Nos valió madre la Corte de Constitucionalidad y las cámaras y aquí estamos, dijo Joviel Acevedo, el dirigente de las ordas de burócratas de la educación que, ayer, tomaron el edificio del Ministerio de Finanzas.
Acevedo se refirió a la resolución de aquella Corte en el sentido de que las manifestaciones no deben violar los derechos de terceros y de que la Administración debe actuar contra los manifestantes que violen derechos ajenos.
A Acevedo le pelan los derechos ajenos, le pela la Constitución, le pela la Corte de Constitucionalidad y what else is news, diría mi abuela; empero, no está de más que lo haya dicho con ese desparpajo que no deja de ser algo ofensivo. Está claro que los burócratas de la educación y su dirigencia sólo entienden el lenguaje de la fuerza, y que les valen madre la ley y la institucionalidad.
Lástima grande, eso sí, porque una de las cosas que menos necesita esta sociedad es otro grupo organizado de gente para quien la violencia es el principal recurso de acción. Acevedo, por cierto, acusó de traidores a los maestros que no se unan a sus bloqueos, sus tomas y sus manifestaciones de fuerza. Lo que no necesita esta sociedad es otro grupo organizado al que le pele la Constitución.
Irónicamente, Acevedo es embajador de la paz.
Ese Joviel Avevedo es un personaje repulsivo! Tiene secuestrado el aparato educativo, al que mueve y manipula según sus necesidades y conveniencias politiqueras. Cómo podemos aspirar a la construcción y consolidación de un estado de derecho, con líderes tan nefastos como éste?
¿Y dónde dejan a Colom, que posa para las fotos sonriendo junto a Acevedo luego de acceder a sus demandas? Una cosa es un revoltoso antisocial que hace lo que se espera que haga, pero otra inaudita es que el presidente que tiene el mandato de hacer cumplir la ley, no solo acceda al chantaje del revoltoso, sino que lo haga orgullosamente, a la vista de todos, desafiando toda sensibilidad decente e incitando más comportamiento ilegal en el país. Por más que vea las atrocidades de esta gente, no deja de soprenderme la desfachatez y la ruina moral de Álvaro Colom.