12
Jul 22

Excursión a Zacualpa

 

En el Popol Vuh, al referirse a la sexta generación de reyes quichés se menciona a Pamacá o Zacualpa.  La semana pasada visitamos ese hermoso municipio de Quiché, habitado por gente de sonrisa fácil y muy amable.

La gente en Zacualpa es afable y a muchos les caíamos en gracia.

El propósito de ese viaje -del 7 al 10 de julio- fue el de explorar la historia de Juan Barrera, un niño mártir recién beatificado en compañía nueve personas más en aquel departamento de Guatemala.  Viajé allá en compañía de mis amigos Rachel, Lissa y Raúl porque a Rachel le interesan los temas de religión y economía.  Ella y su esposo, Robert, son autores de The Wealth of Religions. The Political Economy of Believing and Belonging.  En ese libro, el capítulo titulado When Saints Come Marching In aborda temas relacionados con Guatemala desde una perspectiva fascinante que comenté en 2019.

A medio día del martes 6 recogimos a Rachel en el Aeropuerto La Aurora y nos dirigimos rumbo a La Antigua; pero antes pasamos a almorzar al Rincón Suizo que es una parada agradable, donde se come bien y rápido, con buena atención.  Llegamos a La Antigua, para pasar la noche en casa de Lissa y luego salir rumbo a Zacualpa. La cena fue muy productiva porque repasamos la literatura que teníamos sobre aquella población e inercambiamos ideas y anécdotas, así como para ponernos al día en cuestiones personales. Es que los cuatro no nos veíamos juntos desde 2019 cuando viajamos a la feria de Joyabaj.

El miércoles 7, después del desayuno antigüeño, agarramos para Zacualpa. La hora del almuerzo nos agarró en la Deli de Paulino´s en Tecpán donde comí un delicioso sándwich de jamón y queso hecho con el estupendo pan de molde que hacen allá.  De ahí cogimos para Chichavac, el puente Chimaché sobre el río Motagua y de ahí para Chiché.  Y llegamos a Zacualpa con suficiente tiempo para instalarnos en el hostal Villa Vanesa que tiene unas cabañitas muy convenientes, jardines llenos de flores y a don Juan que es un anfitrión de primera.

Atardecer en la montaña de Zacualpa desde el hotel Villa Vanesa.

Luego visitamos el convento, y el museo dedicado a Juan Barrera que es el beato del lugar.  Sor Carmen fue nuestra guía y fue fascinante el recorrido y las historias y anécdotas que contó ella.  Muchas veces conmovedoras y a espeluznantes; relacionadas con el martirio de Juan y las operaciones de la guerrilla marxista y el ejército en aquella población.  Sobre esto último escribiré otra entrada, luego.

Sor Carmen y Lissa.

El Sol se asoma tras la montaña en Zacualpa.

Esa noche llovió mientras Raúl trabajaba y Lissa, Rachel y yo hacíamos el debrief de la visita al convento y museo acompañados con vino y quesos en el jardín del hotel.  Cuando Raúl se unió al grupo fuimos a cenar al Café Bambú, que fue nuestra base alimenticia en la excursión.  Ahí se come bien rico, uno se siente bienvenido y tiene la dicha de conocer a doña Odilia y a su hijo Raúl que saben hacer que uno esté a gusto y disfrute de la estancia en el pueblo.  El personal del restaurante también se luce en atenciones.

El jueves 8 comenzó temprano con la pretensión de conocer el sitio arqueológico adyacente a Zacualpa, un sitio que debe haber vivido los tiempos de Quicab, el rey quiché, descritos en el Popol Vuh y que compartiré en una entrada próxima. Robert Wauchope hace alusión a este sitio en sus investigaciones. La visita fue algo decepcionante porque ya nada queda de lo que vió el arqueólogo en 1948; pero Rachel y yo -con ayuda de don Sebastián y su machete- logramos llegar a la cima del único cerro/templo que queda, mientras Lissa se ocupaba de una jauría de perros que no estaba contenta de vernos en el lugar.  Don Sebastián nos contó que hacía años venían personas a buscar camahuiles de piedra verde a ese templo y que una vez encontraron un gallo misterioso que a medida en que los exploradores se acercaban a él, el gallo se escondía en las profundidades del templo.  La visita sólo valió la pena por la aventura de subir el templo y por la vista desde arriba.

Aquí voy bajando el templo de “la ciudad maya perdida”.

Don Sebastián nos guió y abrió la brecha en “la ciudad maya perdida”.

Vista desde lo alto del templo que visitamos en “la ciudad maya perdida”.

Antes de ir a lo que queda del sitio arqueológico paseamos por el mercado de Zacualpa donde compramos ocotes y vimos hongos azules y anaranjados, de esos conocidos con el nombre de xaras. Era muy divertido que las mujeres que los tenían se asombraban de que supiéramos el nombre de los hongos.

Raúl, Rachel y Lissa en el mercado de Zacualpa.

Xaras azules en el mercado de Zacualpa.

 

Raúl, Rachel y Lissa en las calles de Zacualpa.

Xaras anaranjadas en el mercado de Zacualpa. Las xaras son deliciosas asadas al carbón, con limón y sal, en tortillas.

Esa mañana visitamos El Tablón, la aldea de Juan Barrera. Nuestro guía fue Esteban que nos llevó al área donde vivió y fue asesinado el niño. La familia de Esteban nos contó historias y uno va comparando y contrastando información para hacerse una mejor idea de lo que ocurrió.

Rachel, Esteban y Lissa en El Tablón.

