12
Nov 18

La barbería

Cuando era niño, mi padre me llevaba a la barbería del Hotel Palace, donde él y su padre se habían cortado el pelo.  Mi abuelo, Luis. por cierto, tuvo otra temporada de ir a la Barbería Londres, que es mencionada en el artículo que inspiró estas líneas y que creo que quedaba en la Décima calle y Séptima avenida.

Un reportaje titulado El regreso de los barberos, publicado en la Revista D, me trajo a la memoria los barberos de mi infancia y de mi adolescencia.

Mi abuelo se cortaba el pelo cada ocho días…y a mí me cuesta mucho, pero mucho ir cada dos, o tres. ¿Sabes qué sí me gustaba mucho y ya no es igual? El aroma a agua de colonia y a talcos de aquellas barberías del centro.

También durante mi infancia hubo un tiempo en que uno de los barberos del Palace, cuyo nombre creo que era don Meme,  llegaba a casa a cortarnos el pelo a mi hermano, Juan Carlos y a mi.  En aquel tiempo uno iba a clases de 8:00 a 12:00 y de 2:00 a 4:00.  Cada tanto, en algún momento entre el almuerzo y la hora en que pasaba el bus del colegio para llevarnos de vuelta en la tarde, llegaba don Meme y nos pelaba a mi hermano y a mí.  No era raro que luego de los procedimientos, mi papá nos preguntara: ¡¿Quién te peló, que sólo las orejas de burro te dejó?!

Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de la barbería del Palace –ca. 1966- fue el de una tarde en que estornudé y el barbero que me atendía respondió ¡Salut implora! Frase a la que contesté: ¡Cucaracha inmunda! y acto seguido los cuatro, o cinco barberos que había en la sala y la demás gente soltaron carcajadas. Pero, ¿de dónde vino eso? Pues de mi abuelo Jorge que, cuando uno estornudaba, respondía ¡Salut implora, cucaracha inmunda!  y a los niños eso nos causaba mucha gracia, y yo pensaba que era lo apropiado para decir en caso de estornudo.

En mi adolescencia temprana, iba a cortarme el pelo a la Barbería España, en la Quinta avenida y novena calle, donde todavía atendía uno de los viejos barberos de la Palace, pero no el mismo que me llegaba a cortar el pelo a la casa cuando era niño y creo recordar que se llamaba don Carlos. Lo importante de esa barbería es que allá iba yo sólo, por mi cuenta y en camioneta, sin que me acompañara alguien de la casa.

Todavía existen los pequeños azulejos que había en el local de la Barbería España, en la Quinta avenida; y el edificio del Hotel Palace ahora es un colegio.  A ver si un día que ande por ahí me da por visitar el lugar para ver qué tanto ha cambiado.

Ah, y casi se me olvida, alguna vez me llevaron a la Barbería Los caballitos, que era para niños y quedaba poco más, o menos en la Quinta avenida y Primera calle de la zona 1.

La foto del Hotel Palace, en 1926, es de Guate Histórica.


05
Dic 11

Mis abuelos en la Isla Ellis


A bordo del buque Zacapa, el 1 de abril de 1924, mis abuelos Jorge y Juanita llegaron a la Isla Ellis con rumbo a Fishkill, Nueva York.  Llegaron procedentes de Puerto Barrios y pasaron por La Habana.

Buscando y buscando me encontré con su registro de entrada, cosa que me pareció encantadora.  En el mismo barco iban José Falla, su esposa Julia Foppa y su hija María; también Julio Aldana; José Sánchez y Marta Sánchez.


05
Ago 09

Testículos verdes

Me enteré ayer, que hacía una pequeña investigación sobre los aguacates, de que la palabra aguacate viene del vocablo ahácatl y de que en náhuatl eso quiere decir testículos. Y bueno…viendo a estos dos, uno puede imaginarse por qué.

