La Ley contra el Enriquecimiento Ilícito o Ley Anticorrupción está entrampada en el Congreso. ¿Te sorprende? Cabal; no debería sorprenderle a nadie.
No nos sorprende; pero existe, entre nosotros, mucha gente que cree que hay ciertos seres humanos que, cuando actúan en el sector público (que es el sector coercitivo de las relaciones sociales), lo hacen de una forma romántica tal, que –de forma benévola y omnisciente– o por lo menos con buenas intenciones, pueden ejecutar “el interés público” y mantener al margen sus propios intereses. Esas personas creen que los políticos y sus funcionarios actúan de forma distinta a la naturaleza humana.
Pero hay gente más viva. Tú por ejemplo. Tú sabes que los políticos y sus funcionarios son personas de carne y hueso; y que la mayoría de ellos no tiene incentivo alguno para aprobar una ley que le impediría enriquecerse a costa de los tributarios. Tú lo sabes, porque vivimos en una sociedad en la que mucha gente cree que “es baboso el que llega al Gobierno y no aprovecha las comisiones, como mínimo”.
Es curioso cómo es que la gente se queja de que la mayoría de políticos y funcionarios son venales e ineptos; pero aun así quiere que esos mismos personajes controlen su dinero, su educación, su salud, su transporte y otras cosas… y encima espera que lo hagan bien.
El genial Manuel F. Ayau propuso un ejercicio para ver este fenómeno desde otra perspectiva. Sugirió que cuando nos refiramos al Gobierno (o a los políticos y sus funcionarios) sustituyamos la palabra Gobierno por la palabra pipoldermos. Entonces diríamos: los pipoldermos velarán por la juventud; o los pipoldermos van a proveer salud, educación, transporte, bono seguro, y otras necesidades. ¿Y qué quiere decir pipoldermos?, dirás tú. Pues quiere decir: Los pícaros políticos que por el momento detentan el poder. Este ejercicio sencillo nos pone los pies sobre la tierra, ayuda a ver las cosas como son, y a entender por qué es que, a los pipoldermos no les conviene una Ley Anticorrupción; pero sí una que registre a los usuarios de teléfonos móviles, y otra que le dé al banco central la facultad de echar a andar la maquinita e imprimir quetzales a discreción, solo para mencionar dos asuntos de actualidad. ¡Vivo, pues!
Columna publicada por El Periódico.