Las carreras ilegales, mal llamadas clandestinas, no solo son fastidiosas, sino que son criminales. No son clandestinas porque no son secretas ni ocultas. Todo el mundo sabe dónde ocurren y cuándo. De hecho, es imposible hacer carreras en la ciudad de Guatemala sin que sean notorias, públicas, visibles.
Esas carreras, cuando no son criminales, tienen el potencial de serlo. Y esa potencialidad se puso de manifiesto el 30 de mayo pasado cuando el agente de la PNC David Marroquín Valdés fue atropellado, para luego morir por las lesiones, durante un operativo en la 2ª calle y Avenida de las Américas en la zona 14. Un sujeto que conducía en estado de ebriedad mató al agente, de 32 años de edad, padre de dos niñas.
Este no es un caso aislado. El 1 de junio, en la mañana, junto a la Finca Florencia en Santa Lucía Milpas Altas, el agente de la PMT Alejandro Ramírez Pérez fue embestido por un sujeto de 16 años de edad que supuestamente participaba en una carrera ilegal de motos, sin licencia.
En lo que va del año, ¿sabes cuántos agentes han sido atropellados por corredores? Diez. Diez familias expuestas a penas por la irresponsabilidad de cretinos.
Lo de las carreras de ese tipo no es nuevo. Recuerdo que en los años 80 las había en el bulevar que conduce al Aeropuerto La Aurora; en los noventa las había en la Diagonal 6, de la zona 10. Hasta hace poco eran conocidas las que se hacían en la 20 calle de la zona 10, a partir de una gasolinera que queda junto al Obelisco. Todavía, en la Villa de Guadalupe —especialmente los viernes y sábados— hay simios que pasan corriendo y haciendo sonar el escándalo de sus vehículos modificados. No vayas a creer que lo de la Avenida de las Américas se terminó con la muerte del agente Marroquín. Ahí siguen habiendo carreras.
No solo policías nacionales y municipales han sufrido por la arrogancia de los orcos de las carreras. El 17 de mayo pasado, Andrea Ulín Lucas fue atropellada porque alguien perdió el control de su motocicleta durante una carrera que tenía lugar en La Cuesta del Águila, en el kilómetro 12.5 de la carretera al Atlántico. La mujer, de 25 años de edad, murió como consecuencia del encuentro fatal.
Tanto la PNC como la PMT han hecho operativos de control y prevención, pero las carreras siguen ocurriendo. Se sabe que, aparte de en los lugares citados, también hay carreras en el kilómetro 20, camino a Fraijanes; la Calzada Atanasio Tzul, El Naranjo, la Avenida Simeón Cañas y la Calzada San Juan.
Las carreras ilegales en la ciudad de Guatemala (y en áreas aledañas) son un problema complejo que combina factores sociales, culturales y de aplicación de la ley. Aunque las autoridades han incrementado los operativos y las sanciones, la persistencia de estas actividades indica que se requieren soluciones integrales, que aborden tanto la certeza de la responsabilidad civil y penal como la prevención y la provisión de opciones legales. A costa de los que gustan de eso, por supuesto, no a costa de los tributarios.
Mientras tanto, desde una perspectiva cultural, las carreras ilegales tienen un componente elevado de desdén por la ley y de desprecio por los demás. Esas prácticas reflejan una subcultura que raya en lo antisocial. Es hora de frenar esta locura. Las calles no son pistas de carreras, son espacios para convivir. Que la muerte de agentes y ciudadanos no quede impune; y exijamos respeto, responsabilidad y justicia.
Columna publicada en República.