Quién mató al obispo
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Abr 09
Lugo y Maciel, piedras de escándalo
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Jun 08
La CIDH y…¿quién mató al Obispo?
Si yo fuera miembro de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, me compraría el libro Quién mató al Obispo y lo leería con detenimiento.
La CIDH seleccionó a cinco finalistas para el cargo de relator especial para la Libertad de Expresión, y entre ellos se encuentra Ronalth Ochaeta, ex director de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala y ex embajador de la administración de Alfonso Portillo en la Organización de Estados Americanos.
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Sep 07
¿Quién mató al obispo? ¡Segunda edición!
La segunda edición de ¿Quién mató al Obispo?, la investigación ineludible sobre el asesinato de Juan Gerardi, por los periodistas Bertrand de la Grange y Maite Rico ya está en Guatemala.
La distribuye Artemis y es una edición española con un epílogo diferente.
En 2003, cuando salió la primera edición, esto es lo que escribí acerca de esta importante obra.
El 27 de abril de 1998 yo estaba en la Universidad de Maryland. Cuando llegué a la oficina, y abrí mi correo electrónico, me encontré con varios mensajes acerca del asesinato del obispo Juan Gerardi. Mi primera reacción fue: ¡Que brutos! ¿A quién se le ocurre matar a un obispo? Luego me pregunté: ¿A quién puede beneficiarle esta mulada? Y entonces pensé: A lo mejor no es mulada. Alguien va a sacarle provecho a esto. Acto seguido pasé vergüenza y media, tratando de explicarles a mis compañeros y maestros en qué clase de país era brutalmente asesinado un obispo.
El asesinato Gerardi nos tocó a todos los guatemaltecos y nos persigue. A mí, porque soy periodista, porque lo entrevisté en Libre Encuentro y porque vi de cerca la cobertura de las investigaciones y del juicio. Por eso, y porque se quienes son Maite Rico y Bertrand de la Grange, he esperado con ansias su libro ¿Quién mató al Obispo?
La obra es un reportaje extraordinario; en el que, como Beatriz y Virgilio, los autores nos llevan por un círculo tras otro de revelaciones perturbadoras e infernales. Es la prueba (como si hiciera falta) de que existe el mal. Pero no sólo el mal aleatorio en circunstancias extraordinarias; sino la perversidad misma, que engendra acciones deliberadas, ejecutadas por personas específicas, y dirigida contra seres humanos convertidos en objetivos. La mafia, una sobrina vengativa, militares conspiradores, curas oportunistas y corruptos, diplomáticos y funcionarios internacionales hipócritas y shutes, testigos increíbles, amigos traidores, médicos inescrupulosos, jueces venales y cobardes, fiscales serviles y funcionarios trepadores de la iglesia se mezclan en una trama horrible alrededor de sus víctimas. Trama que no sólo es espeluznante, sino que confirma que la realidad supera a cualquier ficción.
Todo el libro es un torbellino. Pero a mí me impresionaron más la conspiración familiar alrededor de los Lima; la descalificación orquestada contra el experto Reverte; la ocultación de las mordidas de Balou, la indolencia de los jueces frente a los testimonios sospechosos de los indigentes y el origen de la matrícula P-3201; las vidas sórdidas de los Hernández y los Orantes; la historia triste de Villanueva. Usted escoja, y hay más.
En medio de todo, lo que más indigna es el desafortunado encuentro de intereses comunes entre el crimen organizado y la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado [de Guatemala]. Encuentro que muchas veces ha sido pasado por alto y hasta apañado por los socialistas que hacen activismo en las redacciones y por la jerarquía de la iglesia. Yo hace ratos que soy católico de atrio; pero si fuera un católico comprometido, dejaría de dar limosnas en misa, y de contribuir con la iglesia, hasta que no sea cerrado ese engendro espantoso que es la ODHA[G].
A aquella coincidencia de intereses se le une en calidad de indigna la actitud de los jueces y fiscales empeñados en adherirse a una sola línea de investigaciones en el proceso. “No nos confundan con hechos”, parecían decir. “Nosotros ya tenemos toda la verdad necesaria”. Y con esa actitud uno no puede sino estar convencido de que este proceso ha sido corrompido y que es una vergüenza para la historia judicial guatemalteca.Claro que los implicados y sus amigos ya han empezado con la usual campaña de descalificación, a falta de hechos y argumentos. Que si los autores trabajaron a sueldo, que si son de derechas, que si esto y que si aquello. Pero lo cierto es que cualquiera que examine sus credenciales encontrará en Maite Rico y Bertrand de la Grange a dos periodistas profesionales, con largas y brillantes trayectorias en El País y Le Monde, así como en América Latina. Ambos han escrito uno de los libros más importantes sobre la historia moderna de Guatemala.
