El del salario mínimo como política que beneficia a los trabajadores es un mito popular y perjudicial. No es el único, claro, y comparte ignominia con leyendas como aquella de que la sociedad puede ser mejorada a fuerza de legislación, la de que los precios tope benefician a los consumidores y la de que el control de cambios evita que la gente proteja su propiedad.
Los dos últimos están bastante desprestigiados entre nosotros; pero los dos primeros siguen dañando vidas y familias.
En mi vida laboral he visto dos fenómenos trágicos a causa de los salarios mínimos: Primero, el de patojos chispudos sin experiencia que, estando dispuestos a trabajar y a aprender un oficio, no pueden ser empleados porque, por el salario mínimo, es mejor contratar a gente que no haya que entrenar. El salario mínimo condena a aquellos chicos a la desesperanza, en plena juventud. Segundo, el de trabajadores capacitados que se ven enfrentados al desempleo porque, para cumplir con la imposición de salarios mínimos, la empresa tiene que prescindir de sus plazas. Normalmente los sacrificados son jóvenes, recién llegados, o mayores.
Nadie que haya vivido fenómenos como aquellos puede ver con buenos ojos la imposición de salarios mínimos. Aun así, la mitología de esa política sigue viva; y no es porque no haya sido suficientemente advertido que “el emperador está desnudo”. A pesar de los daños económicos y morales que causan los salarios mínimos, la razón por la cual sobreviven es ideológica y responde a la negación de que “la naturaleza, para ser gobernada, debe ser obedecida”; y a la creencia de que las personas individuales son incapaces de tomar decisiones sin la tutela de políticos y burócratas. Responde a la ignorancia de que, en economía, lo que no se ve, es tanto, o más importante, que lo que se ve. Se ve la photo-op de la firma del decreto; pero no se ven el desempleo y la frustración.
Los salarios mínimos son un insulto para los más vulnerables y una “cadena con bola” para la productividad, y tú ya sabes, ¿verdad? La productividad es la única forma de crear más riqueza, más y mejores empleos, con mejores salarios reales.
Columna publicada en elPeriódico y la ilustración la tomé de Jóvenes libertarios.