Fue un error haber ido a Atitlán, dijo don Manfried que, hace un par de semanas vino a Guatemala después de haber fuera durante más de 30 años. Vino con su esposa y una pareja de amigos suizos, e ilusionado se los llevó al Atitlán que él recordaba de finales de los años 70.
Claro que se fue a encontrar con la suciedad, con la arquitectura de las remesas y con lo kitsch que afea toda Guatemala. A mí me ocurrió algo parecido cuando llevé a mi sobrino a que conociera Todos Santos, pueblo que yo recordaba como encantador y que ahora es espantoso. Por eso compartí el sentimiento de don Manfried.
Mi amigo Gianca es optimista en cuanto a esto. Dice que Guatemala está en un período de transición y que ahora es como una hija adolecente que en unos años alcanzará la plenitud de su belleza, luego de pasar por esta etapa. Está claro que la sociedad está cambiando; y está claro que es mejor que aprendamos de los errores que cometemos en este proceso de cambio. Sin embargo, yo temo que van a ser muchos años los que van tener que pasar para que Guatemala se recupere del deterioro generalizado en el que se está sumiendo.
Por supuesto que no creo que la solución sea la planificación y el diseño de las poblaciones; y a la larga, por supuesto que es más importante que se respeten el derecho de propiedad de las personas y los gustos y fines individuales; que imponer el orden, o la uniformidad para el gusto de los turistas y de los que añoramos el encanto chapín de antes. Empero, si creo que vale la pena que nos empecemos a dar cuenta de que la Guatemala que estamos construyendo ahorita mismo, es muy diferente a la de la propaganda del Inguat; y muy diferente a la de las postales que atraen turistas.
La foto, por cierto, es una muestra de la iconografía que abunda en pueblos que antes eran un encanto para el turismo; y ahora…y ahora son así.