La obra hace evidente que, aunque la paz fue firmada hace años, la guerra todavía está activa. El libro le da una perspectiva necesaria a la historia reciente de los guatemaltecos y le añade elementos imposibles de ignorar. Nos desnuda a los chapines y nos debería poner a meditar profundamente. Si no ha leído ¿Quién mató al Obispo?, cómprelo, pídalo prestado, o lo que sea; pero hágalo preparado para presenciar la autopsia de un crimen y para sentir una profunda angustia. Luego, reflexione.
En la foto: Bertrand de la Grange, Luis Figueroa y Maite Rico.
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Abr 07
El Obispo
Cuando el 26 de abril de 1998 ocurrió el ominoso asesinato del obispo Juan Gerardi, yo estudiaba en la University of Maryland y pasé la vergüenza de haber llegado de un país en el que ocurrían esas cosas. Y la vergüenza parece no terminar nunca.
A nueve años de aquel crimen, los autores del asesinato siguen libres, mientras que guarda prisión y silencio la única persona que seguramente sabe exactamente qué ocurrió en aquella noche fatídica; y están presas personas a las que se les acusa de estar involucradas indirectamente. Había un tercer preso; pero Obdulio Villanueva fue asesinado en febrero de 2003 durante un motín carcelario. Para él, nunca habrá justicia.
El 24 de abril pasado la Corte de Constitucionalidad ratificó la sentencia de 20 años contra Mario Orantes, Byron Lima Oliva y Byron Lima Estrada.
El caso de Gerardi siempre me da escalofríos porque prueba que la malignidad existe y que anda suelta por ahí. Y si a usted le hacen falta pruebas de que existe lo siniestro, seguramente querrá leer Quién mató al obispo, la obra de los periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange que pone al descubierto las conspiraciones y enredos alrededor del citado asesinato.
En este aniversario lamentable, cuando los verdaderos asesinos todavía andan sueltos, y mientras todavía se urden quién sabe que maquinaciones oscuras para que no se resuelva el caso, comparto con ustedes algunos párrafos de la obra citada.
“Las únicas sorpresas del juicio fueron el cúmulo de irregularidades, desde los falsos testimonios a la manipulación de las actas. A falta de pruebas, los testigos brotaban por arte de magia e iban llenando los huecos del rompecabezas, como siguiendo un macabro guión. Nada importaba que fueran tipos venales, marginales sin credibilidad o delincuentes: se les tomaba declaración y se les enviaba al extranjero sin más trámite ni comprobación”.
“Lo más desolador es que los asesinos de Gerardi andan libres y que los cerebros de la conspiración retomaron sus posiciones de poder”.
“Para mí no es creíble que Estados Unidos no tenga toda la información sobre el caso, y a pesar de eso, su embajador protestó cuando la sala de apelaciones anuló el primer fallo y ordenó un nuevo juicio”.
“Los que no tienen nada de ingenuos son los de la ONU, Ellos dieron un seguimiento milimétrico a la investigación. A pesar de todo, obviaron las inconsistencias manifiestas, los testimonios fabricados y las incontables aberraciones”.
“En una primera lectura, era lógico pensar que el ejército hubiese decidido vengarse de Gerardi. El problema es que cuando aparecieron las primeras pruebas de la participación de Mario Orantes ya era tarde”.
“El problema es que hay demasiados intereses en juego. La gran paradoja es que los mismos que traman la muerte de Gerardi, se sirven de los colaboradores del obispo para lograr sus objetivos”.
“Todo este proceso recuerda el caso de Alfred Dreyfus, el capitán francés que fue condenado a cadena perpetua por un asunto de espionaje a finales del siglo XIX. La vida política francesa estaba envenenada por el antisemitismo y Dreyfus era judío. Como no había pruebas, fabricaron documentos falsos y recurrieron a testigos dudosos”.
A final de cuentas queda en evidencia, otra vez, que el estado guatemalteco es incapaz de velar por la seguridad de sus habitantes y de garantizar una administración de justicia pronta y cumplida. El estado, sin embargo, negocia con chantajistas y en medio de una insufrible corrección política hace parecer legítimas hasta las más absurdas y abusivas pretensiones de los grupos de interés.
Y mientras tanto, en el marco del ignominioso caso Gerardi, algunos de aquellos grupos de interés se benefician de la memoria del obispo asesinado, en tanto que sus ejecutores andan sueltos.
