
Yo no recomiendo a ninguno, porque todos quedan mal, me dijo un hombre a quien -en el cementerio de Samayac- le pregunté por algún brujo.
Junto a una cruz negra, adornada con flores blancas, se veían evidencias de fuego y de algún tipo de ritos. Prácticas que deben haber incluido sustancias muy atractivas para las moscas, porque esos bichos abundaban de una forma particularmente inquietante. Cuando le pregunté al hombre que encontré en el cementerio, que a qué hora se podían encontrar brujos en aquel lugar, me contestó que a toda hora. Y claro, a toda hora resultó ser toda hora, menos cuando nosotros llegamos. Así que, bajo el intenso calor, mis amigos Lissa, Raúl y yo nos quedamos con las ganas de conocer a un brujo de verdad. Tal vez es cierto que en Samayac hay brujos en todas partes y en ninguna parte.
Yo había oído que hacía años había un niño que hacía adivinaciones y curaciones; y había oído de brujos que se convertían en animales y que podían convertir palos en serpientes. Pero a saber. Lo que sí vimos fueron centros espiritistas, y estoy seguro de que con la llegada de lo políticamente correcto, los que antaño eran brujos y hechiceros, ahora son sacerdotes mayas.
Al final del día, lo cierto es que me quedé con ganas de ver curaciones y conjuros.
Samayac es un pueblo de contrastes (como toda Guatemala). El lado oscuro de la brujería y la hechicerìa, contrasta con el lado brillante de gente muy cariñosa y agradable. Los cortes característicos y elegantes que usan sus mujeres, contrastan con la suciedad y el desorden del lugar. Como llegamos en día de plaza, había una alegre e intensa actividad en el mercado, los tuk tuk pasában zumbando por todas partes y había bodas una tras otra en la Municipalidad. Y de esto les contaré luego.