05
Sep 16

A lomo de mula en “A Glimpse at Guatemala”

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Dicen los Maudslay: On Sunday 21 st. to my regret we broke our camp…we sent on our pack-mules and luggage to the town of Panajachél to await our arrival, and set out ourselves to visit the small town of San Antonio…The shortest way to the village is by a precipitous path down the cliff, used daily by the Indians, but altogether impossible for mules…the narrow path zigzagged down the hill, and was so steeped that we preferred to dismount and lead our mules until we reached the water`s edge; then a ride of a few miles over a path scraped out of the hillside brought us in view of the little Indian town.

El relato del viaje en mulas me recordó mi propia aventura de cinco días en la selva de Petén y a lomo de mula,  cuando visité El mirador.

La foto es de A Glimpse at Guatemala (1899);un libro publicado por Ann Carey Maudslay y Alfred Percival Maudslay, viajeros británicos que estuvieron en Guatemala a finales del siglo XIX.  Me gusta publicar esta serie de fotos encantadoras.

La foto, dice: Noonday rest,  es por A. P. Maudslay y el grabado es por la Swan Electric Engraving Co.


29
Ago 16

Guatemala de 1889 en el lente de los Maudslay

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Alfred y Ann Maudslay nos relatan su viaje a Atitlán: All day long travelers would pass along the road, which ran within a few feet of our tent.  Sometimes it would be a party of Indian traders or carriers, their cacastes heavily laden with earthen cooking-pots or other mechandise…the Indians would put their loads and stop to rest under the shade of the trees and ask permission to fill their water-jars from the little pool as civilly as though we were its lawful possesors. Then they would light their fires by the roadside to heat their coffee and toast tortillas in the ashes.

Se me había olvidado compartir las fotos de A Glimpse at Guatemala(1899); un libro publicado por Ann Carey Maudslay y Alfred Percival Maudslay, viajeros británicos que estuvieron en Guatemala a finales del siglo XIX.  Aquí vuelvo a tomar esta serie de fotos encantadoras.

La foto, dice: Noonday rest,  es por A. P. Maudslay y el grabado es por la Swan Electric Engraving Co


17
Jun 16

En el Día del padre, para los nuevos en este espacio

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En 1986 las campanas doblaron por mi padre, que dejó de existir casi a la misma edad que tengo ahora (en 2006); y desde entonces, el Día del Padre no ha sido lo mismo para mí.

Extraño a mi padre cuando tengo un éxito, y lo extraño más cuando tengo un fracaso. Lamento mucho que no esté aquí para ver a sus nietos creciendo y para ver sus caras de felicidad cuando ganan sus equipos en el Mundial de Futbol.

Mi padre me enseñó a limpiar calamares, a sentarme a leer tranquilamente al final de la tarde, a montar moto, a cangrejear en la playa, a preparar “Bloody Marys”, y a cantar “En un bosque de la China” y “Pajarillo barranqueño”.

Me enseñó a hacer castillos de arena y me construyó un invernadero cuando yo era orquideólogo. Me enseñó tiro al blanco y seguramente hubiera preferido que yo fuera deportista, a que fuera orquideólogo; pero recuerdo que estaba muy contento cuando gané mi primer Mención honorífica en una exhibición nacional.

Con mi padre íbamos a “La Placita Quemada” a comprar mariscos, donde una señora que tomaba sangre de tortuga.

Íbamos cada 1 de noviembre al Cementerio General a visitar la tumba de su padre, y con mis hermanos entrábamos a pie. Él, además, había inventado la historia de un lorito suyo, de nombre Vito, que había sido piloto. El avión de Vito había sido derribado durante la Liberación y se hallaba enterrado cerca de la tumba de mi abuelo. Así que mis hermanos y yo llevábamos flores para el padre de mi padre, y flores para el lorito caído.

Al final de sus días discutíamos mucho. Él, sin lugar a dudas, era un constructivista irredento; y yo, soy un convencido total de la existencia de órdenes espontáneos. El era un apasionado con un corazonote así de grande; y yo que soy un objetivista, que sin duda le parecía exageradamente racional.

Mis padres eran muy jóvenes, y nada me daba más gusto y orgullo que el mío me presentara como su hermano y que cuando iba por la calle, con mi madre, alguien silbara y me dijera, “¡Adiós, cuñado!”

