Excursión a Joyabaj II: Palo volador y morería.

No te imaginas…pero no te imaginas la ilusión que yo tenía de ver el palo volador. Desde que era niño -y no pude ver uno que hubo en el monumento a Tecún Uman- yo tenía ganas de ver aquella danza ritual.  Eso, los bailes en la plaza y la visita a la morería de doña Mercedes Melecio fueron lo mejor de nuestro segundo día en Joyabaj.

Pero antes…¡las bombas!  La música de la fiesta en la noche del miércoles 14 debe haber concluido a eso de las dos de la mañana del jueves 15;  y yo estaba dormido como tierno cuando a eso de las cuatro de la madrugada escucho uno de los bombazos más estruendosos que he oído en mi vida.  ¡Fue de una de esas bombas de fiesta!…pero no como las bombas culeras que queman en las fiestas de la ciudad de Guatemala…This was serious gunpowder!

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Me levanté inmediatamente, me vestí para salir a la plaza con el propósito de ver de cerca las bombas…y no pude salir del hotel porque la puerta estaba cerrada, de modo que me acomodé en el estacionamiento y vi las bombas desde ahí…junto a una vista hermosa de la Luna y de Orión.

La puerta del hotel la abrieron a eso de las 6:00 a.m. y Lissa y yo salimos a la Plaza que era, surrealmente, muy distinta a la que habíamos dejado en la noche.  El jueves 15 no había señas del bullicio y alboroto del día anterior, la Plaza estaba limpia y había tres grupos distintos realizando danzas en tres rincones de aquel espacio.  La única que nos identificaron bien fue la de La caxuxa.

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Por recomendación de Rachel (que llegó al ratito con Andrew y Raúl) íbamos con la intención de ver el baile de La culebra y el baile de Los compadritos; pero nadie supo orientarnos, y en ninguna hubo culebras involucradas.  De cualquier manera. La música y los danzantes llenaron la plaza con sonidos, movimientos y colores que asombran y maravillan.  Sonidos, movimientos y colores que -si no fuera por la manía de usar altavoces con exceso de watts- conectarían a los observadores con cientos y cientos de años de cultura y tradiciones.

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De cualquier manera es un espectáculo rico y hermoso, uno que sientes la dicha de estar presenciando.

Luego de pasear un rato por la plaza y de ver las tres distintas danzas, fuimos a desayunar para continuar el día con energía.  Se desayuna rico en La posada de don Guillermo. Por cierto que fui a comprar pan a unos metros del hotel y el muchacho de la panadería me regaló un pan extra. ¿Dónde te regalan pan así nomás? La gente en Joyabaj, en general, siempre fue muy amable y cariñosa con nosotros durante la visita. Al rato llegó Rosemary, nuestra guía generosa y entusiasta, y agarramos camino a la plaza donde ya estaba funcionando el palo volador y donde ya había un mundo de gente.

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El palo volador no me decepcionó.  Es fascinante como suben los danzantes y como se preparan (a por lo menos 30 metros de altura) para dejarse caer girando a una velocidad que casi que hipnotiza al observador cuidadoso.  En el contexto y todo fue un alucine el palo volador.

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El palo volador es una danza mesoamericana, que se realiza en demanda de lluvia y fertilidad de los suelos. Antes de cortar el árbol, del cual proviene el eje o palo en torno al cual giran los danzantes, se realizan ciertos rituales preparatorios, consistentes en abstinencia sexual, ayuno y libaciones. En la parte superior del palo se coloca una armazón giratoria, de cuyas esquinas se desprenden cuatro cuerdas que sirven para atar, de los pies, a los bailarines, quienes se lanzan al vacio y van descendiendo, dando vueltas alrededor del palo, engalanados con plumas y máscaras que representan aves, chalchigüis, monedas y cascabeles con ayacastles sonoros -chinchines y maracas-. El jefe de la danza, llamado “El Mico”, es el primero en subir al palo o mástil para dirigir, desde arriba, el ritual, con toda suerte de monerías. Luego lo hacen los bailarines, quienes, después de atarse la cuerda a la cintura, se dejan caer con los brazos extendidos y las piernas enlazadas a la cuerda, en un descenso circular en el que las vueltas se van ensanchando. Abajo, la danza es acompañada con el tun o teponaxtli, flautas y caracoles. Esta ceremonia se practica todavía en Chichicastenango, en Joyabaj y Cubulco, en Guatemala, y en algunos lugares del sur de México. En Joyabaj, desde lo más alto del tronco de aproximadamente  descienden dos danzantes atados a los pies con lazos, en medio del sonido de la marimba. El Popol Vuh registra el palo volador como una lucha en la que triunfa el bien sobre el mal.

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Nunca antes había visto un palo volador de verdad. Una vez vi uno de metal en la Ciudad de México; pero era para turistas y no es lo mismo. En los años setenta fue puesto un palo volador allá donde está la estatua de Tecún Uman al lado del zoológico La Aurora. Se lo usó y ahí estuvo por años. Lo veía todos los días porque por ahí pasaba el bus de mi colegio y siempre me llamaba la atención. Me impresionaba lo alto que era y me imaginaba a los voladores bajando de él, porque mi padre me había explicado para qué servía.

