20
Oct 16

¿Por qué defender el ultra-individualismo?

egoismo

¿Por qué es que uno debería defender el ultra-individualismo? ¿Por qué es que uno no debería tener pena en decir que el colectivismo apesta? Quien haya leído la columna de Raúl de la Horra titulada La biblia del individualismo, seguramente tendrá ganas de saber más sobre estos asuntos. Y se preguntará que por qué es que al columnista le incomoda el ultra-individualismo y por qué es que defender al héroe-individuo contra el colectivismo le parece algo estrambótico, estrafalario, o extravagante.

Partamos, por favor, de que es un error suponer (como suponen muchos) que el individualismo en el contexto que nos atañe se refiere al individuo aislado, o al individuo que se aísla (al modo de Robinson Crusoe, o de Simón el estilita).

El individualismo es el fundamento ético del Objetivismo, del liberalismo y hasta del libertarianismo e incluso en el neoliberalismo: Ayn Rand explica que El individualismo sostiene que el hombre posee derechos inalienables que no le pueden ser arrebatados por ningún otro hombre, ni tampoco por cualquier número, grupo o conjunto de hombres. Por lo tanto, cada hombre existe por su propio derecho y para sí mismo, no para el grupoEl colectivismo sostiene que el hombre no tiene derechos; que su trabajo, su cuerpo y su personalidad pertenecen al grupo; que el grupo puede hacer con él lo que le plazca, en la forma que quiera, por cualquier motivo que el grupo haya decidido que es su propio bien. Por consiguiente, cada hombre existe sólo con el permiso del grupo y en beneficio del grupo. ¿Ves por qué hiede el colectivismo? El Nacional-socialismo, el Socialismo real, el apartheid, el holocausto, la esclavitud (todas ellas aventuras fallidas que marcaron con sangre y dolor la historia humana) fueron posibles porque prevaleció la idea colectivista de que los intereses generales tienen prioridad sobre los derechos individuales.  Entendido esto, ¿por qué no debería heder el colectivismo? ¿Por qué no debería heder el estatismo cuando la legislación y el poder coactivo de los políticos y funcionarios sirven para que los intereses colectivos prevalezcan sobre la vida, la libertad, la propiedad y el derecho a la búsqueda de felicidad de los individuos?

Ayn Rand explica: Un sistema social es un conjunto de leyes [un tipo de vínculo] que los hombres observan con el objeto de hacer posible la convivencia. Dicho código debe tener un principio básico, un punto de partida, de lo contrario no puede ser elaborado. El punto de partida es la pregunta: ¿El poder de la sociedad es limitado o ilimitado? El individualismo responde: el poder de la sociedad está limitado por los derechos individuales del hombre. La sociedad sólo puede crear leyes que no violen estos derechos. El colectivismo responde: el poder de la sociedad es ilimitado. La sociedad puede crear las leyes que desee e imponérselas a cualquiera en la forma que quiera.

Desde aquella perspectiva el individualismo sostiene que tú, como individuo (y todos los individuos sin distinción de etnia, sexo y otras características), tienes derechos que nadie te debe quitar y menos cuando vives en sociedad; es decir, menos cuando te relacionas con otros para cooperar, intercambiar y prosperar pacíficamente.  El individualismo, ¿ves?, es el sistema ético que destierra el uso de la coacción y las amenazas, de las relaciones entre personas.

En su columna del sábado pasado, De la Horra insiste en que Howard Roark es un personaje frío y egocéntrico sin capacidad de empatía, con rasgos de sociópata y machista…bla, bla, bla; y la razón por la que voy a insistir en que es bueno leer El manantial antes de hacer comentarios como aquel es que -hasta para el lector más despistado- es evidente que toda la novela Roark se la pasa ayudando a Peter Keating, sacándole las castañas del fuego y haciéndolo quedar bien. Roark se enamora de Dominique Francon –como sólo puede enamorarse alguien que entiende el valor de amor romántico– y no es un personaje frío sin capacidad de empatía: Roark tiene muchos y buenos amigos, amigos en el sentido aristotélico y no en el sentido feisbuquiano. Howard Roark no desprecia la cooperación y la solidaridad; al contrario, vive, trabaja y florece en sociedad de acuerdo con un código moral en el cual las relaciones son voluntarias, pacíficas, de intercambio, precisamente de cooperación; y no de fuerza.

