17
Sep 08

El fuego jacobino de los linchamientos

Un presunto delincuente fue linchado por vecinos de San Pedro Yepocapa que lo acusaban de haber participado en el asalto a un autobús extraurbano y de la violación de cuatro mujeres; dos de ellas menores de edad.
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La turba incendió la sede de la subestación de la Policía Nacional Civil, dos vehículos particulares y dos motocicletas.
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Los pobladores le colocaron un lazo en el cuello a Cristobal Xicay y lo hicieron caminar cuatro kilómetros hasta el parque de la localidad. Una vez allí, lo subieron a una tarima que había sido instalada por las fiestas patrias, para que confesara el crimen y los nombres de sus cómplices.
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Los vecinos golpearon a Xicay, quien aseguró que trabajaba como guardia y que sus cómplices eran Wálter Much, Édgar Coc y Gilberto Coc, y que las armas se las habían proporcionado agentes de la Policía. Luego, los vecinos bajaron a Xicay de la tarima, lo golpearon con tubos y co palos hasta que lo mataron. Luego, arrastraron el cadáver hasta uno de los carros quemados, lo amarraron y le prendieron fuego fuego.
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Hasta mayo de este año, el Organismo Judicial contabiliza 20 linchamientos y vapuleos en 10 departamentos. Aquellos se traducen en 43 víctimas, de las cuales cinco fueron mortales.
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Se hacen muchos esfuerzos por convencer de que los linchamientos “no están inspirados en el derecho indígena, sino en el morbo colectivo”; sin embargo, la mayoría de estos actos ocurre en muncipios con un alto nivel de población indígena. En 2006, por ejemplo, Quetzaltenango ocupó el primer lugar con 12 casos, seguido de Chimaltenango, 10; Quiché, 7, y Sololá, 9. Y en el Oriente del país, donde la población indígena es casi inexistente, estos fenómenos son prácticamente inexistentes.
Otro detalle curioso es que hasta mediados del 2007 se habían registrado, en todo el país, 22 linchamientos, todos relacionados con el supuesto robo de menores. Sobre este últlimo tema escribí algunas meditaciones aquí.
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La ilustración es un fragmento de una caricatura por Dick Smith. c. 2000

14
Oct 06

Consuetudinario, o jacobino

1. Un muerto, y 28 casas y cinco automóviles quemados, fue el saldo que dejó el enfrentamiento entre los residentes de varias poblaciones que invadieron la aldea Tzucubal con el objetivo de capturar a un grupo de personas acusadas de vender niños. Así decían las noticias el 2 de octubre.

Para el 3, las cosas se pintaban peor; ya que para entonces, con el apoyo del alcalde del lugar e impedido el ingreso de la policía, 18 mujeres y cinco hombres fueron azotados y rapados.

Entre la actitud de este jefe edil y la del munícipe de Acatán, más los 12 casos de este tipo que en lo que va del año tiene registrados el Organismo Judicial, incluido el espeluznante caso de Sumpango, uno puede concluir, ¡otra vez!, en que el estado de Guatemala ha colapsado y que se está disolviendo en la anarquía.

¿Por qué no ocurrían tantas cosas de estas hace diez, o quince años? La hipótesis de un cuate es que la presencia del Ejército impedía estos desmanes entre la población indígena. “Los que estamos desubicados somos nosotros; porque, ¿de dónde sacamos que Guatemala es Occidente?”, dice el citado.

Y talvez sea cierto. Por cierto que según un mito tzutujil los K´ulantun winaq eran hechiceros cuyas costumbres malignas no tenían límites e incluían el robo de niños para el sacrificio (Stanzione, 2000). Mitos como este dan pie para que entre los indígenas, el simple rumor de un posible robo de niños puede desencadenar linchamientos. (Si me escribe a luisfi@intelnet.net.gt le mando un articulín que publiqué al respecto). Y si no, ¿qué explica hechos como el de Tzucubal, el de Sumpango, el linchamiento de aquellos turistas japoneses en Todos Santos y el ataque espantoso que sufrió June Weinstock, en San Cristóbal Verapaz?

Sin embargo puede que haya más. Mi hipótesis es que a aquellos grupos que se oponen a las adopciones y que andan por ahí asustando a la gente sencilla con historias sobre el robo de niños, se les ha ido la mano. Esas historias han revivido los mitos primitivos más profundos y han despertado demonios que estaban dormidos. Y como consecuencia, el estado de Guatemala se disuelve en la anarquía; entre una mezcla de intereses políticos retorcidos, algo de mumbo jumbo y el activismo (y la abulia) de elites irresponsables.

En medio del caos, los desmanes de la plebe se confunden con un supuesto derecho consuetudinario; haciéndose a un lado el hecho de que este se deriva de los precedentes judiciales y de la costumbre, siempre y cuando esta última sea repetida a lo largo de muchos años y que, por lo tanto, goce de un uso repetido y generalizado, al mismo tiempo de que, en torno, a ella exista una conciencia de obligatoriedad.

La quema de personas y de propiedad, los azotes y otras penas infamantes, puede que sean un fenómeno nuevo entre las comunidades indígenas, atribuible a la ausencia del estado como gendarme y como juez.

Entonces, si el derecho consuetudinario ha de desarrollarse entre los indígenas como una alternativa para restituir la legitimidad del estado, la dirigencia política y social que apoya ese camino debe establecer una diferencia inconfundible entre aquel, y el jacobinismo de las plebes y el de los alcaldes con alcances modestos y pretensiones napoleónicas.

Si no lo hicieran, uno podría pensar que, en realidad, las dirigencias populares que vemos en foros, o en ONG y que medran en los organismos internacionales, tienen poca, o ninguna conexión con las verdaderas dirigencias locales con las que las poblaciones indígenas sí tienen conexiones informales, pero efectivas, talvez por consuetudinarias.

2. Mojito: Un turista chapín entra a una tienda de música, en La Habana, y le pregunta al empleado: “¿Tiene la canción Morir de amor, por las hermanas Fabrisa, en 45 revoluciones?” A lo que el empleado le responde: “No, ese no lo tengo; pero sí tengo Morir de hambre, por los hermanos Castro, en una sóla revolución”.