Hoy he preparado pitayas amarillas. Como todo chapín, yo estaba acostumbrado a las sensuales pitayas que en estas latitudes tienen un color entre rojo, corinto y morado. Las he preparado como siempre, con azúcar y un chorrito de Triple Sec. Estas pitayas de un amarillo intenso, y con carne blanca han sido una agradable novedad.
Ya mi amigo Constantino me había mandado fotos de unas pitayas con carne blanca, pero con piel parecida a las pitayas que estamos acostumbrados en Guatemala.
Por cierto que ¡muchas gracias! a mis amigas Carmen y Violeta, de Taiwán, por estas frutas deliciosas y encantadoras. Y hablando de amigas, mi cuata Justine me contó que en Asia les llaman Frutas Dragón.
Ya he contado esta historia; pero cuando las comía me acorde de algo que leí cuando estaba en la Primaria. Esta es la de una cueva que estaba habitada por murciélagos, y de la cueva salían ríos de sangre. La gente, por supuesto, tenía mucho temor de la cueva y de los murciélagos; miedo que se hacía espantoso si tomamos en cuenta el vampirismo que implicaba la abundancia de sangre.
Resulta, claro, que todo tenía su explicación. Los murciélagos en cuestión consumían muchas pitayas y por lo tanto su orina y sus excrementos salían coloreados. Al mezclarse estos con el agua que corría en la caverna, parecía que de ella salían ríos de sangre. Eso, por supuesto, no puede ocurrir con las pitayas blancas.
No recuerdo si la cueva quedaba en Honduras, o en Guatemala, pero quizás alguien puede ampliarnos más información sobre esta historia.