Mi cuata, Claudia, solía presentarme así: Luis Figueroa, que fue cocinero del Fu Lu Sho. A mí me cae en gracia la broma y cuando la hago de mesero, cocinero, o cantinero, digo: Es que fui mesero (cocinero, o cantinero) del Fu Lu Sho.
Hace años, para que no se diga que me morí sin ir a dicho restaurante chino ubicado en el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, fui a cenar ahí. Me comí una hamburguesa y un milk shake de vainilla; y lo puse en mi currículo. Para que tuviera verdadero valor cultural fuí antes de que fuera remozada la Sexta Avenida y los otros comensales eran prostitutas y taxistas, principalmente.
Todo esto viene al caso porque el inmueble que ocupa aquel negocio -que existe desde 1956- cambió de dueños; y con el remozamiento de la Sexta Avenida, muchos propietarios -inlcuidos los del edificio en el que esá el restaurante- han subido los alquileres de sus locales. Esto, claro, incomoda a los inquilinos. Y algunos inquilinos creen que tienen algún tipo de derecho al alquiler bajo, o algo parecido. Los dueños del Fu Lu Sho han acudido al público para evitar que les suban el alquiler. Y algunos miembros del público los apoyan.
Ejemplo de ello es una carta en la que el lector dice que se debe congelar la renta que el propietario anterior estableció, y que este debería indemnizar a los dueños del Fu Lu Sho por todo el tiempo que estuvieron en ese local.
La mara no le atina; pero menos mal que de cuando en cuando la luz de la razón alumbra por ahí. Este es el caso de la columna La controversia del Fu Lu Sho, por mi amiga, Dina Fernández. En el caso del Fu Lu Sho, se vale lanzar una letanía por la posible pérdida de un restaurante con personalidad e historia. Pero en vez de llorar, sería mucho más útil para los propietarios una asesoría diseñada para incrementar ingresos o una campaña en redes sociales para llevarles clientes. Hay que evitar, sobre todo, caer en la tentación de proponer que a los lugares antiguos se les proteja por la cantidad de años que llevan operando. Esas medidas bien intencionadas generan incentivos perversos que consiguen exactamente lo opuesto de sus propósitos. Ni qué decir de la gente que aconseja a los dueños del Fu Lu Sho que se atrincheren en el local y se conviertan en invasores. Eso raya en lo delictivo, pues los propietarios del edificio tienen todo el derecho de recuperar su inversión, dice la columnista.
Este es un caso en el que un interés, el de los dueños de un negocio, entra en conflicto con un derecho, que es el del propietario del inmueble que ocupa aquel negocio. Como los derechos son principios morales que permiten la cooparación social pacífica, los derechos deben prevalecer sobre los intereses para que la sociedad sea sana y viable.
Y alguien dirá que, entonces, ¿qué ocurre con el derecho de los dueños del restaurante a tener su negocio? Pues no hay problema. El derecho de unos a tener un restauante no es violado por el derecho de otros a pedir determinado alquiler por el local que ocupa aquel restaurante. El alquiler le da al inquilino la facultad de ocupar un espacio del que no es propietario; y priva al propietario de la facultad de usar ese espacio para otras cosas. Pero el cambio de las condiciones del alquiler no priva al inquilino -en este caso el dueño del Fu Lu Sho- del derecho a tener su restaurante…en otra parte.
Nadie tiene derecho a ocupar una propiedad ajena, sin llegar a un acuerdo pacífico y voluntario con el propietario. No se vale usar la coerción, ni los privilegios, para obligar a alguien a darle algo a uno contra su voluntad, o en condiciones que de otra forma no aceptaría. Eso es usar la violencia para conseguir los propios fines.
No olvides que la característica inequívoca de un derecho es la de que para su ejercicio no necestitas violar los derechos de otros. Esto es porque mi derecho a levantar la mano termina donde comienza la nariz de mi vecino.
Ta vez sea una lástima que desaparezca el Fu Lu Sho. No se. Nunca volví a comer ahí. Pero sería más lastimoso aún que desaparezcan los derechos, en favor de los intereses.