Luego del almuerzo en el Café Bambú, Lissa y Rachel tuvieron otra conversación con Sor Carmen mientras Raúl y yo paseamos por el pueblo y apreciamos la estética y la arquitectura tan características del altiplano occidental guatemalteco.  Vimos que en Zacualpa abundan las clínicas odontológicas que ponen oro en las dentaduras de las personas y ciertamente que allá hay gente que tiene dentaduras magníficamente decoradas con aquel metal precioso.  Vimos el castillo de Rapunzel ejemplo de antología de la arquitectura de remesas.  Nos enteramos de que la Funeraria Yeyo patrocina el fútbol en la localidad y en aquella casa mortuoria nos causó gracia una niña que jugaba con un tipo de plasticina sobre un ataúd.

Funerales Yeyo apoya el deporte.

 

La niña juega con algo como plasticina sobre un féretro.

¿El castillo de Rapunzel?

¡Me encantó el galillo!

En la noche Raúl trabajó en lo suyo mientras Lissa, Rachel y yo hacíamos el debriefing del día, en compañía de quesos y vino en el jardín de Villa Vanesa; y cuando Raúl se nos unió continuamos en el Café Bambú.

El viernes 9, después del desayuno, agarramos para Joyabaj donde se halla uno de los mártires del paquete que acompaña a Juan Barrera.  La idea era hablar con el cura del lugar y regresar a Zacualpa después del almuerzo cuando Raúl tenía trabajo que hacer en línea. Pero ahí está que el padre Toño no estaría disponible hasta después de las tres de la tarda así que…a matar el tiempo.

Raúl, Lissa y Rachel en Joyabaj.

Primero fue un sándwich en el restaurante Los Panchos, lugar muy, pero muy recomendable que ya habíamos conocido y frecuentado durante la excursión de 2019.  Más tarde fue una visita a doña Paulina, de Samayac, personaje al que Raúl y yo no habíamos conocido hace tres años, pero que Lissa y Rachel sí habían visitado. Nos alegró verla bien y de paso saludamos a su colección de personajes mitológicos tales como Maximón, Santa Simona, el Gobernador y otros.

Los personajes de doña Paulina de Samayac, en Joyabaj.

Por cierto que el negocio de doña Paulina queda frente al que será el mercado de Joyabaj, obra ambiciosa en la que falleció una persona en abril de 2022.  La tierra, en Joyabaj, es arena blanca y por ello no sorprende que para el terremoto de 1976 aquella población fuera devastada y el caso es que hay derrumbes en la obra del futuro mercado. La idea popular es que a la tierra hay que pedirle permiso para construir y trabajarla, y ese permiso no fue pedido debidamente en la obra del mercado.  Y por eso es que hubo un muerto, porque la tierra clamaba sangre.

Construcción del mercado nuevo de Joyabaj.

El mercado nuevo de Joyabaj en construcción.

En Joyabaj también visitamos la morería de doña Mercedes Melacio, dama encantadora que Rachel conocía desde hace décadas y que los demás conocimos en 2019.  Nos alegró mucho verla bien y productiva como siempre.  A pesar de que los últimos años han sido difíciles.

Máscaras de doña Mercedes Melecio.

Doña Mercedes Melecio, en Joyabaj.

Almorcé un delicioso spaghetti a la boloñesa en La Posada de don Guillermo, hotel agradable y limpio que ya conocíamos desde 2019 y donde siempre hay una atención de esas que sabe prodigar la gente en el altiplano.  Raúl se ocupó de sus pacientes, mientras que Rachel y Lissa se encaminaron a la sacristía para hablar con el sacerdote…que no pudo recibirlas.  En cambió hablaron con el diácono del lugar que respondió a sus preguntas y les proporcionó información.  Luego salimos disparados para Zacualpa para no andar de noche en carretera y porque Raúl tenía más trabajo. Llegamos a tiempo para cenar temprano en La Cabaña.  En ese restaurante se sirve pizza y las que pedimos estuvieron muy ricas.  Con buen vino que llevaba Lissa y la atención fina de su personal hubo debriefing y volvimos al hotel.  No he mencionado antes, pero allá uno duerme como tierno, con el fío de las montañas y los sonidos de la noche en el campo. Es casi increíble el horror que se vivió allá en tiempos de la guerrilla.

El sábado 9, desayunamos y conversamos con doña Odilia en el Café Bambú, Ella nos proveyó con otra perspectiva de la vida y lo que ocurrió en Zacualpa entre 1970 y 1990.  Su vida de doña Odilia es fascinante, una mujer trabajadora y emprendedora.  Esa conversación fue muy útil para comprender mejor toda la información que habíamos escuchado antes.  Rachel y Lissa se entrevistaron con Juliana, una familiar de Juan Barrera, mientras Raúl y yo descansamos.

Doña Odilia, Lissa y Luisfi.

Al medio día agarramos camino para Chinique porque ahí se recuerda a otro de los mártires del paquete de Juan Barrera.  No hay reliquias pero en la iglesia local fuimos muy bien recibidos por Mary, una abogada especializada en violencia contra la mujer, cuya historia de vida es fascinante y aleccionadora.

Chinique, que no había visitado antes, me recuerda el salón de baile La flor del Chinique, que quedaba cerca del Trébol, en la ciudad de Guatemala.  Lo recuerdo de niño y es posible que haya existido hasta los años 80.

De Chinique ahí a Chiché, el puente Chimaché y Katok en Tecpán para almozar, no sin antes recoger el pan sandwich que habíamos encargado en la Deli de Paulino´s.

Luisfi y Raúl en Chinique.

La noche la pasamos en casa de Lissa, en La Antigua donde cenamos rico y dormimos como tiernos para volver a la ciudad de Guatemala el domingo 10.

¿Con qué regreso? Con la alegría de haber paseado por Quiché en una excursión muy educativa, y enriquecedora. Con la alegría de haber conocido gente encantadora, generosa con su conocimiento y cariñosa.  Con la alegría de haber visitado lugares nuevos en compañía de amigas queridas.  Con la alegría de conocer más y mejor a Guatemala y a los guatemaltecos.