Su última foto se la tomé junto a su Mustang, el mismo en el que hizo su viaje final. Y por cierto que, pocos años antes, había pasado por una crisis financiera. Eso lo lastimó mucho; pero nunca perdió su magnífico sentido del humor. De hecho, para pasar el aguacero vendía contratos funerarios; y en sus tarjetas, ¿qué cree usted que decía? “Luis Figueroa, asesor en viajes celestiales”.

La última vez que lo vi yacía bien rasurado, todo conectado a tubos, inconsciente, y aparentemente tranquilo. Y no alcancé más que a decirle, muy quedito y entre dientes: “¡Gracias, fuiste un padre divertido! y te voy a extrañar”.

Esta es la nota que, sobre mi padre, escribí para el 17 de junio de 2006; la comparto con ustedes porque hoy es el Día del Padre, y para quienes son padres y nuevos lectores de Carpe Diem.


13
Jun 16

Pastel de chocolate de mi niñez

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Cuando era niño, uno de los pasteles tradicionales en casa de mi abuela, Frances, y en la de mis padres era el de chocolate con turrón de menta.  Me gustaba muchísimo la combinación del chocolate con la menta y me encantaba el color del turrón.  El aroma era irresistible.

Tenía ratales de querer hacerlo y me animé el sábado, sólo para sentirme como cuando los tres chiflados hacían un pastel.  Normalmente, cuando  cocino lo que hago me deja contento; pero de cuando en cuando hago algo muy mal.  Como cuando hice una quesadilla y se me olvidó ponerle azúcar, o como cuando hice pay de limón y me salió casi líquido el relleno.  El pastel del sábado estuvo casi, casi en esa liga.

Creo que me pasé de mantequilla y el pastel -que ya había crecido- se bajó de repente dentro del horno; y yo no había abierto la puerta.  Fue triste porque tenía mucha ilusión de volver a comer ese pastel.  A eso hay que añadirle que no conseguí el chocolate amargo en tabletas que solían usar mi abuela y mi madre y que tuve que sustituirlo por cocoa, lo cual ya era un riesgo.  En fin…

El turrón de menta sí salió magnífico, del tono de verde adecuado, con el aroma y con el sabor exactamente a los que estaban en mi memoria.

Resignado dispuse cubrir el fracaso de pastel con el turrón delicioso y el resultado no estuvo mal porque, si bien el pastel no era el más hermoso que uno haya visto (de hecho era una ruina), su sabor sí que estaba estupendo.

La próxima vez que lo haga, si no consigo el chocolate adecuado y si tengo que volver a usar cocoa, no agregaré mantequilla extra para compensar.  Si eso resulta bien, posiblemente siga usando cocoa porque me gustó mucho el sabor del pastel con ese ingrediente, lo malo es que sale medio canche y no sale oscuro como con tabletas.


06
Jun 16

Mi foto de tortillas negras

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Una de mis fotos de tortillas negras fue compartida por el diario Siglo 21 -con sus lectores- en su cuenta de Twitter; y me dio mucho gusto.  Gracias por esa mención. Es una foto muy colorida y las tortillas se ven hermosas y deliciosas.

Para quien le interese, publico fotos en:

La primera vez que ví tortillas de maíz negro, yo iba rumbo a San Juan Ostuncalco con mi tía Adelita. En algún pueblo mi tía le pidió a su chofér que se detuviera y que fuera al mercado a comprar comida. Y Baltasar volvió cargado con tortillas y queso.

Me llevé una decepción  cuando abrió la servilleta con tortillas porque eran oscuras; y yo nunca había visto tortillas de ese color. Las había visto blancas, por supuesto; y las había visto amarillas, que son hermosas y dan hambre. Pero estas, me dije, de plano que están enmohecidas. Y pregunté, para mis adentros, que qué le habría pasado por la cabeza a Balta, para comprar semejantes tortillas con moho.

Grande fue mi sorpresa cuando mi tía abuela preparó tres tortillas y nos dió una a cada uno. Ese fue el momento que escogí para preguntar si las tortillas estaban buenas. Y grandes fueron las risas de la tía Adelita y de Balta cuando cacharon lo que estaba pasando. Y yo quedé grandemente azareado.

Por supuesto que el sabor de las tortillas negras con queso era delicioso; y, desde entonces, siempre que hay tortillas negras me las gozo mucho. Su sabor es ligeramente más dulzón que el de las de maíz blanco, que son las más comunes.