Es cierto que en la Universidad Francisco Marroquín valoramos las ideas objetivistas como no se valoran en ninguna otra universidad de Guatemala, o de Centroamérica, o de América Latina; pero también valoramos la Ilustración escocesa (hay una Plaza Adam Smith); la escolástica de Salamanca (hay un edificio de estacionamientos dedicado a Covarrubias, De Mariana y Azpilcueta); la escuela austríaca (la biblioteca lleva el nombre de Ludwig von Mises, hay un auditórium con el nombre de Friedrich A. Hayek, y un salón que lleva el nombre de Carl Menger); hay un auditórium Milton Friedman y una terraza Rose Friedman; hay un pasaje Catón el joven; todo ello como en ninguna otra universidad.  Y la lista puede seguir y seguir. ¡Toda la tradición individualista de Occidente es celebrada en la UFM!; pero De la Horra no les cuenta todo esto a sus lectores.

De la Horra no ve motivos para cuestionar y hasta luchar contra las intervenciones paternales del estado; quizás porque es un error comparar al estado con las familias.  En una familia sana los jefes de la familia no toman recursos de unos hijos -por la fuerza- para dárselos a otros; cosa que sí ocurre en el estado, donde los gobernantes tratan a los mandantes como si fueran súbditos y tributarios; y no sólo toman recursos de unos para dárselos a otros, sino que se quedan ellos con una buena porción de aquellos recursos. ¿Me vas a decir que no es moralmente legítimo luchar contra el “el estado benefactor”, que es como se le llama a aquel estado de cosas?

De la Horra trata de escandalizar a sus lectores cuando les habla de un mundo donde el egoísmo es la virtud máxima y el altruismo la peor inmoralidad.  Y el lector agarrado así, en frio y sin contexto, se horroriza.  Pero, ¿qué es el egoísmo? Es la ética que sostiene que el actor siempre debe ser el beneficiario de sus acciones y que el hombre tiene que actuar en favor de su propio interés “racional”. Pero su derecho a actuar así deriva de su naturaleza de ser humano y de la función de los valores morales en la vida humana; en consecuencia, es aplicable únicamente en el contexto de un código de valores morales racional, demostrado y validado de manera objetiva, que defina y determine sus auténticos intereses personales.  No es un permiso para “hacer lo que se le antoje”, y n es aplicable a la imagen del altruismo de un bruto “egoísta”, ni a cualquier hombre motivado por emociones, sentimientos, urgencias, deseos o caprichos irracionales.  Así lo explica Rand y así se explica por qué es que el individualismo y el egoísmo van de la mano.  Y tú, que te preocupas por tus intereses personales y por los de las personas que valoras, entiendes el valor del egoísmo.

Entonces, ¿qué es el altruismo? No se vale confundir el altruismo con la filantropía, la caridad, bondad, o con la benevolencia. En el contexto objetivista, la palabra altruismo se refiere a una idea de Augusto Comte para describir la ética cuyo principio básico es que las personas no tienen derecho a existir por sí mismas, que el servicio a otros es la única justificación de su existencia y que el autosacrificio es su más elevado deber moral, su más elevada virtud y su más elevado valor.   Dice Rand: El altruismo declara que toda acción realizada en beneficio de los demás es buena y toda acción realizada en beneficio propio es mala.  Así resulta que el “beneficiario” de una acción es el único criterio de comparación del valor moral de esta, y mientras el beneficiario sea cualquiera, salvo uno mismo, todo está permitido. Tú, que te preocupas por tus intereses personales y por los de las personas que valoras, entiendes la inmoralidad del altruismo.  No la inmoralidad de la filantropía, la caridad, la bondad, o la benevolencia, sino la del altruismo. ¿Verdad?  El nacionalsocialismo, en el que el individuo existía en función de la raza superior; el socialismo en el que el individuo existe en función de la clase superior; el racismo, en el que el individuo existe en función de la raza superior, todas esas son expresiones del altruismo…ah, y del colectivismo.