12
Sep 19

Excursión a Joyabaj V, el retorno

¡Llegó el día que uno no quiere que llegue!  Es hora de dejar Joyabaj, pero no sin ganas de volver…¡y con qué ganas nos hubiéramos quedado a celebrar La octava.

La octava, según nos contaron es la fiesta que cierra el ciclo de la feria de Joyabaj.  Ocurre quince días después del 15 de agosto y es otro fiestón.  En esa ocasión es que son quemados los toritos impresionantes que había en la plaza durante los días 14 y 15 de agosto.

Quebrada honda y sus piedras características. Haz clic en la foto para ver más fotos.

Luego de desayunar, cargar el equipaje y pasar carga de la batería de un carro, a la del otro nos separamos.  Lissa, Rachel y Andrew (que no quiso arriesgarse a volver con Raúl y yo para no pasar 11 horas en la carretera, ja ja ja) se quedaron en Joyabaj para tratar de comprar una máscara que habían visto el día anterior.  Raúl y yo agarramos camino rumbo a Pachalúm, con la intención de pasar por Mixco Viejo y San Juan Sacatepequez para volver a la ciudad de Guatemala.

En el camino encontramos dos cosas particularmente agradables: El río Quebrada honda que es como de tarjeta postal. Sus pequeñas caídas de agua, su sinuosidad, sus piedras características y flores hermosas, nos llamaron la atención inmediatamente así que nos detuvimos un rato para disfrutar del lugar y del momento, así como para encaramarnos en las piedras y tomar fotos.  Poco antes, pasamos por otro lugar que vale la pena mencionar.  Un paraje en el que había letreros que decían: No tires basura, te estamos viendo.  Me pareció buena idea que la gente cuide esos paisajes hermosos y que cuide su entorno.  Me pareció una lástima que no hubiera ese cuidado, por ejemplo, en otro lugar encantador como los altares de cuarzo, por ejemplo.

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De cualquier manera, el retorno resultaba muy agradable; incluso cuando llegamos al imponente río Motagua donde el tramo carretero está en construcción y hay que desviarse.  No tuvimos que esperar mucho y fue una experiencia.  Ahí vimos un árbol hermoso de tamarindos y como nos gusta mucho el refresco de esa fruta uno no puede resistir la tentación de admirarlo y fotografiarlo. Recordamos que en Choacorral también habíamos visto tamarindales.

Disgresión para hablar de tamarindo y gin

Eso me recordó una historia de mi adolescencia.  Cuando estaba en Segundo de bachillerato, mi colegio, el Liceo Minerva estaba ubicado en la Primera avenida y 3a. calle de la zona 9 y la parada de la camioneta 2, que me  llevaba de ahí a Ciudad Nueva, en la zona 2 estaba sobre la Avenida de la Reforma y 3a. calle.  Mi amigo, Ricardo, que vivía en la 8a. avenida y 15 calle de la zona 1 tomaba esa misma camioneta y ambos caminabamos juntos hacia la parada.

En el camino fumábamos sendos cigarrillos mientras conversabamos y un día se nos ocurrió que, siendo que mi padre y su padre tenían buenos bares en casa, podríamos probar distintos licores cada día.  La idea era que cada día uno de nosotros trajera algo distinto (en un pequeño frasco de no más de un jigger) y así probaríamos nuevos licores mientras fumábamos un cigarrillo y caminábamos a esperar la camioneta. Y francamente fue muy educativo el experimento que duró varias semanas.

La cosa es que un día yo llevé ginebra; que no es agradable tomar sola.  Ricardo me preguntó que qué refresco había llevado al colegio y si me había sobrado.  Ese día yo había llevado refresco de tamarindo y si, había sobrado.  Le añadimos la ginebra al refresco y ¡Voilá! Riquísimo. Así que te recomiendo que, en días de calor y si te gustan la ginebra y el refresco de tamarindo, pruebes esta bebida bien helada.

Fin de la disgrasión y de vuelta a la carretera

De vuelta a la carretera llegamos a Pachalum y cómo no detenernos e ir a pasear al mercado.  Eso hicimos y compramos una bolsa de pinol del lugar.  La señora que nos lo vendió nos sugirió hacer pollo y mezclar el pinol con caldo y un sofrito de tomates y cebollas.  Días después hicimos el platillo recomendado y de verdad es algo muy sabroso.  En Pachalum también compramos frijoles blancos.  Ya hacía meses que, en casa, teníamos antojo de hacer frijoles blancos con espinazo, plato que también preparamos y a mí me hizo viajar en el tiempo.

Luego de dejar Pachalum pasamos por Mixco Viejo o Chuwa nim abaj.   No nos detuvimos porque el cansancio ya estaba pasando su factura; y luego me arrepentí de no haber pasado ni siquiera un momento.  De ahí llegamos a San Juan Sacatepequez y a San Pedro Sacatepequez donde uno se encuentra con ese tráfico fastidioso de las poblaciones y con obstáculos que te hacen perder tiempo.

Con todo y todo llegamos sanos y salvos a la ciudad de Guatemala, bajo la lluvia y felices y contentos.  No sólo por todo lo que conocimos y aprendimos en Joyabaj y sus inmediaciones, con las fiestas y la gente encantadora con la que nos encontramos.  Sino luego de cinco días entre amigos queridos en un road trip enriquecedor, memorable y algo alucinante.

 


09
Sep 19

Excursión a Joyabaj IV, Choacorral y Pachilip II

Luego de un rico amanecer en Joyabaj salimos del hotel para encontrarnos con la plaza totalmente transformada.  Porque era sábado, ahora era un intenso mercado.  Ya no estaba nítida y despejada; y tampoco era el escenario de una fiestón, sino mercado enorme y alegre.

