¡¿Quién iba a decir que alguna vez, yo, me iba a poner del lado de los voceros presidenciales Ronaldo Robles y Giuseppe Calvinisti?! Está escrito que Nadie diga: De esta agua no beberé.
Lo que motiva estas meditaciones es el berrinche que agarró Rodolfo Quezada, porque Ronaldo Robles se refirió a él como el señor. Aparentemente, Robles dijo, en una ocasión que Nos parece un absurdo, más dentro de esta discusión, que aveces toma niveles poco constructivos que el señor y respetado Cardenal aveces emita criterios que pueden confundir a los guatemaltecos.
Lo cierto es que el Príncipe de la Iglesia ha de creer que el traje talar le da autoridad para hablar de de todo; y yo coincido en que en temas de minería, de ambiente, de Economía y otros asuntos parecidos, el Purpurado si confunde. Y confunde grueso.
Por otro lado, la cita que parece haber molestado al Cardenal, se refiere a él no sólo como señor, que no está mal; sino como respetado Cardenal. Lo cual lleva a preguntar que ¿qué querrá Quezada? ¿Querría que le dijeran excelentísimo señor? Ah, claro, señor no ha de ser suficiente y Quezada querrá que le digan: Su Excelencia, Su Eminencia, o Su Ilustrísima.
Yo digo que, si de buena educación se trata, decirle señor y respetado Cardenal a Quezada, no es malacrianza. Puede que, en cierto contexto, implique que no se le tiene el respeto que él quisiera para su investidura; pero en ese sentido habría que tomar en cuenta que las investiduras tienen un contexto, y que en ese contexto -y sobre todo, fuera de él- el respeto se gana.
En ese sentido, hay funcionarios que creen que por serlo merecen algún tipo de respeto adicional al que no se ganan por corruptos, ineptos y abusadores; pero esa es una visión medieval de la autoridad, inadmisible en una sociedad en la que el poder proviene del pueblo y en la que los funcionarios son depositarios del poder.
Perdonen si ofendo a alguien; pero a mí me parece que señor y respetado Cardenal es un tratamiento suficiente para Quezada; y, de verdad, no me parece ofensivo. Creo que Quezada está exagerando, casi, casi, casi como los funcionarios que demandan respeto, sin merecerlo.
Quizás la respuesta a lo que pasa con Quezada y con aquellos funcionarios está en el artículo ¿El poder corrompe?, por Jonah Leher, que publica hoy The Wall Street Journal Americas, en Siglo Veintiuno. El mismo explica que la gente con mucha autoridad tiende a comportarse como los pacientes neurológicos con el lóbulo orbito frontal dañado. Leher ofrece esta explicación para comentar cómo es que las personas nobles pueden llegar a la cima y la acumulación de poder parece atrofiarlas, de modo que los mismos rasgos que ayudaron a esas personas a acumular control, desaparecen unavez que suben al poder.