22
Mar 20

Los Maudslay en Esquipulas…y yo, años después

El relato sobre la visita a Esquipulas, por parte de Percival y Ann Maudslay es encantador:

A veces nos despertaba antes del amanecer por el sonido distante de la voz aguda de un niño que cantaba algunos compases de una melodía, que era captada por un coro de voces de hombres un quinto más bajo, y se repetía una y otra vez cuando el sonido se acercaba rápidamente a nuestra tienda, y luego se desvaneció en la distancia. Era el himno matutino de una compañía de peregrinos indios que regresaban del santuario del Cristo Negro en Esquipulas, que se encuentra distante durante muchos días hacia la frontera de Honduras. La gran fiesta del año se celebra en enero, y luego durante una semana o más, el pequeño pueblo de Esquipulas, generalmente medio desierto, está repleto de peregrinos. En los viejos tiempos, su fama era tan grande que atrajo a fieles desde México y Panamá, y la feria que se llevó a cabo al mismo tiempo fue el gran evento comercial del año. Allí, los comerciantes ingleses de Belice trajeron sus mercancías y continuaron con lo que era prácticamente todo el negocio extranjero de Honduras, Salvador y Guatemala, tomando a cambio el añil nativo. Durante algunos años, el trabajo de las minas vecinas de Alotepeque ayudó a mantener el negocio, pero ahora los barcos de vapor y los ferrocarriles han cambiado tanto el rumbo del comercio que la feria no tiene más importancia local. Sin embargo, el indio amante de las costumbres todavía hará un viaje de un mes alegremente, con su cacaste, para rendirle culto al Cristo Negro, y la gran iglesia todavía se mantiene en buen estado, aunque no hace muchos años fue despojada de su rico tesoro de ofrendas votivas de oro y plata por parte de una tropa de caballería guatemalteca que había sido enviada para defender la frontera contra un ataque de Salvador, y se recompensó por sus servicios patrióticos saqueando una de sus iglesias.  Los soldados ladinos regresaron a la capital con pañuelos llenos de pequeños brazos y piernas dorados  atados a sus sillas de montar, y distribuyeron libremente el botín entre sus amigos y admiradores, quienes abarrotaron  las calles para darles la bienvenida a casa.

Nótese el tamaño de la pequeña villa de Esquipulas y lo despoblado del lugar.

Durante esta y la semana siguiente nos encontramos con muchas compañías de peregrinos regresando de Esquipulas a sus pueblos cargados con los bienes que habían comprado, y con un paquete de cohetes atados al cuerpo de cada hombre, para ser despedido fuera en celebración de su regreso a casa seguro. Los peregrinos a menudo se detienen para cubrir las cruces en el camino con flores, ramas y hojas verdes, y para esparcir el suelo a su alrededor con agujas de pino frescas, y cada hombre arranca una rama verde de un árbol y golpea su pierna bruscamente con ella, para garantizar una buena salud en su viaje. A veces los indios de la colina, cuando viajar a las llanuras, unen un pequeño manojo de palos y los depositan al costado del camino, si es posible cerca de una fuente termal, como un encantamiento contra las fiebres.

Me parecieron particularmente valiosas las observaciones sobre el comercio con los ingleses de Belice y el rol del añil, así como el de la minería. En el relato del saqueo de las ofrendas votivas, ¿se halla el origen de los adornos tan particulares que usan los romeristas en Esquipulas? Como todas las guerras aquella debe haber sido horrible para los habitantes del lugar y no deja de ser curioso el rol de las supersticiones y los amuletos contra las fiebres.

Luisfi y Esquipulas

Mis padres viajaban anualmente a Esquipulas y cuando mi hermano y yo éramos muy pequeños nos dejaban en casa de mi abuelita Juanita y mi tía abuela, La Mamita.  Ahí escuché, por primera vez, de voz de La Teshita, la historia de un hombre ciego y rico que había dejado una cadena de oro como ofrenda y que había recuperado la vista; solo para volverla a perder y encontrar en su bolso la cadena luego de renegar de la visita al templo.  También escuché (¿Y no estaba muy niño como para oír historias como esa?), la leyenda de la  piedra de los compadres; que eran, ni mas ni menos, los cuerpos de un hombre y una mujer, convertidos en piedra porque, siendo compadres, se habían metido uno con la otra durante la peregrinación. Mis padres siempre volvían con amuletos, incluido mi favorito que era una pata de conejo.

Poco tiempo después, un par de veces, mis padres se iban el sábado con mi abuela, Frances; y el domingo mi tío Freddy  y otros miembros de la familia nos llevaba a mi hermano, y a mí para regresar todos juntos el domingo.