Dimos un recorrido por el mismo y Rachel compró algo de alfarería; yo estuve asi de cerca de comprar unos cortes tradicionales del lugar y unos camarones secos que se veían hermosos y muy frescos y que a mí me gusta preparar con arroz.  En fin…resistí a la tentación y volvimos a la Posada de don Guillermo para aprestarnos a la exploración del día.

Mercado en Joyabaj. Haz clic en la foto para ver más fotos.

Agarramos camino para la finca Choacorral porque tiene fama de ser hermosa y…en efecto, su entorno que mira hacia la sierra de Chuacús y sus edificaciones antiguas hacen de ella un lugar encantador.  Luis nos recibió muy atentamente y nos dio un recorrido por el lugar mientras nos contaba su azarosa historia que se remonta a la época virreinal y que pasa por el enfrentamiento armado con la guerrilla. El lugar es como de novela y parece que el tiempo se hubiera detenido en sus rincones, en sus muros, en sus jardines y en sus corredores.  Hay, por ejemplo, un silo de 1914, un horno de igloo, doña Isidora estaba calentando agua en el poyo.  Uno anda por el corredor y tiene la impresión de que en algún momento se va a encontrar con Francisco Morazán, con Tata Lapo, o con Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios. Tiene la impresión de que debe hablar quedito para no despertar de su siesta a Francisco Marroquin, o a Manuel Estrada Cabrera.

Cerca de ahí hay una formación de enormes rocas de cuarzo, rodeadas de un bosque con musgo español o barbas de viejo.  Es un lugar sagrado y no sorprende por qué.  El cuarzo y el bosque proveen el ambiente perfecto para el misticismo que atrae gente al lugar.  No estábamos más que nosotros, los cinco exploradores, y el silencio en el área -interrumpido por un par de camiones y por tres personas que acarreaban leña- contribuía a esa paz que uno siente cuando se halla en medio de la naturaleza (y esta no está tronando, o algo parecido).  Entre las piedras hay señales de que ahí se hace costumbre, de modo que uno anda con cuidado para no estropear algo.

La misión de ese día, sin embargo, era la de visitar a don Antonio Jucúm en Pachilip II.  ¿Por qué? Porque tiene fama de ser un hombre sabio y por su relación con San Simón.  Llegamos a la casa de don Antonio, sin anunciarnos, y fuimos amablemente recibidos por él y por su esposa, doña Josefa que nos animaba a hacerle preguntas y a conversar con confianza.

Don Antonio y doña Josefa nos llevaron a visitar a su San Simón y nos contaron historias acerca de la importancia de ese personaje.  Y ahí nos agarró uno de esos aguaceros del campo, de esos en los que uno siente que toda el agua, de todo el universo está cayendo ahí y en ese momento.  Entonces me acordé de la sequía en Canillá y de las milpas amarillas y desee mucho que lloviera así en aquella población. El torrente alargó nuestra visita y sospecho que puso a prueba la paciencia de nuestros anfitriones.

Cuando escampó decidimos volver a Joyabaj, en parte porque estabamos cansados y en parte porque, por algún motivo no teníamos un plan.  Y estábamos cansados, ah, ya había mencionado eso.

Al llegar a Joyabaj le quemamos la canilla La hacienda de los Panchos y lo lamentamos mucho, mucho. Luego de comer hice una de esas siestas en las que uno ensaya la muerte y, a las siete nos juntamos para cenar y para hacer el debriefing.  ¿Sábes?  Con esa sensación que te invade cuando te cae el 20 de que esa es tu última noche en un lugar que será memorable y al que no es difícil agarrarle cariño.

Al día siguiente, el domingo, agarraríamos camino de vuelta a Guatemala y el plan fue el de hacerlo vía Pachalúm, Mixco Viejo y San Juan Sacatepéquez.  ¡Así que a dormir!


28
Ago 19

Excursión a Joyabaj III: San Simón y Los cerritos de Chijoj

¿Qué es un roadtrip, sin roadtrips? El plan para el tercer día de nuestra aventura era el de ir a Canillá porque el camino es hermoso y a ratos retador; pero antes: San Simón, la morería de doña Mercedes y paseo en tuc tuc.

Al salir del La posada de don Guillermo lo que impresiona es que la plaza de Joyabaj está limpia…ahí todo pasó sin que pasara nada, como decía mi tía abuela, La Mamita.  Luego del fiestón de la noche anterior, la plaza estaba como si nada. Te digo como si nada.

Temprano pasamos a ver a la Virgen del tránsito, que es la patrona de Joyabaj; y lo que más me llamó la atención es que la imágen lleva un teléfono móvil, igual que muchísimas personas en aquella población y sus alrededores.  La Virgen del tránsito no es la del tráfico,ni la de los embotellamiendos; sino una versión de la Virgen de la asunción.

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Acto seguido contratamos a un tuc tuc para que nos llevara a hacer las diligencias progamadas para comenzar el día.  Primero volvimos a la morería de doña Mercedes Melecio en donde Rachel compró una máscara preciosa; y Lissa adquirió un tricornio de colores adornado plumas, espejos, lentejuelas y colores, de esos que son propios de los bailes tradicionales.  Doña Mercedes nos antendió con la generosidad y cortesía que la distinguieron el día anterior.

En la morería tuvimos la dicha de encontrarnos con tres caballeros agradables que venían de Cubulco; y la razón de su visita fue la de devolver los trajes que había usado, el día anterior, en la festividad de aquella población; y nos contaron detalles sobre el palo volador y los bailes allá.

Al concluir la visita y las conversaciones cogimos el tuc tuc con la intención de volver al hotel y agarrar camino cuando nos cruzamos con una tienda de sansimones y de objetos de culto para Maximón.  ¿Y cómo no nos íbamos a detener?  Ahí compramos unos encargos para nuestro cuate, Andy (que no es el Andrew, que nos acompañaba).  Andy tiene un altar a San Simón, en Texas.  Luego de cumplir los encargos y de comprar un bastón en forma de zebra, de vuelta al tuc tuc y en camino al hotel.

