El electorado venezolano se volcó a las urnas y 52% de los votantes le dieron la espalda Hugo Chávez. Pero claro, mediante prácticas mañosas como el gerrymandering, por ejemplo, el régimen consiguió que esa mayoría de votantes se tradujera sólo en 62 escaños; de modo que el oficialismo se quedó con 96 diputados. Esto es, con 14 menos de los que necesitaba para tener mayoría calificada y dominar por completo la Asamblea.
Está por verse qué hará el mico-mandante para reponerse de este golpe y para no perder el control y el poder a los que está acostumbrado. Está por verse si los opositores aguantan la presión.
Por lo pronto lo que ocurrió en Venezuela nos deja lecciones valiosas: Cuando una sociedad permite que la democracia sea utilizada al margen de las instituciones republicanas, le abre la puerta a la arbitrariedad y luego es muy difícil sacarla de casa. Si las elites de una sociedad optan por proteger sus intereses colectivos y dejan a un lado la defensa de sus derechos individuales, la sociedad empieza a disolverse para convertirse en una competencia de intereses. Si las dirigencias políticas se dispersan para ocuparse de sus miserias, el oficialismo tiene la mesa servida. Si no se impide de entrada, el ingreso de la arbitrariedad, luego ya sólo queda frenar su avance.
Chávez, ahora, no la tiene tan fácil como la ha tenido en los últimos 5 años; y si la oposición logra perseverar en los principios, sin distraerse en detalles irrelevantes, hay esperanza no sólo para Venezuela, sino para toda América Latina. ¡Es posible evitar la dictadura, de forma pacífica!, pero la lucha por la libertad sólo está empezando.