El adulto vintage que soy se puso contento cuando oyó campanas en el sentido de que podría volver a funcionar el correo. ¡No el correo como una empresa estatal, claro!, pero sí como funcionó durante los primeros años de este siglo en forma de concesión.
¿Por qué? Porque mi abuela, Frances, me transmitió el cariño por la tradición de enviar y recibir tarjetas de Navidad. Ella recibía cerca de un par de cientos de tarjetas al año (y enviaba otro número igual). Era alegre recibirlas, abrirlas y ver quién las enviaba y de dónde venían. Durante algún tiempo, en casa también enviamos tarjetas a personas que valoramos. En cualquier ocasión, era emocionante cuando el cartero tocaba el timbre y dejaba correspondencia en el buzón. El cartero de la casa de mis padres se apellidaba Pernillo Boteo.
Mi abuela también cultivó en mí el placer de la filatelia; y durante años encontré solaz en clasificar, limpiar, volver a clasificar y observar con detenimiento las piezas de mi colección de estampillas postales. Todavía conservo tres colecciones temáticas: una de Guatemala, una de estampillas con personas, y una de arquitectura. Era el correo el que hacía posible el ir y venir, así como el intercambio de aquellas piezas.
Para la celebración del Año de la Mujer, Guatemala emitió una serie de estampillas conmemorativas, y mi abuela participó en el diseño de la serie; yo la acompañé a la reunión que tuvo con las personas encargadas en el viejo edificio que construyó don Jorge Ubico y que se halla en la Séptima avenida y 12 calle. Esto fue porque era presidenta del Club Zonta de Guatemala (una asociación benéfica de mujeres profesionales) y ese año, ella recibió una condecoración presidencial.
Dicho lo anterior, es cierto que ya no hay estampillas nuevas; pero para quienes todavía disfrutan de la filatelia, hay docenas y docenas de especializaciones para disfrutar. Es un hecho que ningún filatelista se va a quedar sin quehacer, y yo abandoné la afición en los años 90.
Pasado el momento de la nostalgia, lo cierto es que ya hace tantos años que la corrupción acabó con el correo en Guatemala, que los usuarios de aquel servicio ya solucionaron sus necesidades. ¡Por supuesto que enviar un email no tiene el encanto ni la elegancia de escribir una carta!; pero uno se puede cartear con frecuencia con familiares y amigos a un clic de distancia y en un santiamén. Ya nadie recibe estados de cuenta por snail mail. Los cobros por electricidad, teléfonos y tarjetas de crédito llegan sin necesidad del correo. Los paquetes se envían y se reciben por medio de couriers, y hay una gran oferta de estos. Nadie, con dos dedos de frente, manda algo a Guatemala por el correo. El correo, como lo conoció mi generación, ya fue.
¿Por qué, entonces, habría que revivir al difunto?
Di que soy malpensado, pero lo único que se me ocurre es porque sería fuente de partidas presupuestarias. ¡Casas, carros, sueldos, puntos! Viajes para los funcionarios; bisnes para socios, amantes y ahijados; jugosas plazas para aquellos, plazas para fantasmas y plazas para la clientela electoral. Un correo estatal, administrado por el ministerio más ñaque de toda la administración ñiquiñaque, sería una carga y una sangría para los tributarios (y los tributarios son tú).
Es peligroso que la piñata estatal siga creciendo porque aquellas partidas (y todas las partidas) se pagan con impuestos, endeudamiento e inflación… y no quieres eso, ¿verdad? ¿Verdad?
Columna publicada en República.