Campo de juego de pelota, en Los cerritos de Chijoj. Haz clic en la foto para ver más fotos.

En menos de lo que canta un gallo acomodamos el equipo en el pick-up y agarramos camino hacia Canillá (porque esto es un roadtrip).  Pasamos por Zacualpa donde nos detuvimos para explorar la iglesia local y luego empezamos a subir por la montaña.  La primera parte del camino es muy hermosa y a ratos retadora, hay de esos ganchos y de esas curvas en las que uno pasa tranquilo sólo porque tiene retranca.  El toque divertido es que es un camino lleno de curvas y, cuando menos te lo esperas, en un lugar random, nos encontramos con un letrero, un sólo letrero que advertía: Curva.

Bien informados continuamos hasta que dimos con una pequeña tienda de adobe, encantadora, con una ventana de barrotes y enmarcada en azul.  Ahí nos atendió una señora gentil acompañada por dos chicas muy risueñas.  Rachel y Lissa terminaron comprando sendos güipiles y Lissa, además, compró dos pequeñas sillas de madera. Tras reponernos con India Quiché (la gaseosa originaria de El Quiché) y unas golosinas, volvimos a agarrar camino hacia arriba en la montaña.

Al llegar a la cima de la montaña, Canillá se ve abajo en el valle y es una vista hermosa.  Disfrutándola estábamos cuando oímos el llamado de la naturaleza y nos detuvimos en una parada técnica.  A unos metros había unas casas, o algo así y decidinos acercarnos para conversar tantito con los habitantes; pero no encontramos persona alguna.  Lo que si vimos fueron una estructura que supusimos que era un temazcal y, a unos metros, un excusado con vista.  Bueno…si tenía inodoro; pero lo divertido es que la cortina que debía proporcionar privacidad tenía un agujero a la altura de la cara de la persona que estuviera sentada en el trono. Luego de una serie divertida de especulaciones volvimos a agarrar camino, montaña abajo, rumbo a Canilla.

…y llegamos a Canillá.  ¡Mucho sol y calor en Canillá!  Y unos panitos ricos, de horno de leña, en la primera tienda que encontramos.

Caminando andábamos, sin objetivo alguno, cuando paramos en el parque y encontramos a cuatro personas encantadoras.  Platicadoras.  De esas personas que disfrutan de conversar con extraños.  Entre otras cosas nos contaron de la existencia de un sitio arqueológico pequeño, llamado Los cerritos de Chijoj, situado a unos pocos minutos del lugar.  Más tardaron ellos en mencionarlo que nosotros en proponérles que fuéramos. Dos de nuestros anfitriones improvisados aceptaron y en compañía de doña Ester y don Santos agarramos camino hacia el sitio indicado.

Los cerritos de Chijoj es ciertamente pequeño; pero no por ello menos chulo.  Sus piedras nos recordaron las de Chuwa Nim Abaj o Mixco Viejo.  Tiene una plaza con su campo de juego de pelota, algo distinto a otros que hemos visto y un templo a medio escabar.  El sitio está muy bien cuidado y en él trabajaron Alain Ichon y su equipo.  Ichón recibió la Orden del Pop en 2009, distinción que otorga el Museo Popol Vuh.  Los cerritos de Chijoj fue el lugar perfecto para hacer un picnic, almorzar, explorar y tomar unos minutos de descanso y disfrutar de la buena compañía y de la naturaleza.  ¡Me alegro mucho de haber estado ahí!

Algo triste fue el regreso porque reparamos en que las milpas del lugar estaban amarillas y tostadas; ya que se habían estropeado por la falta de lluvias.  Según doña Esther y don Santos, las nubes cargadas de agua pasan de largo el valle y se descargan en las montañas.  Fue en ese camino que hice mi numerito que menos mal que no acabó en 1000 formas de morir.

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Para no alargar la historia, volvimos a Canillá, nos despedimos de nuestros guías generosos y emprendimos el retorno a Joyabaj.  No por las montañas y el camino de terracería por el que habíamos llegado via Zacualpa, sino por San Andrés Sajcabajá y Santa Cruz del Quiché. Iba a ser largo; pero más seguro.

Sobra decir que llegamos molidos a Joyabaj, y que luego del debriefing y la cena ligera nos fuimos a dormir como tiernos.  Al día siguiente nos esperaban Choacorral, Pachilip II, los altares de cuarzo y San Simón.


22
Ago 19

Excursión a Joyabaj II: Palo volador y morería.

No te imaginas…pero no te imaginas la ilusión que yo tenía de ver el palo volador. Desde que era niño -y no pude ver uno que hubo en el monumento a Tecún Uman- yo tenía ganas de ver aquella danza ritual.  Eso, los bailes en la plaza y la visita a la morería de doña Mercedes Melecio fueron lo mejor de nuestro segundo día en Joyabaj.

Pero antes…¡las bombas!  La música de la fiesta en la noche del miércoles 14 debe haber concluido a eso de las dos de la mañana del jueves 15;  y yo estaba dormido como tierno cuando a eso de las cuatro de la madrugada escucho uno de los bombazos más estruendosos que he oído en mi vida.  ¡Fue de una de esas bombas de fiesta!…pero no como las bombas culeras que queman en las fiestas de la ciudad de Guatemala…This was serious gunpowder!

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Me levanté inmediatamente, me vestí para salir a la plaza con el propósito de ver de cerca las bombas…y no pude salir del hotel porque la puerta estaba cerrada, de modo que me acomodé en el estacionamiento y vi las bombas desde ahí…junto a una vista hermosa de la Luna y de Orión.

La puerta del hotel la abrieron a eso de las 6:00 a.m. y Lissa y yo salimos a la Plaza que era, surrealmente, muy distinta a la que habíamos dejado en la noche.  El jueves 15 no había señas del bullicio y alboroto del día anterior, la Plaza estaba limpia y había tres grupos distintos realizando danzas en tres rincones de aquel espacio.  La única que nos identificaron bien fue la de La caxuxa.