Los aguacates, por cierto, no son las únicas plantas que evocan testículos. Las orquídeas tomaron su nombre del vocablo orchis, que en griego quiere decir, precisamente, testículo.
Mi primera memoria de aguacates la tengo mientras estaba sentado frente a mi padre en el restaurante del Hotel Casa Contenta, en Panajachel, cuando yo tenía unos 6 años de edad. Mi padre tomó mi mitad y su mitad, y las aderezó con una mezcla que hacía con salsa ketchup, jugo de limón, sal y salsa inglesa. Y yo me lo comí embelesado.
Ahora no me gusta con tanta cosa porque siento que todos esos condimentos anulan el sabor delicado de la fruta; y prefiero comer mis aguacates sólo con sal, o, cuando mucho, con un poco de pepitoria que en la casa preparan estupenda. Me vuelve loco el caldo de res, de gallina o de pollocon trozos de aguacate; y de verdad le aconsejo que, la próxima vez que coma pizza, le ponga unas lascas de aguacate fresco inmediatamente antes de comer sus porciones.
Aunque la variedad comercial de aguactes más popular es la Haas, aguacates hay muchos. Los hay de La Antigua y de Pana; los hay de la costa y de altura; los hay de cascara delgada y de cáscara gruesa; de cáscara rugosa y de cáscara lisa, y los hay de cáscara verde claro, verde oscuro y casi negra; los hay pequeños y grandes; los hay esféricos y en forma de pera; los hay como mantequilla y los hay pitudos; los hay firmes y los hay aguosos.
Hay mujeres que dicen que los hombres somos como los aguacates…porque cuesta que salga uno bueno. Y a sabiendas de eso, cuando quiero aguacates buenos, voy y los compro en una tiendecita del Cantón 21, en la zona 14. Ahí nunca me fallan.
Mi abuelo Jorge tenía un aguacatal en su casa y cuenta mi madre que en temporada, él se subía y protegía sus frutos con bolsitas de papel Kraft, para que no se los comieran los pájaros. Con lo que no contaba es con que su aguacatal fue víctima del terremoto de 1976 porque, cuando se cayó la casa en la que estaba, el árbol fue derribado para construir una nueva vivienda.
La foto fue tomada en el jardín que está afuera de mi oficina.

22
Jun 09

…¿y si sólo leyera pintas?

¡Hijos!, y si sólo leyera pintas, en vez de diarios, ¿con qué me encontraría? Con pintas como esta y con consignas seteneteras. Pero yo la tengo contra las pintas porque desde chiquito sabía que quien pinta pared y mesa, demuestra su bajeza.

Además, si no leyera diarios, cómo me enteraría -en un sólo paquete- de donde es que hay las ofertas que me convienen, a qué deudos debería irles a dar el pésame, quiénes de mis amigos talentosos están ganando premios, o participando en exposiciones y cosas así.
Los diarios, además, tienen para mí un gusto especial. Me place, de sobremanera, desayunar mientras los leo. Ahora ya sólo estoy suscrito a uno (porque hay que reducir costos) y los otros les echo un ojo en la Web antes de ir a la oficina, para luego leerlos allá. Pero me resisto a dejarlos todos de una sola vez porque medisfruto mucho mi café con leche, mis panes de manteca, mis frijoles y mis huevos acompañados por el sonido de las páginas de un diario y por el placer de leer en papel. Y…es que a mí me gusta leer en papel.
Admitirá usted que no es lo mismo desayunar mientras uno lee pintas, que hacerlo con un periódico a la mano.
De todos modos y desde siempre, los chapines la han tenido con los diarios. Ahora no me crea; pero seguramente fue en alguna obra de Pepe Milla que leí que ya en el siglo XIX los guatemaltecos eramos muy tacaños con los diarios; y el célebre costumbrista contaba que era común que en una manzana uno de los vecinos estuviera suscrito a un diario y que todos los demás lo leyeran por turnos.
Leo diarios, con regularidad, dede que tenía unos ocho años. Pero ya antes estaba familiarizado con ellos. Recuerdo muy bien cuando tenía cerca de seis y mi abuelito Jorge me leía las tiras cómicas de no recuerdo si de El Imparcial, o de La Hora. El primero me incomodaba mucho porque era tamaño estándar; y recuerdo que mi padre trató de enseñarme a doblarlo como lo doblaban en el metro de Nueva York, según él para que yo lo pudiera leer con comodidad.
En casa de mis padres siempre se recibían dos diarios y en ellos fui descubriendo a los columnistas favoritos de mi niñez: Antonio Nájera, Jim Bishop, Guzmán de Alfarache, y Manuel José Arce. Y también tiras cómicas como El fantasma, Mandrake, Ojo Rojo, El príncipe Valiente, y otras.
Con un diario, mi abuela, Frances me enseñó a hacer crucigramas y mi tío Freddy me enseñó los rudimentos del ajedréz. Y resulté mucho mejor para los primeros que para el segundo.
Con un diario les enseñamos a Simón, a Manix y a la Panchita -los mejores perros del universo mundo- a no ensuciar la casa.
En un diario crecí, y en otro crecí más. En un diario ví la foto de mi nana, Elena, cuando era llevada por unos policías luego de una riña en una cantina (¿o me lo imaginé?); en diarios envuelvo mi vida cuando tengo que mudarme de un lugar a otro; y con un diario espantaré a los gusanos durante mi último viaje.
La verdad sea dicha, no cambio los diarios por las pintas.

