Es lunes y la mañana (que empezó tarde) nos invitó a caminar un poco antes de ir a desayunar; pero a caminar con una taza de café con leche en mano, por supuesto. Durante el paseo vimos varios cortes de pacayas, ya que es temporada de cosecha de pacayas allá en El Soch; y también entramos a una parte del sitio arqueológico que no habíamos visitado antes.
Poseídos por ese espíritu de relajamiento, nos cautivaron una bromelia hermosa y un grupo de mariposas pequeñas de colores amarillo y negro.
Durante la sobremesa, don Julio nos contó cómo su abuelo había llegado a aquellas tierras y había encontrado a la gente viviendo de forma miserable en covachas de caña de maíz cubiertas por güisquiles, y contó cómo les había enseñado a sembrar 10 cuerdas de milpa alrededor de ranchos mejor construidos. Luego, su abuelo sembró 4 caballerías de café y así fue prosperando la región.
Junto a su casa y al trapiche, don Julio tiene una pequeña laguna donde cultiva mojarras. Peces que alimenta con hierba Santa María y con caschamotes, entre otras delicadezas. En la ciudad de Guatemala no son muy conocidos los caschamotes, que son unos tubérculos parientes de las malangas. Yo digo que son taros y son los que se usan para hacer poi en Hawaii; y una bebida deliciosa, también llamada taro, que en Guate he probado con boba tea y en helado. Antes vendían taro en Paíz, pero hace años que no lo veo.
En fin, la cosa es que las mojarras comen rico. El año pasado, don Julio nos ofreció mojarras para almorzar, o cenar; pero como llevamos comida, no se dio la oportunidad. Sin embargo, este año reservamos el almuerzo del lunes para probar las mojarras y acompañamos a don Julio a pescarlas. Procuramos no estorbar y la pesca fue buena.
Con aquellos pescados —bien galanes— doña Nohemí preparó un caldo y almorzamos cada uno un buen plato de caldo y un pescado gordo. ¡Qué carne deliciosa! ¡Qué manjares! No solo porque doña Nohemí los preparó riquísimos, sino porque la carne en sí era magnífica. Obvio que la alimentación de los peces se notaba en la calidad de su carne.
El vino se lució con el almuerzo y nos mandó a la cama a hacer la siesta.
La siesta fue brevísima porque el plan era subir hacia El Amay, en dirección a la Zona Reina para, desde esa cumbre, gozar de las vistas, del valle y del día brillante. Ese cerro forma parte de la sierra de Chamá y se sube por un camino de piedras. El nombre viene del vocablo pocomchí Aj’may, que es un tipo de bambú de la región. El camino conduce a La Parroquía, en la Zona Reina, a donde no teníamos intención de llegar porque queda bien lejos.
Lissa, Raúl y yo subimos y subimos hasta donde pudimos llegar en una hora de camino y, ciertamente, valió la pena. ¡Qué paisajes! Y la vegetación y el terreno muy diferentes a los del valle. Mucha piedra, mucho viento frío y aire puro. Poco tráfico, una que otra moto y uno que otro pick-up o autobús pequeño que iba y venía. Fue un paseo bien rico; y cuando calculábamos que nos quedaba poco más de una hora de luz —y el viento se hizo más helado— agarramos camino de vuelta.
En San José El Soch dispusimos recorrer algunas calles para explorar la población y después nos dirigimos a la cabaña para esperar que se pusiera el sol. Luego de un tequila y quesos a la luz de las veladoras, nos encaminamos a la casa para cenar.
En compañía agradabilísima de la familia de don Julio y de doña Nohemí, la cena fue una aventura porque don Julio y los muchachos castraron una colmena silvestre que había crecido peligrosamente junto al sitio arqueológico. Las abejas nos rondaban mientras cenábamos y picaron a uno de los nietos de don Julio. Comimos miel directamente de pedazos de panal y a Raúl lo picó una abeja en el labio. De cena comimos un estofado con jerez que habíamos preparado en casa y, de postre, hubo moyetes de Tres Generaciones, mismos que dos nietas de don Julio habían estado bañando en miel ligeramente aderezada con ron Zacapa. Fue una cena familiar encantadora, animada por la presencia de las abejas.
En apicultura, castrar significa retirar los panales para extraer la miel. Aunque en este caso también significó deshacerse de la colmena. Este fue un procedimiento necesario porque las abejas pueden ser muy peligrosas para los visitantes y para los habitantes de la finca.
Ya entrada la noche, agarramos camino para la cabaña entre risas y bromas por las picaduras de las abejas. Y ni te imaginas… las florifundias hicieron lo suyo. En El Soch, cada instante es una invitación a vivir el presente, a saborear lo simple y a conectar con la tierra y su gente. ¡Eso es carpe diem en su máxima expresión!
@luisficarpediem Es lunes y la mañana (que empezó tarde) nos invitó a caminar un poco antes de ir a desayunar; pero a caminar con una taza de café con leche en mano, por supuesto. Durante el paseo vimos varios cortes de pacayas, ya que es temporada de cosecha de pacayas allá en El Soch; y también entramos a una parte del sitio arqueológico que no habíamos visitado antes #elsoch #quiche #chapinesenusa #turismo #arqueologia #luisfi61 #pesca
4/5