Me acuso de haber estado apático durante la campaña electoral. Y ahora, en la víspera, me siento como aquellos niños que protestan porque sólo recibieron diez juguetes en la Navidad. A esos críos, alguien debería recordarles que hay muchos patojos que no reciben nada para las fiestas. A los que nos quejamos por las elecciones, alguien debería recordarnos que hay muchas gentes, en el mundo, a quienes se les niega el derecho a votar, o a quienes se les condiciona a votar por un solo partido.
Voy a ir a votar; pero todavía no he decidido por quién. En principio he promovido el voto nulo, como una forma de protestar contra el sistema. Lo cierto, véase por donde se vea, es que no importa quien llegue a la presidencia el panorama no se ve alentador. Es que el problema no es de personas, sino de un sistema agotado y corrupto. Mi primer instinto es, como la vez pasada, poner la palabra Nulo en mi papeleta porque “lo que tenemos que cambiar es el pichirilo, no al piloto”.
Mi amiga Lucía, me ha dado otra idea. En la antigua Roma, muchos templos tenían un altar al dios desconocido. Había altares para Júpiter, para Venus, para Baco y para otros; pero también los había para el dios que nadie conocía. Cicerón solía dejar una ofrenda en el ara del dios desconocido. Así que talvez haga eso, quizás ponga mi equis en la casilla vacía, en honor al candidato desconocido y por venir, que algún día merezca mi confianza y mi voto.
Lo que nunca haría es darle mi voto a Pablo Monsanto, a Miguel Angel Sandoval, a Rigoberta Menchú, a Oscar Rodolfo Castañeda, a Marco Vinicio Cerezo, a Luis Rabbé, a Mario Estrada o a Manuel Conde, por ejemplo. ¡Ni que fuera papo!
Muchos lectores y amigos me han insistido en que el voto nulo no tiene efectos legales. Ellos me aconsejan que vote por “el menos peor”, o que lo haga contra Alvaro Colom. Y yo admito que, a esta hora, esa también es una posibilidad. No sin advertir antes que, si bien el voto nulo no tiene efectos legales, es mejor ir a votar nulo y protestar expresamente, que no ir a votar.
De dos cosas sí estoy bien convencido: para alcalde capitalino de plano que voy a anular mi voto (en protesta contra el Plan de Ordenamiento Territorial, contra la ordenación coercitiva del tráfico vehicular, y contra el Transmetro); y en las papeletas de diputados, no votaré por el mismo partido a quien le de mi voto presidencial (si eso llegara a ocurrir). En otras palabras, ¡No votaré en línea! como quieren los politiqueros que vote. Votaré cruzado, y votaré razonado. Claro. Porque votar cruzado no quiere decir hacerlo de forma irreflexiva.
A nadie, por menos inspirador que sea, le haría la malobra de ponerle diputados de la UNE, del FRG, de la ANN, de la URNG, o de EG, por mencionar a algunos.
La elección de diputados es particularmente importante porque, si entendemos que el problema es el sistema, el paso siguiente es cambiarlo. Y para eso, el Congreso puede ser una pieza importante. Talvez usted piense que la Presidencia ya está perdida; pero aún es posible llevar al Congreso mejores diputados que Boussinot, Alejos, Baldizón, o Castillo, para citar unos.
Perseguiré dos objetivos a la hora de decidir por quién votar para el Congreso: el primero es no constituir una aplanadora al servicio de la próxima administración; y el segundo es buscar candidatos con principios que en la mayor medida coincidan con los míos. Claro que seguramente esa coincidencia no se de en un ciento por ciento; pero entre los candidatos hay gente que para los pelos y a esa no me gustaría llevarla al Parlamento.
Cuando era niño me entusiasmaban las elecciones, una vez, por ejemplo, mi hermano y yo nos quedamos hasta la madrugada, haciendo pan y esperando resultados. Ojalá que los guatemaltecos lográramos rescatar el sistema de modo que la apatía y el hastío que nos invade a muchos, sea sustituido por la posibilidad real de un futuro mejor.
Publicada en Prensa Libre el sábado 8 de septiembre de 2007