Entre algunos de mis amigos, el tribuno romano Catón el Joven es admirado por sus virtudes de probidad, determinación y escrupulosidad, virtudes que también comparto. Catón colaboró con uno de mis héroes, Cicerón, para erradicar la conspiración de Catilina, resultando en la sentencia de muerte para los conspiradores. Durante estos eventos, Catón y Julio César se enemistaron. Más tarde, Catón y su partido acusaron a César de hacer la guerra ilícitamente en la Galia y propusieron entregarlo a los germanos, aliándose finalmente con Pompeyo contra César.
Julio César, acorralado por las acusaciones de Catón y su partido, demandó ser nombrado procónsul, pero el senado lo rechazó. Esto llevó a que Catón declarara a César enemigo de la república y exigiera que licenciara a sus tropas. Acorralado, César cruzó el Rubicón con su ejército, lo que finalmente llevó al quiebre de la república romana y Julio César se constituyó en tirano.
Algunos de mis amigos sostienen que si Catón no hubiera acorralado a César, la historia habría sido diferente, no por un ánimo de apaciguamiento, sino por un entendimiento político profundo.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
En los viejos tiempos, tiranos criminales como el emperador Bokassa I e Idi Amín eran derrocados y salían de sus países sin mayores incentivos para quedarse en el poder a sangre y fuego. Desde una perspectiva puramente política (entendida esta como el arte de lo posible) se entendía que lo importante era salir de ellos al menor costo … y “a otra cosa mariposa”.
En contraste, Augusto Pinochet, que legó una Constitución republicana y entregó el poder pacíficamente después de que la gente decidiera que ya era hora de que se fuera (por medio de un plebiscito), fue perseguido, acosado y detenido.
En aquel contexto he leído que según fuentes diplomáticas EE. UU. le ofreció a Nicolás Maduro que no va a pedir su extradición si ese personaje criminal acepta su derrota y se retira; y un cuate comentó que desde que se creó el Tribunal Penal Internacional no hay manera de echar a los dictadores porque, claro, los tiranos contemporáneos se aferran al poder – a sangre y fuego – porque la opción es ser perseguidos, acosados y encarcelados (la opción que esperaba al tirano Julio César)… en vez de encontrar un puente de plata como los africanos.
Estas ideas son food for thought porque el celo de Catón el Joven que apunta a buscar justicia, evitar la impunidad, castigar delitos e incluso crímenes, y a hacer responsables de sus actos a los tiranos, ¿puede hacer que salga más caro el caldo que la gallina?
Maduro y gente como Diosdado Cabello y otros no sólo se robaron las elecciones, sino que están desatando olas de represión y miedo que dan escalofríos. En Venezuela, la gente decidió terminar con la tiranía por medio del sufragio; pero el régimen elevadamente inescrupuloso no respetó aquella decisión, de modo que la gente – especialmente los jóvenes que siempre son los que pagan el pato – tuvo que salir a las calles. Desarmada, porque sus padres entregaron voluntariamente las armas cuando el régimen se las exigió.
El régimen, entonces, ha producido por lo menos 24 muertos y 2,200 detenidos.
Está claro que Maduro, Cabello y los demás delincuentes venezolanos -de esa calaña- deberían enfrentar las consecuencias de sus decisiones y acciones criminales; pero, ¿en cuánto tiempo y a cuántos muertos y encarcelados?… si no son posibles soluciones a la Gadafi o a la Ceaucescu (porque la gente fue desarmada).
Columna publicada en República.