En otra vida, una noche en la que hacía turno en la redacción del diario Siglo Veintiuno mis compañeros y yo escuchamos un ruido fuerte en la calle, frente al edificio Galerías España, y dejamos lo que estábamos haciendo para salir corriendo y ver qué había pasando. El asunto ni siquiera hubiera sido anécdota, si no fuera porque ocurría en el contexto de algunas bombas que habían sido puestas en la ciudad y porque alguien observó: ¿Ya vieron que salimos corriendo hacia el peligro, y no para alejarnos de él? Y a todos los causó gracia; pero, ¿da que pensar, o no?
La ilustración la tomé de https://www.debatesiesa.com/
En muchos niveles es raro el oficio de periodista y siempre te da que pensar. Mi parte favorita tiene que ver con el ejercicio constante de la libertad de expresión que, aunque no es una facultad exclusiva de los periodistas, si es parte esencial de su quehacer.
Desde hace años y en todo el mundo una de las libertades más amenazadas es la de expresión. La corrección política, la penetración cultural y la de ideas alla Gramsci, la multiplicación de espacios seguros contra ideas controversiales, y el totalitarismo islámico, así como formas de conservadurismo, son las principales fuentes de aquellas amenazas.
En enero de 2017, en Guatemala, Flemming Rose explicó que la libertad de expresión se basa en el concepto del individuo como un ser moralmente autónomo que tiene capacidad de entender y decidir qué decir y de cómo reaccionar a lo que otras personas dicen y piensan. Pienso, dijo, que ningún político, ningún individuo, ningún grupo, debería tener el poder de ocultarnos opiniones, ni formas de expresión. En ese sentido la libertad de expresión también se trata de la dignidad humana; debemos tratarnos, unos a otros, como adultos, como individuos independientes y autónomos, y no como criaturas inmaduras, robots, o niños.
No sólo para quienes ejercen el poder directamente, sino para grupos de interés que buscan influir en políticos y burócratas, o grupos que anhelan controlar el poder, es tentadora la posibilidad de hacer callar las opiniones que los ofenden, que los incomodan, las que no les parecen verdaderas, y las que van contra sus intereses entre otras; pero así de a poquito, haciendo callar aquí y haciendo callar allá, linchando mediáticamente aquí y linchando mediáticamente allá terminaremos en silencio y con la vista hacia el suelo. Repito: sobre todo en tiempos de calamidades e incertidumbre, como en el contexto del virus chino.
En la medida en que renunciamos a la libertad de expresión, en esa medida nos acercamos más a la esclavitud, perdemos un valioso instrumento para la búsqueda de la verdad, y para la conservación de la dignidad humana como seres racionales.
El ejercicio de la libertad de expresión, es decir, el de la facultad de decir con enunciados, o mediante otros signos lo que se piensa, siente o desea, hace posible la exploración de ideas, posibilidades y hechos que pueden ser verdaderos -o sea que sean producto de la identificación de hechos de la realidad-, o no.
La libertad de expresión, además, es un contralor de la actividad social y estatal; así como una forma de verificación del respeto a los derechos individuales.
La verdad,¿sabes?, se busca por un largo proceso de prueba y error. De ahí la labor valiosa del periodista, no porque ande en busca del peligro por el peligro en sí mismo, sino porque muchas veces -quizás demasiadas- la búsqueda de la verdad es peligrosa. De ahí mis respetos para los periodistas que han dejado sus vidas en aquella pesquisa.
Por cierto que, como explica el filósofo Warren Orbaugh, verdad es una cualidad del juicio y por lo tanto de la proposición. Es la calificación de la relación del predicado con el sujeto, que simboliza su referente, dentro de un contexto, rango y precisión específicos y delimitados. El juicio es ‘verdadero’, si lo que se predica del sujeto, dentro de determinado contexto específico, coincide con el estado de cosas del referente del sujeto. Dicho de otra manera, verdad es la concordancia, correspondencia o adecuación del juicio con los hechos de la realidad.
De ahí que la objetividad sea uña y carne con el periodismo: la objetividad es una adherencia voluntaria a la realidad por el método de la lógica. En esencia, la lógica es un método de observar hechos (las premisas), entonces consultar las leyes de contradicción, y entonces inferir las conclusiones que estas leyes garantizan.Es importante notar que el proceso debe anclarse en hechos observados.Derivar conclusiones de premisas arbitrarias, que representan caprichos arbitrarios, no es un proceso de lógica. Si la lógica es el medio de la objetividad, una conclusión lógica debe derivarse de la realidad, debe estar garantizada por conocimiento antecedente, el que a la vez se apoya en conocimiento anterior, y así hasta lo evidente, hasta los datos sensoriales, dice Orbaugh.