Ronny, más que un tío, un regalo

 

Ronny era un misterio.  Estoy convencido de que cuando falleció, hace un año, se llevó consigo muchas historias sin contar.  ¿Sería por eso que si uno le hacía preguntas contestaba con una sonrisa como la de un gato que se comió un ratón? 

Era el dios viviente de los garbanzos en dulce, plato que aprendió a preparar de la mano de mi tía abuela, La Mamita, que era su madrina.  Él era el último juez de si los que yo había preparado estaban bien…o no.  Y era un juez sincero e implacable.

Rony, mi tio, acompañado por mi abuelito, Jorge Jurado en algún parque de la ciudad de Guatemala. Foto de la familia Jurado Menéndez.

Desde niño…y hasta la última vez que lo vi me impresionaba su parsimonia.  Ronny era como la calma andando. Además, tenía un sentido del humor muy particular y sabía cómo hacer que mi mamá, su hermana, le perdiera la paciencia. 

Cuando era niño lo recuerdo alto y serio.  Mi hermano y yo pasábamos temporadas en su casa porque con él vivían mi abuelita, Juanita y La Mamita, que nos cuidaban cuando mis padres andaban paseando, o de parranda.

En la Primaria temprana, y en aquel ambiente, no había poder que nos hiciera hacer los deberes del colegio antes de que apareciera Ronny.  Su llegada a la casa era el momento en el que no había forma de resistirse a hacer las tareas. Cuando él no estaba en la casa todo era jolgorio y aventura; pero cuando él llegaba había que aplicarse.

Durante la Secundaria y parte de la Universidad -para nuestros cumpleaños- Ronny nos regalaba telas para pantalones a mis hermanos y a mí.  ¡Y esas telas eran tan bienvenidas!  

En los 70 y 80 caminaba por la zona 1 con mucha propiedad -siempre de traje- y a mí siempre me daba gusto encontrarlo y darle un abrazo. Por esos años pensé que yo nunca había visto a Rony en mangas de camisa.  Seguramente era una exageración mía…o no, pero él daba esa impresión. 

Desde que yo era niño, Ronny ponía huerto en su casa durante la Semana Santa.  Él y La Mamita colocaban la cebada germinada, los jocotes marañones y los corozos junto a la iconografía propia de la temporada.  También fue cucurucho importante en Santo Domingo.  Era devoto, pero no era rematado.  No se llevaba bien con las jerarquías, ni con los cachurecos, así que terminó alejado de aquello.

Durante varios Sábados de Gloria en el siglo XXI, Raúl, Nora, Andrés, Alejandro y yo tuvimos muchas oportunidades de ir a almorzar a su casa y a disfrutar de su compañía, de la de su familia y de las cosas ricas que allá preparaban: los garbanzos, por supuesto; bacalao, salporitas, encurtido, moyetes y más. 

Por hacerme puyas se ponía una Tshirt del 20 de octubre y me enviaba fotos en esta época.  Me gusta sospechar que tuvo algo que ver con esa efeméride y que fue uno de los secretos que se llevó. 

Digno heredero de mi abuelita Juanita, Ronny era un estoico.  Su espalda le dio la lata en los últimos años de su vida; pero aparte de contar la anécdota, nunca lo oí quejarse con amargura a pesar de los dolores profundos que sufría. Cuando uno lo visitaba no cesaban las bromas a veces a costa de sí mismo, pero con frecuencia a costa de su esposa, Veraly, y de cuando en cuando a costa de mi mamá.

Gracias, Ronny, por tanto.

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