Una encuesta, publicada hoy, confirma que los partidos políticos atraen poca simpatía de los electores; y, de hecho, generan desconfianza. Esto no es raro porque los partidos no son aquellos intermediarios entre gobernantes y gobernados, ni aquellas plataformas de principios y programas que describen los libros de ciencia política. La mera verdad es que cuanto mucho son plataformas de facciones, maquinarias electoreras, y/o roscas de amigos y clientes alrededor de pequeños caudillos. Los más, son pelusa en el ombligo.
Esto último les pasa a los partidos identificados con la exguerrilla. La URNG es el más notable de estos, y a duras penas araña un 0.3% de los encuestados que dicen simpatizar con ella; y la Alianza Nueva Nación ni siquiera aparece en el mapa. La UNE alberga a muchos exguerrilleros, pero nunca lo dicen y por eso medran tranquilamente en el poder.
El partido Winaq, cuyo caudillo es la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, que ya participó en los comicios anteriores, no consigue simpatizantes ni siquiera entre una significativa porción del electorado indígena. Ni siquiera entre los de su grupo lingüistico, el Quiché, que es el mayoritario. Winaq escasamente tiene un 0.2% de simpatías.
El PAN y la Gana, que son la herencia del grupo Arzú/Berger tienen magros 0.5% de simpatías cada uno. Y el Partido Unionista, cuyo caudillo es Alvaro Arzú, el dios del Palacio de la Loba y Expresidente, pesa menos de un tomín, con 0.2% de simpatías.
Casa y CREO, que sobrevivieron y respiran a la sombra del caudillo Eduardo Suger se acercan más al porcentaje de una cifra, pero se quedan en 0.6%.
El FRG, otrora poderoso alrededor del caudillo Efraín Ríos Montt, está esperando desaparecer como los otros partidos que han estado en la cumbre. Tarde o temprano se desvanecerá como se desvanecieron, o se están desvaneciendo la formidable DCG, el exiguo MAS y el prostituido PAN.
VIVA, del caudillo Harold Caballeros, es la única rosca que alcanza un porcentaje de una cifra completa.
La UNE se está desgastando como consecuencia de una administración inepta, corrupta y conflictiva dentro de sí misma. Y el Patriota es el único partido que tiene un porcentaje de dos cifras, aunque no es impresionante.
Casi 5 de cada 10 encuestados dicen que no tiene simpatía alguna, ni son convencidos por los partidos políticos.
A final de cuentas parece ser que la mayoría de la gente vota por caudillos y personas; pero no por los partidos. Esto no es algo de lo que hay que alegrarse; sino que es un problema que urge resolver antes de que el desencanto de los electores y de los tributarios genere un ambiente propicio para opciones violentas, o para algún tipo de disparate.
Por otro lado, ¿quién va a sentir confianza en organizaciones a las que les pela la ley? Organizaciones que deliberadamente ignoran la Ley Electoral y al Tribunal Supremo Electoral, o a organizaciones que ensucian el país desvergonzadamente.