El abuelito Jorge fue esposo de mi abuelita Juanita y padre de mi madre, Nora. Nació con el siglo XX y, a pesar de que murió cuando yo tenía solo siete años, tengo recuerdos vívidos de él. Hoy sería su cumpleaños.
En las tardes, esperábamos la llegada de El Imparcial, un vespertino célebre en la Guatemala de aquel siglo, y buscábamos dos cosas: esquelas y las tiras cómicas. Las primeras no eran de mi interés, pero las segundas sí, y él hacía lo posible por explicármelas. Recuerdo a Trucutú (un cavernícola) y a El Capitán y Los Cebollitas (que giraban alrededor de las diabluras de dos chicos).
Me enseñó que cuando uno se enchilaba con chiltepes, más que tomar agua para aliviarse, era mejor comer pan. Recuerdo en la mesa del desayuno panes franceses y cubiletes de Las Victorias. Con la botella de miel de abejas me mostraba la burbuja que subía y decía que era el paracaidista.
Lo recuerdo siempre de traje y sombrero. Trabajaba en el Banco de Londres e iba y venía caminando por la zona 1. Era de aquellos caballeros que, al llegar a su casa para almorzar, se quitaban el traje y la camisa para ponerse ropa de estar. En la tarde, volvían al trabajo con una camisa limpia. Pues bien, una vez, por travesura al modo de Los Cebollitas, mi hermano y yo le pusimos mocos (sí, jutes) a su camisa limpia. Esa fue la única vez que lo vi enojado. Furibundo. Tan enfadado que mi abuelita Juanita y mi tía abuela, La Mamita, nos agarraron a mi hermano y a mí y nos metieron al dormitorio, lejos del alcance de George, como le decía mi abuela. Mi hermano y yo, por cierto, cambiamos el nombre de abuelito George por abuelito Chocho, término coloquial para referirse a las personas mayores.
George y La Juanis se casaron en 1924 luego de la caída de don Manuel Estrada Cabrera y él expresidente participó la boda de aquellos jóvenes en representación de los padres de mi abuelita Juanita que habían muerto durante los eventos de 1920. Ambos se fueron a vivir a Nueva York, donde el abuelito Jorge trabajó hasta que —por motivos familiares— tuvieron que regresar a Guatemala. Allá perdieron una hija recién nacida, de nombre Yolanda, y mi abuelita Juanita me contó que George había aprendido a tocar el banjo. Mi tío Rony también fue hijo de George y La Juanis.
Antes de casarse y de adolescente, el abuelito Jorge, estudió en la Escuela Práctica para Varones y se escapó de ese plantel cuando estaba militarizado en tiempos de Estrada Cabrera. Eso le valió que sus padres lo castigaran severamente, castigo que no le hizo mella. En la casa de sus padres, el abuelito Jorge tenía un aguacatal al que se encaramaba para cubrir los frutos con bolsas de papel Kraft. ¿Para qué? Para protegerlos contra los pájaros. Mi madre cuenta que eran aguacates deliciosos.
Aquellos pequeños momentos —las tiras cómicas, el pan para el chiltepe, la burbuja en la miel— se han quedado grabados en mi memoria. El abuelito Jorge, de a sombrero, me enseñó que las lecciones más simples son las que perduran, y que un caballero, incluso encolerizado, deja un legado de cariño y recuerdos imborrables.