¡Pero lo mejor vino cuando yo tenía unos 9 y 10 años, ocasiones en las que nos levantábamos muy de madrugada, nos bañaban, nos vestían y nos metían al carro medio dormidos para salir rumbo a Esquipulas.  Desayunábamos en el camino, seguramente en un lugar célebre llamado…¡Chispas, se me olvidó como se llamaba!…y luego llegábamos a la iglesia, para luego almorzar, hacer alguna siesta y emprender el regreso.

A Esquipulas volví, años después en una excursión con un grupo de estudiantes y un amigo, de la Universidad y esa vez acampamos junto al cementerio de la localidad.  Fue gracioso que, en esa ocasión, el líder del grupo (el grupo era del Opus Dei) trató de convencerme de que debía confesarme.  Al negarme a hacerlo las cosas se pusieron un poco tensas, pero no mucho, y logré sobrevivir a la aventura.  En ese viaje también acampamos en la playa, de Mariscos, Izabal, y conocí Copán, en Honduras. Y ca. 1982 acompañé la caravana del Movimiento de Liberación Nacional durante la campaña electoral de aquel año.

Otro tanantal de años después volví con Raúl y el Ale durante un viaje que hicimos por el oriente del país con el propósito de visitar Copán, el Lago de Izabal, Río Dulce y Quiriguá.

Antecedentes de esta serie de entradas

Hace como cinco años me dieron ganas de compartir las fotos de A Glimpse at Guatemala(1899); un libro publicado por Ann Carey Maudslay y Alfred Percival Maudslay, viajeros británicos que estuvieron en Guatemala en tiempos de Naná Camota.  Había dejado a un lado el proyecto que voy a retomar en estos días propicios para priorizar y valorar no sólo lo que tenemos, sino a quiénes tenemos.


23
Nov 08

A Esquipulas, en el Chino

Mi tía abuela, La Mamita, contaba que a principios del Siglo XX ella acompañó a mi bisabuela, Gilberta, en su peregrinación a Esquipulas. La Mamita tenía una habilidad extraordinaria para contar cuentos e historias; y relataba aquel viaje con particular encanto.

Ella, que era una niña pequeña (porque además era menudita), viajaba en un pony llamado Chino; y las suyas eran historias de arrieros, de asaltantes, de noches al aire libre, y de aventuras. En la primera década del siglo pasado, esos viajes deben haber sido travesiás verdaderas. Cuando fuí El Mirador, montado en mula, recordé mucho a La Mamita y su viaje a Esquipulas.

Igualmente la he recordado ahora que leo que desde hace más de 20 años, 40 jinetes se reunen en Los Yumanes para cabaljar por 11 días en peregrinación a Esquipulas. En esa población hay una imágen a la que la gente le atribuye propiedades milagrosas.

Cuando yo era niño mis padres solían ir a Esquipulas cada tanto y, a nuestro modo, a finales de los años 60 y principios de los 70, era una aventura. Para comenzar nos levantaban antes de que amaneciera; y antes de que el sol saliera ya estabamos en camino. Recuerdo que comíamos en el camino, como les gustaba hacer a mis padres, y que llegabamos temprano a aquella célebre población. Mis padres seguían la costumbre de entrar hincados a la basílica y los niños los acompañabamos. Luego comprabamos los adornos típicos de la ocasión -que nos distinguían como peregrinos- y enfilábamos de vuelta a con rumbo a Longarone. Ahí nos esperaban la piscina, el almuerzo y la siesta, para luego volver a la ciudad.

La última vez que fuí a Esquipulas fue hace unos pocos años, en compañía de mi sobrino El Ale y de mi cuate, Raúl. En esa ocasión dormimos en esa población; y al día siguiente nos fuimos a Copán, Honduras, en donde pasamos tres días extraordinarios. Y cuando ibamos llegando a Esquipulas, de noche, no pude dejar de pensar en La Mamita y en el Chino.


14
Ene 07

Esquipulas, Niño y antorcha

Guatemala es rica en tradiciones. A pesar de que la ciudad capital es una urbe hecha y derecha, constantemente se ven en ella costumbres pueblerinas que adornan la vida agitada y cotidiana. Aqui hay una. Mi primera suposición fue que era una “procesión motorizada” dedicada al Cristo de Esquipulas cuya fiesta celebran los católicos devotos mañana lunes. Pero el Cristo Negro va acompañado de ángeles y si uno lo ve detenidamente también va un Niño Dios; así que mi acompañante en el auto, desde donde tomó la foto, supuso que también es la devolución de algún Niño que fue sustraído durante las celebraciones de la Navidad y que será devuelto en medio de una fiesta. Pero la “procesión” iba precedida de chicos y chicas que portaban una antorcha al estilo de las que se acostubra llevar en una forma parecida para la celebración del Día de la Independencia.

Anoche me encontré con este singular evento, cerca de las 8:30 p.m. en la Calzada Aguilar Batres; y adivne qué: Era lo único que obstaculizaba el tránsito que, de otra forma, hubiera estado aceptablemente fluido.