafael Carrera, Justo Rufino Barrios, Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico, por ejemplo. Sin embargo, la falta de cédulas en las piezas, y lo viejas y mal hechas, de algunas de las que hay, dan la impresión de que, al final, todo es inconexo e incoherente.
Vi esa colección, por primera vez, a principios de los años 70 cuando estaba en un sólo salón en el edificio que ocupan la Biblioteca Nacional y el Archivo General de Centroamérica. En algún momento de los años 80 la colección fue guardada y no volvió a aparecer hasta que lo hizo en el edificio que ocupa actualmente. De los 70 para acá, he visto cómo se deteriora y por eso usé como ilustración de esta entrada una alegoría de Guatemala.
Esta pieza es un collage cuyos colores se han ido destiñendo con el tiempo. La recuerdo brillante y ahora luce mustia junto a una ventana por la que le da la luz del sol. Y así ha ido pasando con muchas piezas a las que parece evidente que no se les da mantenimiento. Eso se nota, principalmente en los lienzos y en los retratos. Y a mí que no me digan que es por falta de presupuesto porque de verdad no puedo creer que en 30 años las cédulas sigan siendo las mismas. Que no me digan que, si ese fuera el caso, no pueden juntar un poquito de recursos para ir limpiando y organizando sala por sala, aunque sea una cada año.
Ir de paseo por la zona 1 y por rincones como este Museo siempre es une experiencia grata; pero sería muchísimo más enriquecedora si se hiciera más cuidado y si los lugares a visitar ofrecieran más que cosas viejas amontonadas. El tour, por ejemplo, nos lo dio un muchacho que tenía todas las buenas intenciones del mundo; pero cuyas explicaciones estaban tan llenas de nimiedades, que hicieron que rápidamente perdiera el interés en ellas.
Al final del paseo, y por nuestra cuenta -gracias a uno de los 15 cuates con los que hicimos la excursión- vimos la Plaza de la Constitución desde lo alto del Edificio Elma. Y de allí, nos fuimos a almorzar al Mercado Central, donde doña Mela.