En su columna de la semana pasada De la Horra afirma que en un mundo egoísta (en uno donde tú te preocupas por tus intereses personales y no sacrificas a nadie, ni te sacrificas), no existirían los derechos positivos y en esto tiene razón.  ¡Mucha razón!  Esto es porque los mal llamados derechos positivos, por ejemplo mi supuesto derecho al trabajo, implican que tú, o alguien más debe ser forzado a darme empleo. Implican que yo puedo sacrificarte, y sacrificar tu libertad y tu propiedad para que me des trabajo.  Implican que tu no puedes ocuparte de tus intereses personales (como el de racionalizar tus recursos para velar por tu familia) y que tienes que sacrificarlos para que yo pueda satisfacer mis intereses personales.  ¿Ves? Implican que tienes que contribuir a mi empleo, o darme trabajo por la fuerza.  ¿Ves? Los llamados derechos positivos en realidad son necesidades económicas que se solucionan mediante acciones económicas; pero cuando se las trata de convertir en derechos, su ejercicio implica la violación descarada de los derechos individuales.  No hay tales derechos a la vida, la libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad, si otros tienen la facultad de violarlos cada vez que tengan una necesidad.

El Objetivismo no es angelical, y en eso también tiene razón De la Horra. ¡Mucha razón!  El Objetivismo es una filosofía para vivir la vida en la tierra, para prosperar y buscar la felicidad en sociedad, sin coacción arbitraria.  Por eso inquieta tanta alusión del columnista a cosas angelicales, a biblias, catecismos y religiones.  ¡Que obsesión! ¿Será posible que el famoso Raúl de la Horra no sepa distinguir entre religión y filosofía?  La religión, explica Rand, es creencia ciega, creencia que no se apoya, o que es contraria a los hechos de la realidad y a las conclusiones de la razón.  Creer sin ver es una virtud religiosa. La fe es una virtud religiosa. La filosofía, en cambio, no se basa en explicaciones místicas, ni se basa en la fe.  La filosofía demanda racionalidad para identificar la realidad, integrarla y prosperar en ella.

La cuestión es: ¿vas a hacer esa búsqueda con autenticidad, o no? ¿Vas a actuar como individuo pensante, o vas a actuar en rebaño? El sistema social en el que vives, ¿te va a facilitar aquella búsqueda, o te la va a impedir?

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Por cierto y si te interesan estos temas, Warren Orbaugh publicó dos columnas al respecto:

La ilustración la tomé de Facebook.


14
Oct 16

Para una vida con autenticidad

el-manantial

Dada la complejidad y profundidad del Objetivismo, uno querría (o a mí me gustaría) que cuando algunos columnistas abordaran ese tema, lo hicieran de primera mano, en vez de aproximarse a él de oídas, a tientas, y quizás sin prejuicios.

Hace unos días, Raúl de la Horra trató de hacer creer a sus lectores que en la obra de Ayn Rand existe una dicotomía tensa entre el individuo y la sociedad; empero, siendo que desde una perspectiva objetivista la sociedad es el tipo de vínculo que nos facilita cooperar, intercambiar y prosperar, ¿qué dicotomía cabría allí?  De la Horra engaña a sus lectores cuando afirma que en la Universidad Francisco Marroquín, la novela El manantial es una biblia que todos los estudiantes deben leer.  Uno sabe que esta afirmación no es de primera mano y no es inocente porque aquello es mentira. ¡Sólo los estudiantes de arquitectura leen esa obra!  No sólo porque el protagonista es un arquitecto, sino porque aborda la necesidad humana de vivir uno su vida con autenticidad y hacer de esta algo extraordinario, como lo explica Warren Orbaugh, el profesor que comparte aquella obra con sus estudiantes, [autor de Objetivismo, la filosofía benevolente].

¿Es aquella una idea estrambótica, como afirma el columnista? ¿Qué sugiere de la Horra?  ¿No deberíamos vivir la vida con autenticidad, ni hacer de vidas algo extraordinario?  Lector, ¿preferirías vivir una vida falsa y hacer de ella algo insignificante? ¿Qué clase de maestro no quisiera que sus estudiantes vivieran vidas auténticas y magníficas? Cuando leas El manantial, por favor cuéntame si preferirías ser Howard Roark, o Peter Keating.