22
Jun 09

…¿y si sólo leyera pintas?

¡Hijos!, y si sólo leyera pintas, en vez de diarios, ¿con qué me encontraría? Con pintas como esta y con consignas seteneteras. Pero yo la tengo contra las pintas porque desde chiquito sabía que quien pinta pared y mesa, demuestra su bajeza.

Además, si no leyera diarios, cómo me enteraría -en un sólo paquete- de donde es que hay las ofertas que me convienen, a qué deudos debería irles a dar el pésame, quiénes de mis amigos talentosos están ganando premios, o participando en exposiciones y cosas así.
Los diarios, además, tienen para mí un gusto especial. Me place, de sobremanera, desayunar mientras los leo. Ahora ya sólo estoy suscrito a uno (porque hay que reducir costos) y los otros les echo un ojo en la Web antes de ir a la oficina, para luego leerlos allá. Pero me resisto a dejarlos todos de una sola vez porque medisfruto mucho mi café con leche, mis panes de manteca, mis frijoles y mis huevos acompañados por el sonido de las páginas de un diario y por el placer de leer en papel. Y…es que a mí me gusta leer en papel.
Admitirá usted que no es lo mismo desayunar mientras uno lee pintas, que hacerlo con un periódico a la mano.
De todos modos y desde siempre, los chapines la han tenido con los diarios. Ahora no me crea; pero seguramente fue en alguna obra de Pepe Milla que leí que ya en el siglo XIX los guatemaltecos eramos muy tacaños con los diarios; y el célebre costumbrista contaba que era común que en una manzana uno de los vecinos estuviera suscrito a un diario y que todos los demás lo leyeran por turnos.
Leo diarios, con regularidad, dede que tenía unos ocho años. Pero ya antes estaba familiarizado con ellos. Recuerdo muy bien cuando tenía cerca de seis y mi abuelito Jorge me leía las tiras cómicas de no recuerdo si de El Imparcial, o de La Hora. El primero me incomodaba mucho porque era tamaño estándar; y recuerdo que mi padre trató de enseñarme a doblarlo como lo doblaban en el metro de Nueva York, según él para que yo lo pudiera leer con comodidad.
En casa de mis padres siempre se recibían dos diarios y en ellos fui descubriendo a los columnistas favoritos de mi niñez: Antonio Nájera, Jim Bishop, Guzmán de Alfarache, y Manuel José Arce. Y también tiras cómicas como El fantasma, Mandrake, Ojo Rojo, El príncipe Valiente, y otras.
Con un diario, mi abuela, Frances me enseñó a hacer crucigramas y mi tío Freddy me enseñó los rudimentos del ajedréz. Y resulté mucho mejor para los primeros que para el segundo.
Con un diario les enseñamos a Simón, a Manix y a la Panchita -los mejores perros del universo mundo- a no ensuciar la casa.
En un diario crecí, y en otro crecí más. En un diario ví la foto de mi nana, Elena, cuando era llevada por unos policías luego de una riña en una cantina (¿o me lo imaginé?); en diarios envuelvo mi vida cuando tengo que mudarme de un lugar a otro; y con un diario espantaré a los gusanos durante mi último viaje.
La verdad sea dicha, no cambio los diarios por las pintas.