14
Mar 20

La maldad de quienes aman a la humanidad y odian a la gente

Hace unas décadas los colectivistas y místicos que decían amar a la naturaleza y se decantaban por el ecologismo (e incluso por la ecohisteria moderada) al menos fingían amar a la humanidad…aunque odiaran a la gente; y eso ya no ocurre más. Al menos no entre estos que encontré el viernes.

Este grupo, el de la ilustración de abajo ¡celebra! que gracias al coronavirus, en España, ha caído las emisiones de CO2 en el contexto de una supuesta emergencia clímatica. Dejemos a un lado el hecho de que las emisiones de CO2 están contribuyendo a que haya más árboles y vegetación en el planeta.  La celebración de aquella gente ocurre en el contexto de que el número de muertos por coronavirus, en España, asciende a 195 y hay casi 6,000 (al momento de publicar esta nota) contagios. Casi los oye uno exclamar, como ironizó @velardedaoiz2: ¡Imaginaos lo que podríamos conseguir resucitando la viruela o la peste bubónica!

Otro grupo parece celebrar que como consecuencia de menos traslados y menos actividad en China, las medidas para frenar el coronavirus hacen que la calidad del aire mejora.  Y como comentó, de forma irónica, @Luis-I_Gomez, parece que hasta se alegran. Sólo les falta recomendar unas dosis de antrax cada seis meses.

Y no falta quien lamente que la pandemia del coronavirus desviará fondos que antes eran usados para financiar políticas y activismo contra el cambio climático supuestamente antropogénico.

Y hablando de eso, la Tierra giraba más rápido al final de la época de los dinosaurios que en la actualidad, rotando 372 veces al año en lugar de las 365 actuales, según un nuevo estudio de conchas de moluscos fósiles de finales del Cretáceo publicado en la revista de AGU Paleoceanografía y Paleoclimatología. Esto significa que un día duraba sólo 23 horas y media. Te imaginas que, en aquel entonces, los habitantes de la Tierra hubieran creado impuestos y políticas para combatir el alargamiento del día.  ¿Estaríamos aquí los seres humanos tal y como los conocemos? Si oenegeros, periodistas, maestros, clérigos, blogueros, twitteros y otros hubieran creado la ola de opinión necesaria para frenar políticamente el alargamiento del día, ¿lo hubieran conseguido? Y si lo hubieran conseguido, ¿a qué costo en términos de vidas?

Dicho lo anterior, en 2005 y en el contexto del tsunami de año nuevo, escribí un artículo titulado ¿Prefiero la arena? en el que ponía en evidencia lo inhumano de aquellos que dicen amar a la naturaleza y a la humanidad, aunque odien a la gente. Y ese fenómenos se repite ahora con personas y organizaciones que celebran la reducción del CO2, la menor actividad a costa de vidas humanas y lamentan el desvío de fondos para combatir el coronavirus en vez de que sean dirigidos a sus particulares intereses.

Tengo la impresión de que la lucha contra el cambio climático supuestamente antropogénico, como principio social, condena las ciudades, la cultura, la industria, la tecnología y el intelecto, y aboga por el regreso de los hombres a la “naturaleza”, al estado de subanimales que gruñen mientras que cavan el suelo con sus propias manos. tal y como escribió Ayn Rand a principios de los años 70 para referirse al ecologismo como principio social.


28
Feb 20

Coronavirus y cuentos

En 1348 la peste negra o peste bubónica cayó sobre Florencia y siete mujeres y tres hombres jóvenes huyeron de la ciudad para refugiarse en una villa campestre.  ¿Qué hicieron en aquellos tiempos en los que no había Netflix, ni Facebook, ni Twitter?

Ilustración de la edición de Il Decameron publicada en Venecia h. 1492. Dominio público, via Wikimedia Commons.

Antes de contarte qué hicieron, te cuento que la pandemia se origino en algún lugar de Asia y llegó a Europa por medio de las rutas comerciales.  En Florencia, sólo un quinto de la población sobrevivió y sólo en Europa se estima que murieron unos 25 millones de personas.

Pues bien, te cuento que los jóvenes florentinos se entretuvieron contando cuentos durante 10 días.  Cien cuentos para ser exactos y el libro que recoge aquellos relatos se llama Decamerón, por Giovanni Boccaccio.  Los temas de los cuentos fueron el amor erótico y el amor trágico, la inteligencia humana y la fortuna.

En la biblioteca de mi abuela, Frances, recuerdo que el Decamerón estaba junto al Cantar de Mio Cid y de The Tales of Canterbury, en los estantes de arriba.  He aquí algunas frases de aquel libro: Confunde un buen hombre con un dicho ingenioso la malvada hipocresía de los religiosos. Boca besada no pierde fortuna, es más renueva como la LunaLa pobreza no quita a nadie nobleza, sino los haberes. La gratitud, según lo creo, es entre las demás virtudes sumamente de alabar y su contraria de maldecir. Empiezas a pensar en el mal antes de que te llegue, y si sucediere, entonces pensaremos en ello.

“A Tale from Il Decameron”, por John William Waterhouse, 1916, Lady Lever Art Gallery, Liverpool. Dominio público, via Wikimedia Commons.

Ahora que nos toca sobrevivir al coronavirus -como sobrevivimos a la gripe A, a la gripe aviar y a la enfermedad de las vacas locas– ¿cómo y con quiénes pasarías 10 días huyendo de la pandemia? Yo, que recuerdo los relatos de la gripe española -que contaba mi tía abuela, La Mamita- pienso que no estaría mal contar cuentos. Ver Netflix, Facebook y Twitter, OK; pero que no se pierda la bonita costumbre de contar cuentos.  Los chapines ya hemos sustituido los chistes por los memes; y aunque hay memes geniales, extraño los chistes, y extraño los cuentos.

Columna publicada en elPeriódico.