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Por recomendación de Rachel (que llegó al ratito con Andrew y Raúl) íbamos con la intención de ver el baile de La culebra y el baile de Los compadritos; pero nadie supo orientarnos, y en ninguna hubo culebras involucradas.  De cualquier manera. La música y los danzantes llenaron la plaza con sonidos, movimientos y colores que asombran y maravillan.  Sonidos, movimientos y colores que -si no fuera por la manía de usar altavoces con exceso de watts- conectarían a los observadores con cientos y cientos de años de cultura y tradiciones.

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De cualquier manera es un espectáculo rico y hermoso, uno que sientes la dicha de estar presenciando.

Luego de pasear un rato por la plaza y de ver las tres distintas danzas, fuimos a desayunar para continuar el día con energía.  Se desayuna rico en La posada de don Guillermo. Por cierto que fui a comprar pan a unos metros del hotel y el muchacho de la panadería me regaló un pan extra. ¿Dónde te regalan pan así nomás? La gente en Joyabaj, en general, siempre fue muy amable y cariñosa con nosotros durante la visita. Al rato llegó Rosemary, nuestra guía generosa y entusiasta, y agarramos camino a la plaza donde ya estaba funcionando el palo volador y donde ya había un mundo de gente.

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El palo volador no me decepcionó.  Es fascinante como suben los danzantes y como se preparan (a por lo menos 30 metros de altura) para dejarse caer girando a una velocidad que casi que hipnotiza al observador cuidadoso.  En el contexto y todo fue un alucine el palo volador.

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El palo volador es una danza mesoamericana, que se realiza en demanda de lluvia y fertilidad de los suelos. Antes de cortar el árbol, del cual proviene el eje o palo en torno al cual giran los danzantes, se realizan ciertos rituales preparatorios, consistentes en abstinencia sexual, ayuno y libaciones. En la parte superior del palo se coloca una armazón giratoria, de cuyas esquinas se desprenden cuatro cuerdas que sirven para atar, de los pies, a los bailarines, quienes se lanzan al vacio y van descendiendo, dando vueltas alrededor del palo, engalanados con plumas y máscaras que representan aves, chalchigüis, monedas y cascabeles con ayacastles sonoros -chinchines y maracas-. El jefe de la danza, llamado “El Mico”, es el primero en subir al palo o mástil para dirigir, desde arriba, el ritual, con toda suerte de monerías. Luego lo hacen los bailarines, quienes, después de atarse la cuerda a la cintura, se dejan caer con los brazos extendidos y las piernas enlazadas a la cuerda, en un descenso circular en el que las vueltas se van ensanchando. Abajo, la danza es acompañada con el tun o teponaxtli, flautas y caracoles. Esta ceremonia se practica todavía en Chichicastenango, en Joyabaj y Cubulco, en Guatemala, y en algunos lugares del sur de México. En Joyabaj, desde lo más alto del tronco de aproximadamente  descienden dos danzantes atados a los pies con lazos, en medio del sonido de la marimba. El Popol Vuh registra el palo volador como una lucha en la que triunfa el bien sobre el mal.

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Nunca antes había visto un palo volador de verdad. Una vez vi uno de metal en la Ciudad de México; pero era para turistas y no es lo mismo. En los años setenta fue puesto un palo volador allá donde está la estatua de Tecún Uman al lado del zoológico La Aurora. Se lo usó y ahí estuvo por años. Lo veía todos los días porque por ahí pasaba el bus de mi colegio y siempre me llamaba la atención. Me impresionaba lo alto que era y me imaginaba a los voladores bajando de él, porque mi padre me había explicado para qué servía.

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Luego de la experiencia del palo volador Rosemary nos llevó a la casa de la cofradía donde, durante los 12 meses anteriores había estado la imágen de la Virgen del tránsito (no del tráfico, ja, ja, sino del tránsito…o sea de la asunción), que es la patrona del lugar.  Fue una experiencia extraña porque el sitio se halla sobre el cementerio en el cual se encuentran las fosas comunes donde los habitantes de Joyabaj enterraron a sus vecinos que fueron víctimas del terremoto de 1976.  El pequeño salón estaba lleno de velas y de los adornos de papel y de otros materiales que sono propios de esos recintos.  Además había dos personas orando con mucha intensidad.  ¿Sabes? Sientes un ambiente muy cargado cuando estás en esos lugares.  Los hombres totalmente borrachos que se hallaban en el sitio trataron de ser atentos…pero difícilmente los conseguían.  Uno me pidió que lo adoptara y que me lo llevara a los Estados Unidos.

Luego de esa visita intensa nos dirigimos a la plaza con la intencion de entrar a la iglesia y ver la entrada de la imagen religiosa que se hallaba recorriendo las calles….y ahí…el desastre.  ¡A Andrew le robaron su teléfono móvil!  Fue un disgusto; pero además, una tragedia…¿te imaginas con 19 años, de viaje en un lugar fascinante como Joyabaj y que te roben tu móvil?  Pero, todo pasó, sin que pasara nada, como decía mi tía abuela, La Mamita. Vimos la entrada de la imágen a la iglesia, precedida por los cofrades y las señoras…todos muy dignos, todos con sus varas y sus velos, todos muy solemnes.  Y otra vez agarramos calle porque era hora de ir a la morería.

