Los encierros, calladamente están mejorando las ciudades alrededor del mundo, dijo el World Economic Forum en un tuit que luego tuvo que borrar; y sospecho que es porque la arrogancia de ver al mundo como una prisión en la que ciertas élites son los alcaides levantó mucha indignación. Con fotos de ciudades vacías -y ¡muertas!- los directivos de Davos muestran su imagen más aterradora, perversa y perturbadora.
A pesar del entusiasmo del WEF y de muchos ecohistéricos, lo cierto es que los encierros han causado muertes e infelicidad, aparte de haber destruido mucha riqueza, lo que ha empobrecido a millones de familias que perdieron sus fuentes de ingresos.
Ayer, el columnista César García contó la historia de don Oscar que está muriendo sanamente, sumido en la tristeza, porque se halla prisionero en su casa y sin poder trabajar, porque sus hijos le han prohibido que salga y trabaje. Como a él le gusta. En Guatemala, ¿cuántas personas mueren así, de a poquito, por obedecer las pretensiones y satisfacer las preferencias de la gente del WEF…o de los fans del quédate en casa forzado?
Está claro que para el WEF y sus simpatizantes el mundo estaría mejor sin humanos; lo cual no es una historia nueva, pero no por ello es menos inquietante. Para darte una idea de lo que cuestan los gustos del WEF y de sus simpatizantes, aparte de la vida de don Oscar y de todos los don Oscar que no conocemos, en Japón cerca de 20,000 personas se suicidaron en 2020 y la tendencia es creciente. Los expertos en salud mental de todo el mundo no dejan llamar la atención sobre el aumento de casos de depresión y otros trastornos mentales graves. En España, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, el suicidio se mantuvo como la primera causa de muerte externa durante los cinco primeros meses de 2020, con 1,343 fallecimientos registrados. ¿Cuáles serán las cifras de depresión y suicidios en Guatemala, relacionados con el encierro del año pasado? ¿Alguien conoce las cifras entre jóvenes y ancianos?
En España, las restricciones impuestas y la incertidumbre durante el encierro tuvieron un mayor impacto psicológico en personas con trastornos mentales, que suelen tener estrategias de comportamiento menos saludables para enfrentar la situación.
Pero el costo de los caprichos del WEF y de sus simpatizantes no se queda ahí. Durante el encierro aumentaron los casos de lesiones auto infligidas, violencia doméstica, consumo de sustancias y duelos complicados.
En Guatemala, el seguro social perdió 41,000 afiliados el año pasado, en el contexto del encierro forzado. Las caídas más drásticas se produjeron en abril y junio. Aquel no sólo es un número, sino que son personas que perdieron sus empleos formales. ¿Cuántas de esas personas y sus familias pasan penas? Puede que el ruido seísmico esté cerca del nivel que le agrada la élite siniestra de Davos; pero se paga con vidas humanas.
Para don Oscar y para miles de personas que no conocemos, las urbes sin entretenimientos, sin expresiones culturales, sin sonrisas, sin abrazos, sin encuentros, sin conciertos, sin paseos y sin besos, no son un quédate en casa, inocente, sino que son la muerte en vida…o la muerte a secas.