Uno de los legados más tristes de los encierros forzados del 2020 es que, en general, se exacerbaron las agresiones y el uso de la violencia. Debido a los encierros mismos, a la incertidumbre y al ambiente generalizado de negatividad, la falta de control sobre las emociones violentas se agudizó. No es que la agresividad no existiera antes; pero, en general, había límites bastante bien definidos que luego del 2020 se hicieron difusos.
Los encierros forzados revirtieron miles de años de evolución humana durante los cuales nuestros ancestros aprendieron a ver, en el otro, a un colaborador potencial y a un sujeto potencial para el intercambio. Los encierros llevaron a demasiadas personas a ver, en el otro, a un contagiador potencial y a un enemigo potencial, de forma casi primitiva.
En aquello pensé cuando leí que, en la cumbre de Alaska hubo -en medio de las tensiones elevadas en el contexto de los bloqueos- un muerto, cuatro heridos y disparos. Es muy posible que ese incidente ocurriera en el contexto de los conflictos preexistentes entre pobladores del área; pero…los bloqueos son el caldo de cultivo perfecto para que se exacerben los ánimos y haya actos de violencia ya sea por situaciones preexistentes, o no.
Mientras más duran los bloqueos sin que las autoridades actúen en defensa de los derechos de las personas frente a los intereses de los bloqueadores, más se corre el riesgo de que alguien se salga de control y le dé rienda suelta a sus emociones más primitivas y violentas. ¡Y eso es lo que no debe ocurrir! Un Mario Alioto, y un Abner Abdiel pueden ocurrir si alguien hace algo estúpido; y las autoridades deberían saber que su misión es evitar que algo así ocurra.
Dicho lo anterior, en Guatemala no hay tal cosa como un paro nacional. Lo que hay es grupos de personas que bloquean carreteras y calles. No está claro si todas las personas que acuden a los bloqueos lo hacen de forma voluntaria (o por lo menos sin mediar pagos), ni si entienden por qué es que están ahí. Las dirigencias si, por supuesto, pero es normal que el promedio de personas no. Hay denuncias de que grupos organizados fuerzan a comerciantes a cerrar negocios y a personas a participar en los bloqueos.
Las diferencias fundamentales entre un paro y un bloqueo son que en el primer fenómeno las personas que participan lo hacen voluntariamente sin violar derechos ajenos, y en consecuencia no hace uso de la violencia, ni de la amenaza de violencia. Por ejemplo: si una persona decide voluntaria y pacíficamente que el día del paro no va a atender clientes en su negocio, pues no hay clavo. Esa es una decisión que le corresponde y ya. ¿Otro ejemplo? Si una persona decide no ir a su trabajo el día del paro, pues no hay clavo, esa es una decisión que le corresponde y ya.
Pero, ¿qué pasa en los bloqueos? Un grupo de personas les obstaculiza el paso a otras con el objetivo de que esas personas no puedan ir a sus negocios, ni a sus trabajos. ¿Cómo consiguen aquella obstaculización? Mediante el uso de barricadas, tablas con clavos, piedras y…sobre todo…mediante la amenaza de violencia contra cualquiera que trate de remover los obstáculos y pasar el bloqueo. La “participación” en el mal llamado paro, que es un bloqueo, no es voluntaria, ni pacífica. Quien no pueda ir a su negocio, o a su trabajo, porque hay un grupo que le impide ir, está siendo forzado a involucrarse en algo contra su voluntad.
Nada tienen que ver -los bloqueos- con el derecho de reunión y con el derecho a manifestar (que siendo derechos implican que no violan derechos ajenos y se ejercen sin violencia y sin amenazas). Nada tienen que ver los bloqueos con la libertad de expresión. Ya sea que los llamen como los llamen, el efecto de los bloqueos es el mismo: grupos de personas se imponen sobre otras mediante métodos coercitivos.
Lo peor que puede pasar durante un bloqueo, y lo que no debe ocurrir, es una escalada de violencia por parte de particulares. No sólo por lo que eso implicaría en términos de vidas y propiedad; sino porque a los organizadores y financistas de los bloqueos los mártires les son muy útiles. Las autoridades, sin embargo, deberían tener la Autoridad de remover a los bloqueadores y proceder judicialmente contra ellos porque están cometiendo delitos flagrantes. Los bloqueos son típicos casos de cuando los intereses particulares prevalecen sobre los derechos de los demás; pero lo que es peor, es que nadie tiene autoridad alguna para proteger las vidas y los derechos de aquellos que son afectados por los delitos cometidos en pro de aquellos intereses. Eventualmente, si los ciudadanos pacíficos y los tributarios se dan cuenta de que el gobierno es incapaz de proteger sus derechos, la gente va a empezar a defenderse y a romper bloqueos.
Remover a los bloqueadores no es soplar y hacer botellas; de modo que en una guerra de desgaste como esta, no está de más evaluar si es mejor dejar que los bloqueadores se agoten, e impedir que los bloqueos sean alimentados con gente fresca, importada, o no. Pero esa evaluación y esa estrategia debe tomar en cuenta que la gente de a pie la está pasando muy mal por los bloqueos.
En aquellos contextos para nada es raro y a nadie debería extrañarle que a los movimientos organizados por los grupos que planifican y dirigen los bloqueos de esta, y de otras temporadas, no se sume la generalidad de la población de forma voluntaria.
El chapín promedio seguramente entiende que no es correcto tapar calles, ni carreteras por muy buena que sea la intención. Al chapín promedio seguramente no le agrada la idea de amenazar con violencia a otras personas para imponer sus criterios, ni dañar su propiedad porque no comparten sus perspectivas. Al chapín promedio -que está dispuesto a ir a la plaza en paz y en familia- le repugna ver a personas armadas con bates de beisbol y palos de golf en manifestaciones que deberían ser pacíficas. Cuando manifiesta en defensa de sus derechos, o de lo que cree que es justo, el chapín promedio no está pensando en pegarle fuego a nada. Es que al chapín promedio no le interesa la revolución, sino la justicia.
El chapín promedio intuye que, si grupos de interés tienen que acudir a la fuerza para detener el país, porque no pueden persuadir, ahí hay algo que está moral y políticamente mal. Independientemente de si comparte, o no, algunos de los objetivos aparentes y legítimamente conseguibles de los bloqueadores.
Columna publicada en República.
Para entender mejor los bloqueos te recomiendo: In Guatemala, Protests Have Brought Economic Life to a Halt, por Katarina Hall.