Una morería es la tienda donde los danzantes alquilan las máscaras, los trajes y los accesorios necesarias para las representaciones de las danzas-drama, o bailes rituales. Yo ya había estado en una, en la de don Esteban Suruy en San Juan Sacatepéquez; y ahora iría a conocer la de doña Mercedes Melecio.  Admiramos el trabajo de doña Mercedes, que, junto a su familia, fue muy gentil en recibirnos.  Escuchamos sus historias y aventuras de vida y empresariales.  Sus relatos acerca del enfrantamiento armado con la guerrilla son estremecedores. Nos contó como ha aprendió el oficio de la morería y cómo ha sacado adelante su tienda. Aunque no había muchos trajes, ni máscaras, porque todos estaban en uso debido a la feria, nos permitió usar sombreros y máscaras que había.  Nos mostró detalles como el hecho de que las máscaras de Joyabaj son de colores más chillantes que las máscaras de otros lugares.  Pasamos momentos muy agradables y algo aprendimos de lo que nos contaba doña Mercedes.

Luego de esa experiencia enriquecedora ya era la hora del almuerzo así que nos encaminamos a La hacienda de los Panchos donde comí una quesoburguesa riquísima…y había mariachis y… ¿vas a creer que bailé?  Rosemary y yo nos echamos un dancing al ritmo de Allá en el rancho grande.  Todos, menos Andrew a quien le habían robado su teléfono estabamos en fiesta mode.

Concluido el almuerzo fue la hora de la siesta…entonces siesta; para luego asistir a las celebraciones en la plaza que, comenzaban a las 6:00 p.m.

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Conseguimos permiso para subir a un balcón que se halla justo frente a la plaza y en el área del hotel y…decepción. Por andar especulando creí que los toritos serían quemados esa noche y en esa ocasión; pero ahí está que no los queman hasta La octava, que es una fiesta que se celebra 15 días después. Me enteré de que los toritos (los toritos más monumentales que he visto) estaban siendo retirados de la plaza y cuando vi eso me enteré de que no los vería.  Como me encantan los toritos, me desilusioné un poco, pero no tanto como para no disfrutar del nuevo alboroto.  Las marimbas orquestas estaban a todo meter y en la plaza bailaban los coheteros.  Estos son fabricantes de cohetes que bailan en circulos, alrededor de la fuente, mientras cargan bultos que representan varas de fuegos artificiales. Hombres y mujeres coheteros daban vueltas y vueltas y hacían lo que podían para llevar el ritmo, cargando sus bultos.

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¿La nota divertida? Bajo nuestro balcón estaciona un vehiculo y de él salen dos muchachos jóvenes. Abran la parte de atrás del carro y extraen un ataúd color malva y de repente…¡cataplúm! la caja se cae y había que ver las caras de los patojos y como se recriminaban unos a otros.  Claro que luego recogieron el cajón y lo entregaron donde se lo necesitaba.

El cansancio y el hambre nos llevaron al comedor del hotel para una cena y para el debriefing. Esas sesiones eran muy valiosas para intercambiar observaciones y cruzar información sobre lo que íbamos aprendiendo durante el viaje y las experiencias.  Lissa, Rachel y Andrew se retiraron a sus aposentos y Raúl y yo nos encaminamos de vuelta a la Plaza y a la fiesta.

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Como dije, en la plaza había dos marimbas orquestas: una enorme con espectáculos de luces y todo, que  atraía a la mayor cantidad de público entre ladinos e indígenas; y la otra de menor espectacularidad y su público era menos, y mayoritariamente indígena.  Si no has estado ahí, no puedes imaginar como suenan dos marimbas orquestas simultáneas, tocando con toda la cantidad de watts posibles, y en las que el saxofón es el rey.

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Pasamos un buen rato disfrutando de la fiesta y de los bailados de la gente cuando el cansancio hizo lo suyo…y nos fuimos a dormir para estar listos para la aventura del día siguiente.

Si te interesa conocer más sobre los bailes te recomiendo Memory, Mimesis, and Narrative in the K’iche’ Mayan Serpent Dance of Joyabaj, Guatemala, por Maury Hutcheson, la lectura que nos sirvió de guía para esta etapa del viaje.

En próximos días añadiré etapas de la excursión.


20
Ago 19

Excursión a Joyabaj I, perdidos en el viaje de ida

Agarramos p´al monte con la intención de llegar a Joyabaj antes del medio día y de disfrutar de las festividades propias de la feria titular de aquella población.  Yo me moría de ganas de ver el palo volador y los bailes, y de pueblear, de conocer gente fascinante y de disfrutar de la buena compañia de amigos.  Mis expectativas fueron superadas con creces, aún cuando en el primer día, el miércoles 1a de agosto, nos perdimos a inmediaciones de San Martín Jilotepeque y nos llevó casi 12 horas llegar a Joyabaj, vía Santa Cruz del Quiché. Fue de locos, pero divertido a la distancia.

Palo volador en Joyabaj, Quiché. Haz clic en la foto para ver más fotos del primer día de esta excursión.

Durante el paseo no sólo visitamos Joyabaj acompañados por Rosemary; sino que también conocimos el sitio arqueológico Los cerritos de Chijoj ( a inmediaciones de Canillá). acompañados por doña Esther y don Santos. Conocimos a doña Mercedes Melecio y a su familia en la moreria de Joyabaj; y a don Antonio Jucúm y a doña Josefa, en la casa de San Simón, en Pachilip II.  Visitamos a Luis Tárano en la finca Choacorral; llegamos a un sitio de altares de cuarzo, para costumbre, lugar rodeado por un bosque lleno de musgo español o barbas de viejo.Pasamos por pequeños lugares encantadores como un puente colgante sobre el río Pixcayá, una pequeña catarata llena de flores blancas en Quebrada honda y pasamos sobre el río Motagua.

Raúl, Andrew y yo salimos a las 8:00 a.m. rumbo a San Juan Sacatepequez, con la idea de subir hacia Joyabaj via Mixco Viejo y Pachalum (un viaje estimado en 4 horas, sin prisas)…y el plan se estropeó porque al llegar a mediados de la Calzada San Juan el tráfico estaba parado. No estaba lento, sino parado.  Nos enteramos de que, adelante, un sanjuanero (piloto del transporte colectivo que va a San Juan Sacatepequez había sido asesinado). Luego de una espera prudente, y al ver que el tráfico no se movía, decidimos cambiar de ruta e ir por San Martin Jilotepeque. ¿Qué podía salir mal? Total…Raúl y yo habíamos hecho la ruta Mixco Viejo-San Martin hacía años y sin Waze. Haz clic para ver el vídeo.

