Sumpango fue el destino de nuestra segunda aventura en busca de máscaras y morerías. En esa población conocimos a Eduardo Alcor, propietario de la Morería San Agustín. Más tarde visitaríamos a Camila Sinay, mascarera de San Antonio Aguas Calientes. .
Partimos hacia aquella población desde La Antigua, luego de haber desayunado chilaquilas con chirmol y frijoles (hechos en casa) y pitayas cosechadas en la Casa Hanckel. Partimos ligeramente inquietos por cómo estaría la carretera debido a las lluvias; pero nos fue re bien.
Lo primero que llama la atención al entrar a Sumpango es que sus calles son empedradas y están limpias Como limpias están una pila hermosa que pasamos y su plaza central.
Por supuesto que Rachel ya conocía a Eduardo con quien ella, Lissa, Raúl y yo quedamos de juntarnos en la Despensa Familiar de la población y de ahí fuimos a la morería que es un lugar fascinante.
Una morería es un negocio donde las personas que organizan y participan en bailes tradicionales alquilan, o compran las máscaras y atuendos necesarios para aquellas presentaciones. En algunas morerías -como en esta de Sumpango-se elaboran aquellas máscaras y trajes.
El área de recibimiento de la casa exhibe variedad de máscaras: moros y cristianos, animales variados como micos, toritos y más. Eduardo nos mostró una de mico que había sido elaborada por su padre, Simeón. Vimos a sus hijas elaborando uno de los trajes complejos que se usan en las danzas tradicionales y Eduardo nos contó historias y detalles de la vida en las morerías y acerca de cuál es el estado actual de las tradiciones relacionadas con máscaras, trajes y bailes.
Rachel toma notas y los demás apuntamos para Rachel. Hacemos eso para que no se escape detalle alguno para la investigación y porque luego, durante el debriefing, intercambiamos notas y observaciones. Por supuesto que yo me distraigo con cada cosa brillante que se me atraviesa; pero de cuando en cuando contribuyo con algo.
La guinda del pastel -en el departamento de diversión- fue que Eduardo le permitió a Raúl ponerse un traje elaboradísimo que tenía en su taller. Sólo la chaqueta debe haber pesado entre 8 y 10 libras. De un color azul precioso, la pieza estaba decorada con cualquier cantidad de pedrería y espejos. Este tipo de trajes son artesanías admirables y costosas.
Y yo no pude resistir tomarme una foto con la máscara antigua de mico, ¿cómo iba a ser de otra manera?
La visita a Eduardo y a la Morería San Agustín nos dejó con ganas de conocer más. Nuestro anfitrión fue muy generoso con su tiempo y sus conocimientos, a pesar de que ya había llegado la hora del almuerzo. Sus hijas nos permitieron grabarlas y fotografiarlas en plenas labores de bordado. Como siempre, en estas visitas inolvidables, uno sale muy agradecido y contento. El lado humano de estos road trips es siempre fascinante.
Cuando uno practica el antiguo arte de pueblear siempre tiene que estar preparado para comer donde sea y como sea. Por eso siempre llevamos algo que nos saque de penas y, en esta ocasión fueron nueces y el deliciosos hummus que preparamos en casa. Comimos en la carretera porque habíamos quedado en visitar a Camila Sinay en San Antonio Aguas Calientes.
Por cierto que a Sumpango ya habíamos ido antes. La primera vez con ocasión de su feria titular y en esa ocasión Alejandro, mi sobrino; Raúl y yo nos subimos a una rueda de Chicago y nos pegamos unas mareadas espantosas. La segunda vez fue con ocasión de su convite célebre y la pasamos muy bien viendo los preparativos y conversando con algunos participantes.
Aunque no logramos afinar detalles para el encuentro con Camila, decidimos ir, de todos modos, porque Rachel ya la conocía y estaba segura de que sería otra experiencia inolvidable. ¡Dicho y hecho!
Camila nos recibió apenada porque no había notado las llamadas que hicimos para anunciarnos. Nos abrió las puertas de su casa y nos contó historias, nos mostró algunas máscaras de madera hechas por su esposo Dolores Pérez, y por su padre, Guadalupe y su abuelo, Juan Sinay. Camila también es mascarera, pero ella las hace de papel maché. Suele hacerlas de animales para que las usen los niños en representaciones escolares. Esa es una de las formas en las que ella contribuye a mantener vivas las tradiciones de bailes y máscaras. De Camila y de su dinastía de mascareros te cuento mañana porque la del viernes fue la visita oficial.
En el patio de la casa de Camila hay una enredadera de lorocos y ¿como no nos íbamos a apuntar para ayudala a cosechar las flores de es delicadeza característica de la cocina tradicional guatemalteca en esta temporada?
De paso, te cuento que San Antonio Aguas Calientes es un pueblo célebre por sus brocados coloridos que son iguales al derecho y al revés. Mi bisabuela, Adela, usaba vestidos occidentales con detalles de tejidos típicos y recuerdo dos de estos que son iguales en ambos lados. Uno era de rosas y otro era con un tejido de San Antonio. Ya anciana, alguien le comentó una vez: ¿Para qué quieres un vestido con un diseño que se ve igual al derecho y al revés si nadie te lo quita para verlo? y ella respondió: Pero lo veo yo. Ya de niño me pareció que la pregunta era una impertinencia, pero la respuesta me pareció genial, Un insight genial de los que ella tenía varios.
Notamos que San Antonio también es una población bien cuidada, limpia y con mucho encanto, y da gusto ver que está bien cuidada. Las calles son estrechas de modo que estacionamos en el Parque Central y usamos un tuk tuk para ir a la casa de Camila. Mira que coincidencia, Camilo fue el nombre del conductor que nos llevó y…de verdad…que buen servicio. Debido a las calles estrechas y complejas, la salida de aquella población puede ser algo confusa; pero gracias a don Beto -que se ofreció a guiarnos cuando le preguntamos como salir hacia La Antigua- logramos salir sin contratiempos.
En la sección de lo chistoso, también notamos que allá hay varias carpinterías en las que se elaboran ataúdes; y no pudimos resistir entrar a la Carpintería Lourdes donde los chicos que estaban trabajando nos permitieron grabar.
Para hacer la historia corta volvimos a La Antigua tan cansados que no cenaríamos después del cóctel y del debriefing. Y nos fuimos a dormir temprano.