Por cosas como esta es que hay quienes dicen que el estado de Guatemala está al servicio de una oligarquía;…como está al servicio de los burócratas de la educación (para mencionar sólo a uno de los grupos más violentos). O la oligarquía de los derechos humanos que hace lo que quiere con la ley y la justicia. Como está al servicio de cualquier grupo de interés que logre tener influencia suficiente para asignarse privilegios. Como el privilegio de estar pegado a la teta del presupuesto en un empleo que no es productivo y que le cuesta dinero a los tributarios; o el privilegio de dañar el poder adquisitivo de otros para que su negocio sobreviva y el beneficiado pueda mantener su nivel de vida.
En esto pensé cuando leí la sugerencia que las autoridades monetarias devalúen el quetzal para beneficiar a los exportadores y hacerlos artificialmente competitivos. ¡Urge prohibir los privilegios! Urge una norma que diga que en ningún caso las autoridades emitirán disposiciones arbitrarias o discriminatorias, en las que explícita o implícitamente se concedan prerrogativas, privilegios o beneficios que no puedan disfrutar todas las personas que tengan la oportunidad de hacerlo.
La llamada devaluación inducida (inducida mediante el uso del poder) es un engaño de corto plazo porque si bien es cierto que beneficia a los exportadores rápidamente; también es cierto que el beneficio es temporal y superficial. De hecho la única forma de incrementar el valor real de las exportaciones es mejorando sus ventajas comparativas y su productividad. Lo demás es humo y espejos.
Al encarecer artificialmente el dólar (o sea al devaluar el quezal), en el corto plazo se vuelven más atractivas las exportaciones. Durante los primeros momentos de la devaluación los exportadores venden más, traen más divisas al país y reciben más quetzales por sus dólares; pero ¡cuidado!, un incremento en el precio tiende a disminuir las importaciones; y si hay menos importaciones hay menos demanda de dólares por lo que que estos se vuelven a abaratar y el quetzal se vuelve a revaluar.
Entonces se genera una espiral peligrosa ya que para mantener la competitividad ilusoria, la autoridad monetaria tiene que volver a comprar dólares para elevar su precio artificialmente y seguir beneficiando a los privilegiados exportadores. Para esto las autoridades monetarias tienen que emitir quetzales y eso genera inflación. Inflación para beneficiar a los exportadores privilegiados. Para neutralizar la inflación las autoridades monetarias emiten papeles y con ellos recogen el exceso de liquidez. Y para eso tiene que venderlos a tasas de interés artificialmente altas, para beneficiar a los exportadores privilegiados. Y al elevar las tasas de interés el crédito para ampliar la fábrica, mejorar la producción en la finca, abrir nuevas sucursales y generar más y mejores empleos se hace más costoso y escaso. Todo para beneficiar a los exportadores privilegiados. Y se reactiva la bomba monetaria, ¿te acuerdas de la bomba monetaria de los 90? La renta de tu casa y las amortizaciones de tu hipoteca en dólares se hacen más costosas para beneficiar a los exportadores privilegiados.
La devaluación del quetzal es la devaluación de tus ahorros (para que los negocios de los exportadores sean artificialmente competitivos); pero ni esto ni aquello te lo cuentan los promotores de la devaluación inducida, ¿verdad?
En realidad, como el tipo de cambio es un precio y los precios son mensajeros que les dicen a los actores económicos dónde les conviene colocar recursos, es mejor que la información que llevan y traen los precios sea real. Que no sea censurada. Que sea libre. En el largo plazo y para bien de todos (y para evitar privilegios) a todos nos conviene que el tipo de cambio sea libre.
¿Y los exportadores? En vez de pedir una el privilegio de una devaluación a su medida, lo que los exportadores deberían hacer es incrementar sus ventajas comparativas y su productividad. En lugar de pedir privilegios y perjudicar a otros, lo que los empresaurios deberían hacer es presionar a la administración para que elimine todos los obstáculos que hay para el ahorro, la formación de capital, las inversiones productivas, la libre contratación, y cosas así.
El viernes escuché que a los liberales clásicos del siglo XXI ya no nos toca luchar contra reyes y aristócratas; ni contra generales de sable y charreteras, ni contra guerrilleros barbudos. La lucha de los liberales clásicos en el siglo XXI es contra los grupos de presión que usan la ley y el gobierno para beneficiarse.