Publicado en Prensa Libre el sábado 28 de abril de 2007
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Oct 06
El Mundial y la ONU
Para los chapines que queman sus pasiones en causas de lo más dispares, la búsqueda de un lugar en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas y las frustradas aspiraciones futbolísticas en el Campeonato Mundial, han desatado el mismo tipo de nacionalismo inefable.
Muchos se deprimieron cuando La Sele no nos pudo llevar al Mundial, y ¿cuántos se deprimirán si Gerth Rosenthal no nos lleva al Consejo?
A mi me da igual; pero si ganara Venezuela, se volvería a confirmar que algo está bien podrido en la ONU; ese foro en el que la URSS era tratada como si no hubiera sido el Imperio del Mal y donde el régimen de Beijing goza de respeto, como si no fuera una dictadura obscena.
Pensando en los anhelos chapines, me acordé de algo que escribió don Clemente Marroquín Rojas en una de las brillantes discusiones periodísticas que sostuvo; misma que está recopilada, junto a otras, en un libro titulado En el mundo de la polémica.
Esa obra es un cajón de perlas, y entre mis favoritas están las relacionadas con las pretensiones grandiosas del gobierno de La Revolución, encabezado por Juan José Arévalo. En la polémica que sostuvo con el canciller Enrique Muñoz Meany, don Clemente dijo: “Enrique pensaba que desde las alturas del gobierno de nuestra aldea adorable, podían realizarse algunos atrevimientos”.
En eso pienso cuando la administración de Oscar Berger manda guatemaltecos a Congo para que se mueran en operaciones oscuras de la ONU. En eso pienso cuando los soldados chapines van a Líbano. En una paráfrasis marroquiniana: esta administración no barre su casa; pero sale a barrer casas ajenas.
Guatemala y Venezuela compiten por un puesto en el órgano más poderoso del mundo, que discute y decide sobre asuntos que amenacen la seguridad y la paz mundial. Cosas como las amenazas nucleares de Corea del Norte y de Irán, el genocidio en Sudán y las guerras civiles en Africa.
Pero yo digo: Aquellas fuerzas de seguridad, ¿no son más necesarias para que aquí mismo, en la casa, no maten a cualquiera por robarle un teléfono, un reloj, o un automóvil? Y yo digo: las demencias de Kim Jong Il y los aquelarres africanos son una desgracia; pero ¿no sería mejor que nos concentremos en sacudir nuestros propios desmadres? Digo…antes de ir a barrer casas ajenas, o de deprimirnos por no poder hacerlo.
Aquí tuvo que pasar que los gringos se empecinaran en su guerra contra las drogas, para que la administración dispusiera hacer algo con las plantaciones de amapolas en San Marcos. Aquí tuvo que pasar que apareciera un Alejandro Giammatei, para que se pusiera orden en Pavón. Y entonces, ¿qué hacemos, desde esta aldea adorable, permitiéndonos atrevimientos como el de Congo, o el del Consejo?
Yo sugiero que la administración chapina se concentre en protegernos la vida, la libertad y la propiedad. Que se enfoque en garantizarnos la justicia y el cumplimiento de los contratos. Que se revierta el colapso del Estado. ¡Que sea reformado el Estado!, antes de que pretendamos imponer el orden en patios ajenos. Si esta administración no es gendarme en su propia tierra, ¿qué hace metida a gendarme del Globo?
Y antes de deprimirme, yo quisiera saber, si se puede, cuánto nos ha costado, a los tributarios, esta aventura en la ONU Y quisiera saber, si se puede, cuántos mejores policías, cuántos mejores fiscales y cuántos mejores jueces podríamos tener, si aquellos recursos hubieran sido invertidos en algo útil y menos pretencioso.
2. Fiat lumen: No conozco al excomulado Eduardo Aguirre; pero por lo que se lee en los diarios, se entiende que fue castigado así de duro por no alinearse con Quezada y con Benedicto XVI. Lo que me lleva a pensar en lo paradójico de que a Mario Orantes le sea llevada la comunión a su celda, siendo uno de los protagonistas de Quién mató al obispo (De La Grange y Rico, 2003).
3. Mojito: Se murió Celia Cruz y en el cementerio, durante el entierro, Castro lloraba y decía: “Mi Celia, mi Celia”. Un chino que estaba cerca y lo oyó, le dijo: ¡¿Mi Celia?! ¡Miselia, hamble y dictadula!
Publicado en el diario Prensa Libre el sábado 21 de octubre de 2006