¿Cómo no dedicarle una noche a la celebración de todo lo bueno que hemos tenido en el año? ¿Cómo no celebrar a las personas que nos aman y que amamos, a nuestras familias y a nuestros amigos? ¿Cómo no celebrar las cosas buenas que tenemos: los frutos del trabajo, y la salud? ¿Cómo no celebrar a las ideas y a las personas que hacen posible lo que tenemos y lo que hace nuestras vidas más placenteras, más fáciles y más alegres?
A mí, por eso, me gusta mucho celebrar la fiesta del Día de Gracias. La verdad sea dicha, las fiestas en las que se celebran la muerte y el sacrificio sólo me interesan como fenómenos sociales y como parte de las tradiciones (¡Y por la comida que se acostumbra en ellas!); pero, realmente, me parecen perversas. ¡Que vivan la vida y la productividad!
Anoche celebramos con un pavo que hicimos en casa de acuerdo con la receta de mi bisabuela, Adela o Mami; acompañado por puré de camote, ensalada y un Quimera 2005, de Achaval Ferrer, que trajeron amigas queridas. Y el toque chapín lo puso una torta de yemas, de Totonicapán, departamento guatemalteco famoso por sus panaderías, entre otras cosas.
He aquí una meditación valiosa sobre esta fiesta, por el cuate Craig Biddle.