Elena iba conduciendo hacia su trabajo, sin prisa y acostumbrada a que el tránsito era como era. Justo cuando se aproximaba al semáforo casi no notó que un automóvil la rebasó y se le puso enfrente.
Como era un día cualquiera y conocía ese crucero, Elena calculó que el vehículo que tenía enfrente y la luz roja del semáforo le darían tiempo a empezar a maquillarse antes de llegar a la oficina. Ella sabía que era maestra en ese arte peligroso, y empezó a delinearse.
Tan relajada estaba que no se dió cuenta ni de que el semáforo cambió a verde, ni de que del auto de enfrente salió un hombre armado. De hecho, no notó al hombre, ni al arma, hasta que cayó en la cuenta de que tenía una pistola al lado de su cara. Y sintió como que si estaba en un sueño cuando vió caer billetes en su regazo. Todavía tratando de entender qué estaba pasando, y justo antes de que levantara las manos creyendo que lo que le decían era ¡Manos arriba! –como en las películas- Elena escuchó que el sujeto le gritaba: ¡Vieja bruta, me hizo perder la apuesta. Si hubiera bocinado le hubiera disparado; pero como no apretó la bocina, aquí le dejo dos mil quetzales!
Así me contaron esta, que creo que es una leyenda urbana; pero igual se los cuento porque es ingeniosa.