30
May 16

En recuerdo de la abuelita Juanita

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Escucha el podcast aquí,

Quizás esta es la comparación más inapropiada que he hecho; pero, mi abuelita Juanita era como un ratoncito.  Menuda, silenciosa y discreta.  Era algo estoica…pero con un toque epicúreo.

Me pasaba siempre que, cuando me despedía de ella, se me hacía un nudo en la garganta; y creo que es porque yo tenía la impresión de que atrás dejaba algo muy frágil.  Pero no era así.  Era sólo que su fuerza era escondida y estaba adentro.  En realidad era como un roble, o como un cedro oculto en el cuerpo de una espiga.

En su vida soportó muchas adversidades y traiciones; pero si algún día quieres saber cómo no dejar de ser feliz, y si algún día quieres saber cómo ir por la vida deteniéndote a cada rato para oler el aroma de las rosas…ah, ojalá y hubieras conocido a esta dama.

No recuerdo qué música le gustaba y no veía la televisión; pero escuchaba la radio. Una vez, una sola vez que yo oía Y tú te vas, de José Luis Perales, me comentó: Que triste es esa canción.  Y le gustaba mucho leer Selecciones. Decía que los Corn Flakes ya no eran como antes, porque antes sabían a malta y ahora no.  Decía que los perfumes y las aguas de colonia de ahora no eran como las de antes; y nunca le gustó ninguna de las que yo le daba a oler.

Era dulcera y media.  Mi madre cuenta que una vez se comió varias docenas de higos en dulce; y en su casa siempre había frutas en almíbar.  Cuando no eran higos, eran manzanas, o mangos, o los que más me la recuerdan a ella: duraznos y cerezas. Ella me enseñó a hacer huevos chimbos.

En su casa, la carne, las frutas y las verduras siempre eran del día.  Ahí no había tales de comprar provisiones para la semana, o la quincena.

Después del terremoto de 1976 vivió en casa de mis padres un tiempo; y en la noche, cuando yo iba a darle las buenas noches, siempre me ofrecía una copita de licor de Apry que había rescatado de aquella tragedia.  Durante ese tiempo, oí de sus labios, durante largas conversaciones a media mañana, historias emocionantes y conmovedoras de su vida, que había sido una de novela. Las guardo como tesoros en mi corazón, y estarían en cintas si no se hubiera dado cuenta de que una vez la estaba grabando a escondidas y no me hubiera pedido que borrara la cinta.

La abuelita Juanita roncaba como olla de tamales. Dormía la siesta.  No usaba anteojos. Caminaba rapidito.  Iba a misa, pero no era fanática.  Tenía sentido del humor.

Cuando mis jóvenes padres viajaban -o andaban de parranda- mi hermano, Juan Carlos y yo íbamos a vivir a la casa de la abuelita Juanita y de La Mamita (su hermana). Ese era un mundo centrado en nosotros; ligeramente sobreprotector, pero enormemente creativo y entretenido, que se podría decir que, a veces hasta se ponía un poco alejado de la realidad.

La abuelita Juanita era un ratoncito; ¡pero qué ratoncito!

En la foto, la abuelita Juanita es la tercera de izquierda a derecha, de pie.  Las otras son primas suyas.


17
Mar 16

Faldas cortas, y pelo largo

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La época de oro de los hippies le llegó a Guatemala durante la presidencia de Carlos Arana, entre 1970 y 1974.  Por la Torre del Reformador había una tienda que se llamaba Carnaby Market (donde mi padre me compró una pulsera de pelo de elefante), mis padres fueron a una fiesta disfrazados de hippies, y mis primos y yo -en Panajachel- íbamos a ver a los hippies bañarse desnudos en unas pozas de agua caliente que había entre esa población y Santa Catarina Palopó. Hubo algunos casos de streaking y la sociedad chapina estaba entre escandalizada y fascinada.  En el imaginario chapin, usar el cabello largo era sinónimo de ser hippie. Es legendario que la policía disolvió un  Woodstock a la tortrix en la Avenida de las Américas.

Ese fue el tiempo en el que a la policía le dio por llevar tijeras para cortarles el cabello a los chicos que lo llevaban largo; y bajarles el ruedo de las faldas a las chicas que usaban mini.  En algunos colegios -especialmente religiosos- a las chicas les descosían los ruedos y la madre de mi amiga, Carolina, le hizo los ruedos cortos a su otra hija para que las monjas, al descoserlos, no pudieran bajarlos.

