Debe haber sido en 1974, no recuerdo bien; pero una noche de esas mi papá entró a la casa, subió a su cuarto que mis hermanos y yo invadíamos para ver televisión y saludó como si nada. Los niños y mi madre tardamos unos segundos en notar que en uno de sus brazos levaba un pequeño bulto peludo y ¡Oh, sorpresa! no era un perro.
¡Era un monito araña!
A Nora por poco y le da algo; y los niños nos volvimos locos. Le pusimos de nombre Panchito. Bebía agua en un pocillo y lo tomaba de una forma perturbadoramente humana. Pelaba sus bananos con habilidad. Y a mi, lo que más me fascinaba, era su cola prensil. ¡Ah, la cola prensil es una maravilla!
No duró mucho en casa porque cuanto se agarraba de ti y no quería soltarte no había modo de removerlo; y se ponía agresivo si uno intentaba separarlo contra su voluntad. También porque ensuciaba mucho el área que le había sido asignada junto a la mesa de ping pong que había en el garage. Nadie quería hacerse cargo de limpiar esa área. Luego se decía que en su adolescencia, los micos se ponían celosos y acosaban a las mujeres. Todo aquello selló la suerte de Panchito que primero se fue a vivir a Panajachel donde lo recibió mi tía Adelita y luego fue a parar al zoológico La Aurora.
De aquello me acordé cuando me topé con el ensayo fotográfico que hizo Nicholas Helmuth sobre los monos araña. Animalitos que son mencionados en el Popol Vuh y son mostrados, con frecuencia, en la cerámica clásica de los mayas. Nichola y su proyecto FLAAR Mesoamérica hacen este tipo de ensayos y siempre son valiosos. No se por qué no te había compartido uno antes.