¿Qué otras ideas nos comparte Roark?  El hombre no puede sobrevivir, salvo mediante su propia mente…todo lo que tenemos procede de un solo atributo del hombre: la función de su mente razonadora. No se trata de elegir entre autosacrificio y dominación, sino entre dependencia e independencia. La mente que razona no puede trabajar bajo ninguna forma de coerción. El hombre que vive para ser siervo de otros es el esclavo.  Si la esclavitud física es repulsiva, ¿cuánto más repulsivo es el servilismo del espíritu? Esas ideas, ¿te parecen estrambóticas?

Columna publicada en elPeriódico.


02
Mar 14

¿Aló?…gracias a Raúl de la Horra

¿Alguna vez has sentido que un texto expresa perfectamente lo que tu hubieras querido decir?  Eso me pasó ayer con la columna de Raúl de la Horra, texto que me tomo la libertad de reproducir para uso, goce y disfrute de todos los que puedan valorarla:

Hay un síndrome chapín que quiero sacar a luz: la dificultad que tenemos, lo difícil que nos resulta, ser claros y directos. Sobre todo cuando llamamos por teléfono. El guatemalteco, cuando habla por teléfono, parece que sufre, durante largos quince segundos, antes de anunciar su identidad, un ataque de angustia. 

“¿Aló? (silencio). ¿Aló, quien habla? (silencio)” Del otro lado del auricular se escucha una respiración. De pronto, surge una voz: “¡Hola, mi estimadooo! ¿Don Raúl de la Horraaa? ¿Ya no me reconocés? (silencio) Te habla…Ricardooo” (¿Ricardo?) “¿Qué Ricardo?” (¡Conozco a cuatro Ricardos!) “¡Ricardo, hombreee, nos conocimos en casa de Fulano hace un mes, no te acordás?” “¡Ahhhhh, sí, Ricardo…!” 

¿Qué es esta manía de no explicitar el nombre al principio? ¿Y de suponer que todos tienen que reconocerlo a uno enseguida? ¿Qué diablos le pasa al guatemalteco que se tensa, se pone protocolario y solemne cuando hace una llamada? ¿Qué sucede en su cabecita para quedarse en blanco, con la palabra trabada en la boca? ¿Teme interrumpir? ¿Teme recibir una puteada? Quizás sean resabios de una cultura forjada a latigazos, es posible.

Voy a dar un consejo: diga usted su nombre completo, anúnciese, con voz clara y pausada: “Buenos días, aquí habla Fulano de Tal, nos vimos en tal sitio…” ¿Simple, no? Decir el nombre completo y recordar el contexto de la relación es una forma eficaz de afirmarse, de posicionarse, de establecer la identidad. No es complicado, nadie lo va a morder. Pruébelo y verá que se siente mejor. Y, por supuesto, también su interlocutor.


16
May 08

La industria del misal en acción

“¿Acaso no sabían que en este país los dogmas están cargados de explosivos, y que si uno no danza a los ritmos eclesiásticos corre el riesgo de ser arrojado a la hoguera?”, eso dice hoy, Raúl de la Horra; y no se por qué me recordó la homilía de Rodolfo Quezada el domingo pasado.

 

“Aprovechó para hacer un llamado a los fieles para que, a pesar de la crisis económica, no se olviden de dar su aporte económico a la Iglesia”, dijo el purpurado, cuya organización no paga impuestos, pero les pide a sus miembros que no dejen de sacrificarse por ella. ¿Se irán a la hogura los que no dan su aporte?

 

El Príncipe de la iglesia abordó el que parece ser su tema favorito y agitó el petate del muerto cuando dijo que “la explotación minera solo traerá más pobreza al país, ya que acabará con los mantos acuíferos y provocará enfermedades en la población”.

 

La industria del misal está en acción y no descansa. Primero pidiendo el apoyo económico de los pobres; y luego obstaculizando su desarrollo.