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Luego de la experiencia del palo volador Rosemary nos llevó a la casa de la cofradía donde, durante los 12 meses anteriores había estado la imágen de la Virgen del tránsito (no del tráfico, ja, ja, sino del tránsito…o sea de la asunción), que es la patrona del lugar.  Fue una experiencia extraña porque el sitio se halla sobre el cementerio en el cual se encuentran las fosas comunes donde los habitantes de Joyabaj enterraron a sus vecinos que fueron víctimas del terremoto de 1976.  El pequeño salón estaba lleno de velas y de los adornos de papel y de otros materiales que sono propios de esos recintos.  Además había dos personas orando con mucha intensidad.  ¿Sabes? Sientes un ambiente muy cargado cuando estás en esos lugares.  Los hombres totalmente borrachos que se hallaban en el sitio trataron de ser atentos…pero difícilmente los conseguían.  Uno me pidió que lo adoptara y que me lo llevara a los Estados Unidos.

Luego de esa visita intensa nos dirigimos a la plaza con la intencion de entrar a la iglesia y ver la entrada de la imagen religiosa que se hallaba recorriendo las calles….y ahí…el desastre.  ¡A Andrew le robaron su teléfono móvil!  Fue un disgusto; pero además, una tragedia…¿te imaginas con 19 años, de viaje en un lugar fascinante como Joyabaj y que te roben tu móvil?  Pero, todo pasó, sin que pasara nada, como decía mi tía abuela, La Mamita. Vimos la entrada de la imágen a la iglesia, precedida por los cofrades y las señoras…todos muy dignos, todos con sus varas y sus velos, todos muy solemnes.  Y otra vez agarramos calle porque era hora de ir a la morería.

Una morería es la tienda donde los danzantes alquilan las máscaras, los trajes y los accesorios necesarias para las representaciones de las danzas-drama, o bailes rituales. Yo ya había estado en una, en la de don Esteban Suruy en San Juan Sacatepéquez; y ahora iría a conocer la de doña Mercedes Melecio.  Admiramos el trabajo de doña Mercedes, que, junto a su familia, fue muy gentil en recibirnos.  Escuchamos sus historias y aventuras de vida y empresariales.  Sus relatos acerca del enfrantamiento armado con la guerrilla son estremecedores. Nos contó como ha aprendió el oficio de la morería y cómo ha sacado adelante su tienda. Aunque no había muchos trajes, ni máscaras, porque todos estaban en uso debido a la feria, nos permitió usar sombreros y máscaras que había.  Nos mostró detalles como el hecho de que las máscaras de Joyabaj son de colores más chillantes que las máscaras de otros lugares.  Pasamos momentos muy agradables y algo aprendimos de lo que nos contaba doña Mercedes.

Luego de esa experiencia enriquecedora ya era la hora del almuerzo así que nos encaminamos a La hacienda de los Panchos donde comí una quesoburguesa riquísima…y había mariachis y… ¿vas a creer que bailé?  Rosemary y yo nos echamos un dancing al ritmo de Allá en el rancho grande.  Todos, menos Andrew a quien le habían robado su teléfono estabamos en fiesta mode.

Concluido el almuerzo fue la hora de la siesta…entonces siesta; para luego asistir a las celebraciones en la plaza que, comenzaban a las 6:00 p.m.

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Conseguimos permiso para subir a un balcón que se halla justo frente a la plaza y en el área del hotel y…decepción. Por andar especulando creí que los toritos serían quemados esa noche y en esa ocasión; pero ahí está que no los queman hasta La octava, que es una fiesta que se celebra 15 días después. Me enteré de que los toritos (los toritos más monumentales que he visto) estaban siendo retirados de la plaza y cuando vi eso me enteré de que no los vería.  Como me encantan los toritos, me desilusioné un poco, pero no tanto como para no disfrutar del nuevo alboroto.  Las marimbas orquestas estaban a todo meter y en la plaza bailaban los coheteros.  Estos son fabricantes de cohetes que bailan en circulos, alrededor de la fuente, mientras cargan bultos que representan varas de fuegos artificiales. Hombres y mujeres coheteros daban vueltas y vueltas y hacían lo que podían para llevar el ritmo, cargando sus bultos.

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¿La nota divertida? Bajo nuestro balcón estaciona un vehiculo y de él salen dos muchachos jóvenes. Abran la parte de atrás del carro y extraen un ataúd color malva y de repente…¡cataplúm! la caja se cae y había que ver las caras de los patojos y como se recriminaban unos a otros.  Claro que luego recogieron el cajón y lo entregaron donde se lo necesitaba.

El cansancio y el hambre nos llevaron al comedor del hotel para una cena y para el debriefing. Esas sesiones eran muy valiosas para intercambiar observaciones y cruzar información sobre lo que íbamos aprendiendo durante el viaje y las experiencias.  Lissa, Rachel y Andrew se retiraron a sus aposentos y Raúl y yo nos encaminamos de vuelta a la Plaza y a la fiesta.

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Como dije, en la plaza había dos marimbas orquestas: una enorme con espectáculos de luces y todo, que  atraía a la mayor cantidad de público entre ladinos e indígenas; y la otra de menor espectacularidad y su público era menos, y mayoritariamente indígena.  Si no has estado ahí, no puedes imaginar como suenan dos marimbas orquestas simultáneas, tocando con toda la cantidad de watts posibles, y en las que el saxofón es el rey.

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Pasamos un buen rato disfrutando de la fiesta y de los bailados de la gente cuando el cansancio hizo lo suyo…y nos fuimos a dormir para estar listos para la aventura del día siguiente.

Si te interesa conocer más sobre los bailes te recomiendo Memory, Mimesis, and Narrative in the K’iche’ Mayan Serpent Dance of Joyabaj, Guatemala, por Maury Hutcheson, la lectura que nos sirvió de guía para esta etapa del viaje.

En próximos días añadiré etapas de la excursión.

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