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De la San Juan pasamos a la Calzada Roosevelt y de ahí llegamos a Chimaltenango y luego a San Martín, todo sin novedad.  Pasamos por el río Pixcaya y por un puente colgante pequeño y encantador.  Llegamos a San Martín y bajamos a la plaza.  Un halo solar nos dió la bienvenida. Le preguntamos a Waze y Waze nos indicó por dónde ir rumbo a Pachalum….o eso creímos.

Waze nos sacó de San Martín y nos llevó como 8 kilómetros y casi una hora por un camino de terracería bien cuidado y chulo…sólo para ir a dar ¡de nuevo! a San Martín…pero por una calle de acceso bloqueada.  Habíamos vuelto a San Martín y no podíamos entrar a la población.  Así que decidimos regresar por donde habíamos llegado, y a partir de San Martín volver a buscar la ruta a Mixco Viejo y Pachalum.  Casi una hora para volver.  De nuevo en la plaza de San Martín volvía consultar Waze y esta vez nos indicó una nueva ruta que cruzaba el río Motagua y nos llevaba en buen camino.  Volvimos a agarrar para el monte y luego de un tiempal…llegamos a un lugar donde decía: No hay paso.

Frustración.

Para entonces yo ya no confiaba en Waze y estaba muy tenso.  Una familia local (Papá, mamá, hijos y abuelita) nos pidió jalón y nos llevó hasta San Martín.  Ahí tomamos la decisión de ir por la ruta Panamericana hasta Santa Cruz del Quiché y de ahí bajar a Joyabaj.  Eso significaba que no llegaríamos antes de las 7:00 p.m., que sería viaje de horas y horas, y que posiblemente romperíamos la regla de no viajar de noche en carretera. ¿Cuáles eran las ventaja? Carretera de asfalto, camino 60% conocido y poblado.  Raúl y yo estábamos preocupados por Andrew, que, siendo extranjero estaba teniendo una mala experiencia.

Para hacer la historia corta, paramos a almorzar poco antes de Tecpán y subimos hacia Chichicastenango y Santa Cruz…cada vez más cerca del ocaso.  Pasamos por Chiché, Chinique y Zacualpa antes de arribar a Joyabaj justo cuando cayó la noche.  Y ahí…el shock. Yo nunca había visto tanto alboroto, claro que era la víspera de la fiesta y todo…pero, había un gentío impresionante, tráfico apretado pero circulando, humo de cohetes, dos marimbas orquesta tocando con toda la cantidad de watts posible, más de una pequeña marimba haciendo lo suyo…también con todos los watts posibles, una locutora dando la bienvenida y celebrando la fiesta…con quién sabe qué cantidad de watts.  En medio de todo eso había que encontrar a mis amigas Lissa y Rachel, que nos esperaban desde el medio día.  Y había que encontrar el hotel.

Honradamente no fue difícil, La posada de don Guillermo está frente a la plaza y vi a Lissa agitar los brazos con una sonrisa en medio del humo de los cohetes y de la bulla más bulliciosa que he oído en mi vida.  Cansado y tenso por el viaje, me encontré con que para entrar al estacionamiento del hotel hay que pasar por un tunel de unos 50 metros de largo y de unas 4 pulgadas más ancho que nuestro pick-up.  Fue un trabajo de equipo; pero logramos entrar sin causar daños, a pesar de que ni el tráfico vehicular, ni el paso de peatones se detenía cuando estaba haciendo maniobras.

La posada de don Guillermo no sólo está localizada convenientemente junto a la plaza, sino que tiene habitaciones cómodas en el sótano, a donde la bulla de la fiesta no llega con toda su intensidad, ni llega a ser molesta.  Eso, más camas limpias, toallas frescas y baño con agua caliente es todo lo que uno quiere y necesita…más cena, claro.  En La posada, el personal es muy atento y tiene gran sentido del humor.

Para la cena, Lissa, Rachel, Andrew, Raúl y yo nos encaminamos a La hacienda los Panchos, un restaurante que nos habían recomendado muy bien.  Ahi me cené un buen plato de carne asada que me devolvió a la vida, acompañado por cervezas que Lissa habia llevado. Y en Los Panchos, conocimos a Ana y a Rosemary que nos pusieron en autos con respecto a la fiesta en Joyabaj.  Pero, mejor aún, Rosemary se ofreció para ser nuestra guía al día siguiente ¡y que guía maravillosa sería!

Al volver a la plaza de Joyabaj ya no había el alboroto intenso; pero la plaza estaba viva. Ahí estaba -solito- el palo volador que tanta ilusión me daba y que vería, al día siguiente, en todo su espendor tradicional y festivo.  La plaza de Joyabaj es encantadora, bien cuidada, de buen gusto.  Tiene iglesia, portal, fuente y Palacio municipal, este último con reloj musical y campanadas. Haz clic para ver el vídeo.

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Te digo que me sentí muy emocionado de estar ahí.  De estar en Joyabaj, Xol, Xolabaj…el lugar entre las piedras.  Un punto de encuentro comercial que asombra, la ciudad que se levantó de sus ruinas luego del terremoto de 1976 y la que se sacudió las cenizas del enfrentamiento con la guerrilla; la que guarda las tradiciones del Palo volador y los bailes.  Donde no hay una cuadra en la que no haya comercio. La que iba a ser nuestra base en los próximos tres días de exploraciones y de experiencias entre amigos.

En próximos días añadiré etapas de la excursión.