Tempus fugit o el tiempo vuela es una frase especialmente cierta cuando uno la está pasando muy bien; y en El Soch nos llegó el martes 15 de abril, día en que finalizó nuestra estancia en aquel sitio arqueológico, rincón perdido de bosques y manantiales, paraíso en el que la generosidad y la cortesía se viven de ese modo tan particular como se vive la vida en el campo.
Nos levantamos tarde y desayunamos lentamente, como cuando uno no quiere que avance el día. Comimos miel del panal que había sido castrado la noche anterior. Don Julio nos mostró una ficha antigua de la finca San José del Soch y volvimos a la cabaña para empacar.
No quisimos irnos sin pasar a despedirnos de las tías Chita y Tita, así que agarramos camino hacia su casa con la dicha y la novedad de que las encontramos haciendo pan. ¡Aaaaaaah, qué ganas de no irnos y de quedarnos para ayudar a hacer pan… y comerlo después! En las casas tradicionales de Guatemala es tradición preparar pan con ocasión de la Semana Santa. En parte, eso se debe a que, hasta bien entrado el siglo XX, los negocios no abrían durante aquella festividad y era necesario abastecerse antes de que llegaran los días grandes de aquella conmemoración. En parte, porque, ¿a quién no le gusta una buena fiesta? ¿Y cómo puede haber buena fiesta sin elaborar comida por toneladas y, mejor, si es en familia? ¿Y cómo puede haber buena fiesta si la comida no se comparte y se reparte?
Tuvimos, pues, la dicha de llegar a tiempo para ver a las tías y a dos sobrinas de ellas en plena producción de pan. Vimos el horno encendido y las manos maravillosas amasando y trabajando las masas. Vimos las formas caprichosas y personalísimas con las que se elabora aquel alimento primordial. Les dijimos adiós al célebre lorito que escapó del gavilán en 2024, al que apodé El Barón Rojo; y nos despedimos de las oropéndolas que hay en el jardín de las tías. Luego de los abrazos y de las despedidas, bajamos a la cabaña para cargar el carro y emprender el retorno.
¿Vas a creer? Cuando llegamos a la casa de don Julio para despedirnos (doña Mimí ya había partido para Uspantán la noche anterior), ahí estaban las tías y la prima Marlin ayudando a desparasitar a la potranca que recién había nacido unos días antes. Un proceso difícil que requirió maña y fuerza.
…y entonces fue cuando le dijimos adiós a la familia, a los ajaw de El Soch, y nos llevamos costales llenos de buenos recuerdos, buenas experiencias y de agradecimiento por la vida y por las buenas personas que se nos cruzan en ella.
Pan y procesión en Santa Cruz del Quiché
Rumbo a Santa Cruz del Quiché, paramos en Chicamán para comprar crema que la prima Marlin nos había recomendado, donde un tío suyo. Y qué bueno que compramos buena cantidad, porque resultó una crema deliciosa.
Luego de la compra, agarramos camino rumbo a Santa Cruz, paramos brevemente en Sacapulas para comprar sal negra y algo de alfeñiques y de chancaca. Estos dos últimos son dulces tradicionales guatemaltecos, bastante parecidos a la melcocha.
Llegamos al hotel Casa Antigua El Chalet, hospedaje que nos gusta por cómodo y confiable, porque ahí se come razonablemente bien. Luego de un baño y de una siesta breve, caminamos rumbo a la Panadería Zuly, porque el martes es el día en el que la gente que no hizo pan, o la gente que gusta de ciertos panes específicos, acude a comprar ese alimento. En la costa sur le dicen pan para Judas. Esto ocurre en casi todas las poblaciones del país. Llegamos a la panadería y… ¡Oh, tristeza!… ya no había cazuelejas de mantequilla, ni bizcochos. Sin embargo, pusimos nuestras mejores puppy faces y accedieron a vendernos unas cazuelejas. ¿Cuál fue la lección que aprendimos? Si el año entrante tenemos la dicha de andar por ahí, encargaremos nuestro pan con anticipación, como debe ser.
Ya con nuestra caja de pan bien amarrada, tomamos un tuk tuk que nos llevó al hotel. Ahí, junto a la chimenea, tomamos un par de tequilas, cenamos, hicimos el debriefing del día y Lissa se fue a acostar, en tanto que Raúl y yo nos dispusimos a caminar por la ciudad. No tuvimos que andar mucho cuando nos encontramos una procesión encantadora. Primero, por la forma particular de los capirotes de los cucuruchos y, segundo, porque iba precedida por matracas. Matracas pequeñas y matracas grandes. En la ciudad de Guatemala nunca las he visto en procesiones, pero resulta que, en otros lugares del país, todavía se usan estos instrumentos de madera que emiten sonidos fuertes y francamente desagradables; pero que son muy impresionantes en la noche y en medio de nubes de incienso.
Luego de ver la procesión, caminamos tranquilamente por las calles oscuras y solitarias de Santa Cruz del Quiché y volvimos al hotel para dormir como tiernos.
La mañana en Santa Cruz
El mercado de Santa Cruz del Quiché es enorme y abarca muchas calles; además, es un mercado bien abastecido. En él abundan todos los productos propios de un gran mercado: pescados, carnes, verduras y todo lo que se te pueda ocurrir. Es alegre levantarse temprano, desayunar y salir a explorar.
Además, el parque central de la ciudad es un hervidero de gentes, compradores, vendedores y devotos que acuden a la catedral para confesarse. Es Miércoles Santo y mundos de gente haciendo cola para prepararse para la conmemoración que se acerca. El atrio de aquel edificio, como el año pasado, está adornado con un arco tradicional y galán. Un grupo de hombres que colaboraban para hacer los adornos propios de la fiesta nos dieron la bienvenida a Santa Cruz y nos acomodamos para que nos lustraran los zapatos en el parque. Además, en la catedral, pasamos a saludar a los mártires amigos de nuestra amiga, Rachel, a quien siempre extrañamos cuando andamos puebleando.
Tempus fugit y al mediodía era hora de emprender el regreso a la ciudad de Guatemala. Volvimos por la ruta de Chiché, el Motagua y Tecpán. Ahí cumplimos con la tradición de comer algo en Katok y, poco antes de las 6:00 p. m., llegamos a nuestras casas. Llegamos con la certeza de haber vivido y compartido momentos extraordinarios, agradecidos por ellos y con ganas de más. Volvimos cargados de recuerdos que nos confirman que la vida, cuando se vive con gratitud y en buena compañía es un viaje que vale cada paso.
5/5