El primer horno de microondas que ví, en mi vida, fue allá por finales de los años 70 en la casa de mi tía Sylvia. Ella puso un tamal y lo calcinó.
Uno va a cualquier centro comercial popular en Guatemala -o se pasea por la Sexta Avenida en un domingo por la tarde- y se encuentra con docenas de tiendas de electrodomésticos, cundidas de hornos de microondas de todos tamaños, colores y precios; y de docenas y docenas de aparatos entre estufas, refrigeradoras, lavadoras, licuadoras, batidoras y hasta poporoperas y waffleras, entre otros. El micro es tan ubicuo como la licuadora.
El año pasado, conocida e importante cadena de tiendas de electrodomésticos inauguró su sucursal en Xela (la segunda ciudad del país y predominantemente indígena) y no sólo tuvo que reabastecerla antes de lo previsto, sino que tuvo que elevar el nivel de las líneas que ofrecía porque la gente no quería las líneas populares, sino líneas de “mayor categoría”.
En Cuba, un programa oficial de la dictadura les facilita hornos de microondas a los cubanos. Ana Magdalena Melián, de 91 años nunca había visto uno hasta que el régimen le dio uno a fines de 2007. Leo en la página 50 de Prensa Libre de hoy, que “programas parecidos permitieron a los cubanos adquirir televisores a color, ollas de presión, aire acondicionado y refrigeradoras. Pero hasta ahora no había acceso a microondas, computadoras y reproductores de DVD, que estaban disponibles unicamente para empresas y extranjeros”.
Aquí, en cambio, cualquier habitante de La Limonada (una de las barriadas más antiguas de la ciudad) tiene televisión, cable, DVD y otros aparatos. ¡Cualquiera tiene teléfono celular!
Saben qué me indigna más. La farsa típicamente socialista: “Algunos ricos de La Habana tenían microondas, pero el resto de nosotros no; dijo doña Ana Magdalena, que usa el suyo para hacer flanes y descongelar pollos.
¿Saben qué? La sociedad socialista no es tan igualitaria, ¿verdad? Lo digo, aunque parezca obvio, porque nunca falta quien elogie el igualitarismo en Cuba. Y no falta quien diga que a pesar de la falta de libertad, allá se vive bien. Y esos ricos que menciona la señora Melían, ¿quién quiere apostar en contra que son de dos tipos: miembros del régimen, o privilegiados por la dictadura?