De todo aquello me acordé ahora que leí que la Vicepresidencia de la república les envío un memorándum a sus empleados con reglas y normas de como deben vestirse para ir a trabajar. A las mujeres se les obliga a usar zapatos de tacón alto y se les prohíben las faldas cortas. Mientras que a los hombres se les prohibe el uso del cabello largo.

Estoy de acuerdo con el hecho de que un lugar de trabajo tiene la facultad de especificar normas de vestimenta para sus trabajadores, así como de higiene; porque es cierto que hay chavas que se pelan a la hora de enseñar muslos y seguramente los chavos feos no deberían usar cabello largo, y hay mara que se viste como para un vídeo de reggetón sucio;  pero, ¿qué, exactamente, quiere decir falda corta? ¿Cuánto es corto y cuánto es largo? ¿Quién decide? Los zapatos de tacón deben ser una gran incomodidad, ¿por qué deberían ser obligatorios? ¿Quién tiene un fetiche de tacones? ¿Que quiere decir cabello largo?  ¿Cuánto es corto, y cuánto es largo?  ¿Quién decide? ¡Que esto no vaya a ser obra de los cachurecos!

De cualquier manera da algo de risa la justificación que encontró la Vicepresidencia para sus normativas: debemos marcar un código sobre el arreglo personal de los empleados ya que el visitante externo se formará una imagen de la institución a través del primer contacto que este tenga con un trabajador de la casa de Guatemala.  Yo, que si caigo por ahí seré visitante externo (y un mandante), pondré más atención a si los funcionarios son corruptos, inéptos, o pendejos, a insignificancias como el largo de las faltad, o el de los cabellos.

La foto es de Soy 502; ¡y esto es de opereta!, la Vicepresidenta echó marcha atrás.


11
Ene 16

Adiós a Natalie Cole y a David Bowie

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En esta temporada se fueron dos grandes de la música: Natalie Cole y David Bowie.  Del segundo una de suscanciones favoritas… no por la letra, sino por la música, fue China Girl, aunque también me gustaba mucho Dancing in the Streets con Mick Jagger; en tanto que de la primera me encanta su interpretación de Autumn Leaves.
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19
Abr 15

¿Y para el desayuno? Waffles

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Hoy, para el desayuno, hice waffles con la receta de mi bisabuela (Mami) y en su waflera art deco.   El aparato es una waflera de marca Universal ca. 1924 que extraña y afortunadamente sobrevivió a más de 90 años de mudanzas y calamidades.

Ya domino el arte de hacer waffles (gracias a consejos de mis cuates Grete y Rodrigo)  y en esta ocasión los comí con miel pura de maple y con Spam. Me enteré, por cierto, que en español a los waffles se les dice gofres; pero sospecho que esa es una palabra que no usaré mucho ya que no me conecta con mi niñez, ni con los domingos de waffles en casa de mis padres. Tenía añales de no comer Spam; pero la semana pasada compré una lata y me lo he estado disfrutando poco a poco. También es algo que me trae muchos buenos recuerdos.

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06
Abr 15

Los helados olímpicos

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En 1950 se celebraron en Guatemala los Juegos Centroamericanos y del Caribe; y los chapines dispusieron que eran las olimpiadas.  De aquellos tiempos y de aquella efemérides datan los que conocemos como helados olímpicos que son helados con sabor a naranjas y rellenos de crema.

Son infaltables en el menú de los helados de carretilla y son unos de mis favoritos.  Cuando era niño, mi abuelita Juanita y La mamita (mi tía abuela) sólo me dejaban comprar helados de carretilla marca Sharp porque esos eran los que gozaban de su confianza. Los olímpicos y los de crema forrados con chocolate siempre me recuerdan la temporada que pasamos con mis padres y hermanos en el desaparecido Turicentro Likin, para su inauguración.  Esos eran los que comíamos todos los días.

También me gustaban los de sandwich.  Estos eran los que comía cuando mis padres nos mandaban a las matinales, en el cine, y nos daban 15 centavos.  Con eso comprábamos un helado de sandwich a la entrada, uno en el intermedio (porque había dos pelis) y uno a la salida.

Más tarde en mi vida, al principio de la Secundaria, el heladero de mi barrio era Nelson. A él le comprábamos helados Foremost con frecuencia, y nos conocía de nombre. Uno conocía el sonido de las campanas de su carretilla, y la forma de su sombrero.