07
Jul 07

¿Se repetirá la Historia?

Después de la Noche de los Cristales Rotos, muchos judíos alemanes se dieron cuenta de que la situación con el nacionalsocialismo era insostenible y de que era preciso salir de Alemania. En mayo de 1939, un grupo de 937 judíos abordó el SS St. Louis para viajar a Cuba y luego, si los Estados Unidos de América relajaban su cuota migratoria, ir hacia allá.

La nave llegó a La Habana, pero las autoridades cubanas sólo permitieron el desembarco de 28 pasajeros. Los otros le habían comprado sus visas a un funcionario cubano de migración corrupto y el gobierno de Cuba se negó a recibirlos.

El St. Louis se dirigió a La Florida con la esperanza de que el gobierno de los EUA recibiera a los refugiados, o de que el gobierno cubano reconsiderara su decisión. El barco ni siquiera pudo entrar a aguas estadounidenses y, con su carga de afligidos judíos, tuvo que regresar a Europa. Durante el viaje hubo suicidios y un motín fracasado.

Temerosos de regresar a Alemania los pasajeros, el Jewish Joing Distribution Commitee y otras agencias, trataron de conseguir refugio, para los pasajeros, en otros países. El barco regresó a Amberes luego de andar durante un mes de un lado a otro en el mar; y Francia, Gran Bretaña, Holanda y Bélgica les ofrecieron amparo a los refugiados. Sin embargo, debido a la invasión nazi a Polonia, los ciudadanos alemanes en el exterior (incluidos los judíos) eran vistos como extranjeros enemigos. Con la ocupación nacionalsocialista de Europa, muchos de los pasajeros del St. Louis terminaron deportados en el Este, y en campos de concentración.

La familia de Julius Hermanns, por ejemplo, paró en el ghetto de Riga, mientras que él fue deportado a Auschwitz luego de que todos pasaron por varios campos de prisioneros.

La historia del St. Louis la conocí cuando visité el Museo del Holocausto en Washington D.C.; y fue una de las que más me impresionó.

Esta historia es atingente porque para fines de los años 30 muchos empresarios, periodistas, políticos y otras gentes de influencia veían al régimen nacionalsocialista como algo relativamente inofensivo y hasta positivo. La persecución contra los judíos era ignorada, a veces por falta de información y a veces por conveniencia.

Tal es el caso del régimen de Pekín; una dictadura socialista que al abrir ventanas en sus grandes ciudades del Este ha deslumbrado a Occidente.

De este lado del mundo no faltan empresarios, periodistas, políticos y otras gentes de influencia que ven un buen ejemplo en lo que está pasando en China. Esas personas han elegido ignorar que allá hay millones y millones de personas que sufren bajo una dictadura que fomenta el trabajo forzado, que censura la información, que mantiene prisioneros políticos, que tiene campos de concentración, que fomenta abortos para el control de la natalidad forzada, que invadió Tibet y que practica la tortura, entre otras cosas.

Hacer negocios con China no es moralmente neutro, como lo es hacerlos con El Salvador, Irlanda, o Japón; porque si bien es cierto que el comercio internacional no es otra cosa que el intercambio entre personas que viven en diferentes localizaciones políticas, en los países que son relativamente libres este intercambio se ve poco más o menos protegido de la intervención política de los gobiernos; mientras que en países que viven bajo dictaduras, más o menos autoritarias y hasta totalitarias, aquel intercambio depende directamente de la intervención y la conveniencia política de los regímenes a los que está sometida la sociedad.

De hecho, el régimen chino tiene una exigencia política para “hacer negocios” con plenitud en su país: esta es, que sus socios le den la espalda a Taiwán, una república que, con todos sus defectos, no es una dictadura chantajista, esclavista y totalitaria.

Publicado en Prensa Libre el sábado 7 de julio de 2007